Cartas de José Pedroni

Estas cartas – 22 de Pedroni a colegas, amigos, editores, admiradores; y 1 del periodista Portogalo incluida para contextualizar las respuestas de don José – permitirán al lector conocer al poeta en lo íntimo y cotidiano. Consejos a escritores nobeles, agradecimientos, una “gauchada” a un colega, un incentivo, un disgusto; en fin, trocitos de su vida en forma de cartas a gente que quería y respetaba.
Fueron seleccionadas y publicadas por vez primera en 1996 por el escritor santafecino Jorge Isaías con permiso de la familia del autor. (N del E)
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INDICE DE CARTAS

-          1ª Carta a Bartolomé Vercelli
-          Carta de José Portogalo
-          1ª Carta a José Portogalo
-          2ª Carta a José Portogalo
-          3ª Carta a José Portogalo
-          4ª Carta a José Portogalo
-          1ª Carta a Luis Gudiño Kramer
-          2ª Carta a Luis Gudiño Kramer
-          Carta a Amelia Biagioni
-          2ª Carta a Bartolomé Vercelli
-          1ª Carta a Bernardo Verbitsky
-          Carta a Pablo Rojas Paz
-          Carta a Roberto Salama
-          2ª Carta a Bernardo Verbitsky
-          3ª Carta a Bartolomé Vercelli
-          4ª Carta a Bartolomé Vercelli
-          Carta a Luis J. de Paola
-          Carta a Leticia Roffin
-          Carta a Carlos Carlino
-          Carta a Clorinda P. de Gudiño Kramer
-          Carta a Leonidas Barletta
-          Carta a Horacio J. Achával
-          Carta a Juan I. Tamburini




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1ª Carta a Bartolomé Vercelli (1)

Esperanza, 28 de octubre de 1952

Señor Bartolomé Vercelli
y demás amigos
Gálvez

Estimados compañeros:


                        Fue para mí una grata sorpresa recibir la amable carta de ustedes de fecha 12 de este mes, con motivo de un trabajo mío publicado en «Propósitos»(2). Meses atrás tuve la satisfacción de recibir, también de allí, de mi pueblo, un saludo no menos cordial y conceptuoso, que no recuerdo quienes firmaban, pero sí que eran hijos de la lectura de La mesa de la paz, un canto que también apareció en el nombrado periódico, aunque bastante desfigurado por erratas y traslaciones de bulto. Supongo que ustedes son los autores de aquella primera carta, que dejé sin respuesta, y sin motivo serio, naturalmente, porque ni estuve afuera ni me enfermé. Esto ya me ha ocurrido otras veces, y no tiene perdón, pero tampoco remedio: soy un poco descuidado y haragán. Pero ahora contesto a ambas cartas, y lo hago, créanme, sintiendo un gran placer.

                        Quiero decirles que la carta última de ustedes, por los conceptos que contiene y que definen la propia personalidad de los firmantes, me ha producido una gran alegría. Complace, ciertamente, comprobar que nuestro mensaje llega a destino, y que hay un pueblo que vive esperándolo, lo que sirve para afirmar, además, que frente al drama del hombre, no es lícita, y sí cobarde, egoísta y mala, la indiferencia del arte; porque el arte fuera de la realidad, que lo obliga a actuar valientemente, no tiene sentido y no sirve para nada. El fracaso será un castigo condigno, porque el pueblo, en cuyo recuerdo se consagra la obra artística, no puede reconocerse en un arte que lo olvida. En cuanto a mí, mi toma de posición viene de lejos. Es la que me dicta mi conciencia y es aquella a la que me arrastra mi emoción. Ello me proporciona, como poeta, una gran felicidad, que está por encima de todo conflicto de orden personal y, por lo tanto, transitorio. Sintiéndome feliz, pues, no tengo por qué elegir el camino de la tristeza y la vergüenza.

                        Gracias, compañeros de mi pueblo, por las hermosas palabras que contienen las cartas que dejo contestadas. Y reciban un fuerte abrazo de este viejo amigo, que no los defraudará.

José Pedroni

(1)     Bartolomé Vercelli: Poeta de Gálvez (Santa Fe), ciudad natal de José Pedroni (N del E)
(2)     Propósitos: Periódico cultural de Buenos Aires fundado por Leónidas Barletta .(N del E)

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Carta de José Portogalo (*)

Buenos Aires, 23 de enero de 1953

Para
José Pedroni
Belgrano 2258
Esperanza (Santa Fe)

Mi querido Pedroni:

                        Hace mucho tiempo que deseaba escribirle, sobre todo para felicitarlo porque he tenido la oportunidad de leer algunos de sus últimos poemas en «Propósitos» y el que tan gentilmente me ha alcanzado: Canto al camionero nocturno, aparecido en «El Litoral» del 31 de diciembre de 1952, en los que una fuerte savia vivificadora le empina el tono y hace que aquella poderosa ternura suya, aquella cordialidad de su voz y aquel hondo lirismo que lo diferenciaba, tomen un orden, no distinto sino más afirmativo, más alzado contra los que atacan las hermosuras del hombre, y llenen de pájaros nuevos el cielo ya colmado de cantos de su siempre joven poesía de otros tiempos. ¡Espléndido, caro poeta! Le deseo muchos «encuentros» felices de su voz, muchas cargas luminosas de su vigilia volcada sobre los acontecimientos que nos inquietan por igual a todos nosotros.

                        «El camionero es joven, fuerte, valeroso./ Ama la libertad./ Tiene un amigo en el umbral del monte/ que agua y aire le da.» ¡Muchas gracias por esas grandes descargas emotivas que nos alcanza desde su Esperanza, muchas gracias!

                        No sé si sabe que estoy escribiendo en el diario «Noticias Gráficas» una serie de notas sobre artistas argentinos de origen humilde, obrero o popular, que hayan tenido una infancia o una adolescencia muy trabajada y que, a pesar de todas las vicisitudes, angustias y dolores sufridos en su vida, han logrado darnos un mensaje de amor, solidaridad y arte cumplidos. Ya he hecho la vida de Spilimbergo, la de Antonio Alejandro Gil, que tuvo la terrible y trágica humorada de abandonarnos para siempre, y la de José Fioravanti, hijo de inmigrantes italianos y uno de los más grandes escultores que tiene la Argentina. Bien, yo quería hacer la suya. Siempre recuerdo sus “Palabras a mi padre y a su digna herramienta” y muchas otras tantas hermosas cosas de El pan nuestro que ha tocado mi espíritu. Para esto tendría usted que enviarme datos muy precisos de su vida y si fuera posible algún hecho que haya tenido importancia en su infancia; sus muchos trabajos y otros datos de interés para pergeñar una pequeña biografía en la que se demuestre  que pese a las adversidades y desencuentros, usted ha llegado a ser “el hermano luminoso” que ha visto Lugones en su nunca bien nombrado y siempre bienquerido Gracia plena. A los efectos de que usted interprete mi pedido le envío la nota de Spilimbergo, para que vea que es lo que quiero de usted. Además, ha de adjuntarme una buena fotografía suya para ilustrar la nota, si es que acepta que haga mi trabajo. Me gustaría también saber si recibió mi Mundo del acordeón enviado a Esperanza con mucha demora. Con urgencia espero su respuesta y desde ya le quedo sumamente agradecido. Un abrazo grandote, fuerte y solidario de su amigo.

José Portogalo


(*) José Portogalo: Seudónimo de José Ananía (1904-1973). Poeta, escritor y periodista nacido en Calabria (Italia); a los cuatro viene con su madre a la Argentina, donde décadas después nacerá a su seudónimo. Desempeñó diversos oficios antes de llegar al periodismo, que ejerció, entre otros diarios, en "Noticias Gráficas" y "Clarín". El tango, y caminar su ciudad  -Buenos Aires- fueron dos de sus grandes pasiones. Citamos entre su producción poética: "Tumulto", "Destino del canto", "Mundo del acordeón", "Perduración de la fábula". (N del E)



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1ª Carta a José Portogalo (*)


Esperanza, 3 de febrero de 1953

Querido Portogalo:


                        Aquí tengo la amable carta de usted de fecha 23 de enero próximo pasado, que recibí hace algunos días. Le agradezco las lindas cosas que me dice, y me alegra que mis últimos poemas le hayan gustado. Con esos trabajos, y algunos más de tónica parecida que tengo entre manos, publicaré este año Cantos del hombre, con la esperanza que se diga de ellos, de ese libro, lo que yo pienso: que es lo mejor que he hecho. Veré también si en el 53 entrego a la imprenta Monsieur Jaquín, otro libro que tengo a medio hacer y en el que pienso reunir todos mis poemas sobre la colonización. Jaquín fue uno de los tantos colonos que Aarón Castellanos contrató en Suiza para fundar la primera colonia agrícola del país, que es Esperanza. Pero Jaquín era poeta, lo cual justifica el título de mi obra. Su choza fue visitada en el año 1864 por los redactores del «Ferro-carril», de Rosario, que dijeron de él: «M. Jaquín vive sólo como conviene a un hijo de las musas. La única pieza de que se compone su choza está llena de trabajos de su oficio: virutas y papeles». Son pocas las poesías que han quedado de este antecesor mío, que amó y trabajó la tierra. Hay una muy bella en un libro inglés, impreso hace más de 70 años. El trabajo que está en francés, se titula «Les Nouvelles á ma soeur», y empieza así:

Il y a longtemps que je tarde de t’ecrire
pour malheur d’une exacte verité;
mais aujourd’hui ce que j’ai á te dire
va, je crois, bien affecter ta bonté.


Refrain:
Pauvre Melanie, á la Colonie
l’on muert presque de faim.
Tout en travaillant bien
l’indigence en France este de préference
a ce gran terrain
qui nous rapporte rien.


Depuis trois ans que je cultive mes terres
bien des fracas m’est venu d’assaillir;
j’ais vu périr moissons tout entiers,
sans qu’il me reste de quoi me nourrir.


Refrain:
Pauvree Melanie, etc. . .


Cuya traducción es más o menos la siguiente:


Hace mucho tiempo que estoy tardando en escribirte,
por desgracia, de una exacta verdad;
pero hoy lo que te voy a decir
creo que mucho va a afectar tu bondad.


Estribillo:
Pobre Melania, en la Colonia
casi uno se muere de hambre.
La indigencia en Francia es de preferencia
a estos grandes terrenos
que no producen nada.


Al cabo de tres años que cultivo mis tierras
muchos fracasos me han sobrevenido.
He visto perecer todas enteras mis cosechas
sin que quedara con que alimentarme.


Estribillo:
Pobre Melania, etc. . .


                        Aparte de estos dos libros en trabajo, tendré que dar cumplimiento a un contrato que acabo de firmar con la editorial Kraft, para ese itinerario de la poesía argentina que ellos vienen haciendo por provincias. El libro se llamará Santa Fe puerta de la tierra.

                        Como usted ve, hay mucho trigo que emparvar, como dicen por aquí.

                        Naturalmente que Jaquín tendrá en el libro de su nombre el poema correspondiente. Ahí va:


Monsieur Jaquín

                        Salve Monsieur Jaquín; gloria a tu nombre;
                        gloria a ti como poeta y como hombre.
                        Gloria a tu corazón
                        que, llegado a la selva, se inclinó por la canción;
                        gloria a tu descrédito de no haber hecho nada
                        (devolviste la tierra como te fuera dada;
                        la amaste como era);
                        gloria a tu pasatiempo de labrar la madera,
                        sólo para esconder tu verso en la viruta;
                        gloria a tu pereza absoluta.


                        Gloria a tu respeto por la bestia y el ave;
                        gloria a todo lo que de ti se sabe:
                        a tu afición
                        de grabar tus enseres a punta de formón;
                        a tu costumbre
                        de compartir con canes tu pitanza y tu lumbre;
                        a tu resolución
                        de no arrancar un árbol: “El que quiera una cama
                        o una cuna, me ha de traer la rama. . .”
                        Y después, con unción:
                        “Haz tu cuna, mujer, de una rama madura,
                        que sea de tu tierra, la de tu vida dura.
                        Córtela para ti, sin lastimarla, tu marido.
                        Le dirás: _Corta aquélla que el viento haya mecido.”


                        Salve Monsieur Jaquín; gloria a tu nombre;
                        gloria a ti como poeta y como hombre.
                        Gloria a tu éxtasis, sobre la tierra echado;
                        gloria a tu dulce no hacer;
                        gloria a tu inmovilidad frente al Salado,
                        a quien, a falta de mujer,
                        le decías tu verso, de pena traspasado,
                        y los de Lamartine y Beranger.


                        Gloria a tu rancho donde tu verso se hizo;
                        gloria a tu rancho que en tierra se deshizo.


                        Salve, Monsieur Jaquín. Allá arriba, contigo,
                        están todos los pájaros que conocieron tu trigo;
                        todas las palomas que no mataste aquí;
                        todas alrededor de ti:
                        en tu hombro el hornero;
                        en tu barba el colibrí,
                        en tu pecho, picando, el carpintero. . .
                        Todos allá en el cielo, donde, en planchas de cera,
                        grabas tu verso breve
                        y alguna vez cepillas la madera,
                        a juzgar por la nieve.


                        También tendrá su poema la dulce hermana tutelar: Melania. Pero no es el caso de darlo entero aquí. Confórmese usted con el comienzo, que es este:


                        Melania, oh Melania; yo te imagino en una lejana aldea
                        de los Alpes franceses; no como a Dorotea,
                        la de Wordsworth, feliz, sino como a María,
                        la de Páscoli, triste. Dorotea era el día.
                        Tú eres la noche blanca, y en ella, sola, ausente,
                        estás tejiendo dolorosamente. . .


                        Usted quiere hacer una nota sobre mi persona para «Noticias Gráficas». He leído la que me manda, como muestra, sobre Spilimbergo. su plan es bueno. Pero es difícil hablar de sí mismo; es difícil y nada agradable. En mi caso, es hasta un poco triste, como usted verá.

                        Quizá eso explique mi prolongada resistencia a esta clase de reportaje. Pero esta vez no puedo dejar sin respuesta –como he hecho con otras− la carta de un amigo tan querido; de un colega que tanto respeto en la calidad de su obra y la honradez de su conducta. Usted no es un curioso más, de esos que se complacen con poseer, remover y deformar sin piedad el pasado y la intimidad del escritor. Usted es un poeta, un igual mío en el pudor y el dolor, y sabrá hacer uso discreto de las confesiones que voy a hacerle. Usted no ignora, porque lo vive, que Hugo tenía razón cuando dijo que el poeta llevaba un mundo enfermo dentro de sí, donde los recuerdos, aún aquellos que nos son caros, se mueven como fantasmas dolorosos. Alguna vez hablamos sobre este punto con Horacio Quiroga. Él también defendía de la voracidad pública su mundo íntimo. «Es a la vez rico y miserable −decía−, y no quiero darlo, porque es lo único que me queda». En la función de clavecino público que Gautier asigna a los poetas; de instrumento al servicio de la emoción popular, es, ciertamente muy poco lo que nos queda en la madurez de la vida: el recuerdo de unos pocos hechos insignificantes, pero vírgenes, cuyo valor es el de un hilo de agua, de tan poco caudal, que no puede compartirse. Con todo, a usted no puedo decirle que no. Por primera vez voy a contar algunas cosas de mi vida. Lo hago por aquel alto concepto que usted me merece, y como una contribución al propósito de sus notas, que comparto. No puedo negarme, en verdad, que usted presente mi ejemplo a la consideración del pueblo, porque yo sí he tenido esa infancia descalza y esa adolescencia trabajada a que usted alude. Algunas conclusiones saludables para el carácter y el espíritu podrán sacar, del relato que usted haga de mis dificultades superadas, aquellos que empiezan a vivir y que algo tienen que hacer o decir para bien de los demás. A los que tienen reservado ese destino, les vendrá bien saber lo que me ha costado «dar mi mensaje de amor, solidaridad y belleza», para decirlo con sus propias palabras. Claro que no todo lo mío le ha de servir como modelo en el propósito que usted lleva de estimular y advertir. Algún error he cometido; pero lo tengo como accidente del mal camino transitado y de la soledad del viajero. Éste no tuvo protectores ni consejeros. Se hizo a la vida como el pájaro. Nadie le advirtió: «allí está el arma», dijo: «allá la celada». Sorteó los obstáculos como pudo. En ello lo ayudó el instinto. Y aquí lo tiene usted, ya al final de la jornada, con algunos pecados pero con el alma salvada y la conciencia tranquila. Estoy satisfecho y me siento fuerte. Puedo decir que las vicisitudes templan el ánimo, como el hacha forja el músculo. A pesar de mis 53 años y del infarto del año pasado, que me tuvo al borde de la muerte, mi entusiasmo no ha sufrido desmedro. Me siento joven y optimista; con voluntad de andar metido en la columna del pueblo y de hacer con él su camino de dolor y esperanza.


                        Nací en Gálvez, provincia de Santa Fe, el día 21 de setiembre de 1899. Mis padres: Gaspar Pedroni y Felisa Fantino, naturales de Lombardía y Piamonte, respectivamente; constructor él; obrera hilandera ella. Se casaron en Gálvez y tuvieron 11 hijos, de los cuales yo soy el octavo. De mis hermanos murieron tres (los dos primeros de corta edad, varones ambos, y Ercilia, ya moza, de la que hablaré más adelante). Mis padres ya no existen. Murieron en Rosario, ciudad en la que pasaron sus últimos años. Los que vivimos, pues, somos 8, cuatro varones y cuatro mujeres; todos de edad madura y con familia. Mi hermana mayor, casada con un español, vive en la península desde hace muchos años. Es la Carolina que yo nombro en «Palabras a la mesa». Ha tenido muchos hijos, argentinos unos, españoles otros. Ercilia, también recordada en ese poema, murió joven y enamorada. Era mi ángel tutelar. Ella leyó mis primeros versos, mucho antes de que vieran la luz en «El Popular» que en Gálvez dirigía un español inolvidable: Arturo Vázquez Basanta. En mi libro Poemas y palabras hay una poesía dedicada a este periodista que no olvido. Titulase ella «Palabras a Vázquez periodista», y dice por ahí:


Vázquez: es hora que lo diga;
tú el falso triste,
tú el lobo, tú, la ortiga;
solo tú fuiste.


En tu pizarra: “El Popular”,
hice el primer palote:
un verso malo, pero muy malo,
al mar.
(¿Era al mar, Vázquez, o a Don Quijote?)
Y cuando la gente se quiso burlar,
tú levantaste, pálido, tu palo.


Fumando a pasos largos,
mi padre sufría
por la vergüenza de su hijo,
y los ojos de mi madre, fijos,
eran los grandes y amargos
de María.
Pero tú fuiste a ellos
con tu profecía:
_Honrados serán vuestros cabellos.
Tened fe, tened fe,
que ya en la alegría
o ya en el dolor,
sola, la flor
florecerá en su día.


Y así fue.


                        Con el hogar lleno de hijos grandes y pequeños a los que había que alimentar y vestir, mi padre –un hombre trabajador, nervioso, dominante y de poco discurso− no admitía que se «perdiera el tiempo» en cosas que no rendían pan y que nada representaban. Había que trabajar en algo; los varones con él, en las obras de albañilería; las mujeres cosiendo para afuera; la esposa cuidando los párvulos, lavando la ropa, haciendo las comidas, regando la quinta. Tengo en los oídos, para siempre, el rumor de la máquina de coser de mi madre y el golpe, como de picotazo, de sus grandes tijeras constructoras. Este trabajo lo hacía mi madre en horas de la noche. Apenas quitado el mantel de la mesa, la autora de mis días, abría la bolsa de trapos sobre la mesa y reanudaba el corte y la costura de pantalones y camisas. Solía sorprenderla el canto del gallo. De cuando en cuando, hacía una recorrida por los dormitorios, lámpara en alto; cubría a los destapados y observaba al enfermo (que siempre había alguno con sarampión o escarlatina). Yo fui, ciertamente, el más delicado de sus hijos: la enterocolitis y el tifus estuvieron a punto de malograr al poeta. Como Hudson, tuve largas convalecencias. En los «Poemas de la madre» he recordado estos episodios de mi vida. Los verá usted en Poemas y palabras, si tiene en manos ese libro mío.

                        Como digo, mi padre no admitía holgazanes. La escuela se compartía con el trabajo. Sonaba la campana, los que estábamos en edad escolar corríamos a casa a cambiarnos de ropa, a hacer una ligera parvedad y a tomar el camino de «la obra». Si mi padre trabajaba en el cementerio –lo que sucedía a menudo−, allá iba yo de a pie. Mi tarea consistía en «abarajar» ladrillos. Esto lo hacía yo con gran habilidad. Servía también para alcanzar las herramientas, remover la cal; limpiar los pisos recién hechos, hasta dejarlos «como espejos», según mi padre exigía, etc. Muchas casas de Gálvez me vieron sobre sus techos, siendo yo un niño. Corría por las tiranterías, sobre el vacío, como el mejor de los equilibristas. El ratón no era más ligero ni más hábil que yo sobre los caballetes de tejados y tapiales. En cierta ocasión tuve que descender por un cable al fondo de un pozo, para recoger la cuchara de albañil de mi progenitor. Éste estaba colocando los últimos ladrillos a la bóveda de un pozo negro, cuando la cuchara se le fue de las manos. No era cuestión de deshacer lo fabricado. Me ataron a una cuerda y me deslizaron por el pequeño tragaluz al fondo de lo que ya había empezado a ser letrina. Esa es la cuchara cantada y reclamada por mí como un trofeo de mi niñez.

                        Se infiere de lo dicho que en casa no había juguetes. No recuerdo haberlos visto jamás. Un par de patines pudo ser mío y de mi hermana Vicenta; pero mi padre ordenó su devolución a la casa de ramos generales que nos lo había dado de «yapa» al pagar la libreta del año. «Díganles que les den un par de zapatos» fue la orden. Con mi hermana solemos recordar este episodio de nuestra niñez lejana. Ya no lloramos, como en aquel entonces. El llanto se ha trocado en sonrisa para el tiempo que se fue.

                        Pero el niño se defiende. La naturaleza nos daba lo que la pobreza nos negaba por falta de dinero. No había árbol de mi pueblo que yo no hubiera trepado, ni sótano que no hubiera registrado. Conocía todos los panteones del cementerio como todas las trastiendas de los negocios. A éstas solíamos llegar en pandilla con algunos bribones del lugar. Teníamos preferencia por las bolsas de nueces y avellanas. Me reconozco deudor de algunos kilogramos de estos frutos a las firmas de ramos generales de mi pueblo natal.

                        Claro que estas correrías no eran frecuentes, porque mi padre –gran trabador− no tenía muchos días libres. Por eso las fiestas las gozábamos intensamente. Salíamos al campo, a bañarnos en las lagunas llenas de sanguijuelas, a entrampar pájaros, a correr liebres con los galgos; a buscar huevecillos pintojos. Además de la honda, llevábamos asido al cinto, un esquero hecho de trapo, donde metíamos todo lo que íbamos cosechando. De regreso, recibíamos comúnmente una azotaina. Mi padre no era de los que perdonaba.

                        Le remito una foto del lugar que más visitábamos con mis amiguitos de entonces, que se llamaban Ramón Questa, Julián Fernández, Luis y Félix Maina, Osvaldo Loto, Lezcano, «Sanchín» Bordoni y otros que ya no recuerdo en sus nombres o apodos, pero que tengo presente en sus fisonomías de niños pobres. Esta foto es de lo que en Gálvez se conoce aún por la “iglesia nueva”. Me gustaría un clisé de ella en “Noticias Gráficas”. Allí soñé cuando era niño. Era mi palacio; mi refugio. Lo conocí en todos sus secretos; en los huecos que dejan los andamios y en las cúspides de sus columnas. Bien merece ese pequeño poema que le dediqué en Poemas y palabras y que dice por ahí:


                        No eres ninguna iglesia,
                        ni nueva, tu lo sabes.
                        Eres tan sólo un muro,
                        y el más viejo de Gálvez
                        ………………………...
                       
                        Más como allí pareces
                        esperar sin casarte,
                        iglesia nueva apódante
                        el niño y el amante.
                        ………………………

                        Las casas se asentaron
                        media legua adelante.
                        Y te quedaste sola
                        sin poder levantarte.
                        ……………………

                        Pero Julián y Félix
                        y José, mucho antes,
                        te hicieron su palacio
                        de mañana y de tarde.
                        …………………….


                        Mis correrías en pandilla por los alrededores de mi pueblo terminaron con la trágica desaparición de uno de los compañeritos, el mayorcito del grupo que era Orleack, hijo de un empleado de la empresa ferrocarrilera del pueblo. Habíamos tomado por costumbre esperar la entrada de los trenes de carga a tiro de fusil del pueblo. Los convoyes disminuyen su tren de marcha más o menos a la altura del disco de los kilómetros. Allí los esperábamos para asirnos del último vagón. Felizmente el día en que Orleack cayó bajo las ruedas yo estaba en la obra de mi padre. El pobrecillo perdió ambas piernas y murió al día siguiente. No he podido aún hacer el poema de su sacrificio.

                        Cuando yo cumplía 13 años mi padre resolvió trasladarse con toda su familia a Rosario. Iba a descansar y hacer estudiar lo hijos que todavía estaban en edad de concurrir a las escuelas secundarias. Ingresé a la Escuela superior de Comercio. Fui alumno de los cursos nocturnos, porque mi padre dispuso que el día había que dedicarlo al trabajo. Durante varios años dividí mi tiempo, esto es, mi día y mi noche, entre el trabajo en una casa cerealista y la asistencia a la escuela de comercio, donde me recibí de Tenedor de Libros.

                        Tenía 18 años cuando dejé la ciudad y me empleé de «escribano», como dicen en el campo, en una casa de ramos generales de Juncal (la casa ex Darwin, Bohé y Cía), pequeño pueblo de esta provincia, donde el tren, en aquel entonces, sólo se veía dos veces por semana. Recuerdo siempre la advertencia que me hizo el dueño del negocio cuando llegué a aquel lugar de cuatro casas: «Si oye disparos de armas por la noche, no le haga caso. Son los peones de las estancias que les gusta probar los revólveres».

                        Alcancé a estar un año en este pueblo demasiado triste. Me trasladé a otro no mucho más poblado, pero algo más alegre y menos peligroso: San Carlos Norte. También aquí hice de «escribano» en un negocio de ramos generales (Favre Hnos.). Tengo un gratísimo recuerdo de toda su gente; de su pequeña iglesia; del armonio que allí hay y del músico que tocaba este instrumento: mi amigo Rey. Allí conocí a un sacerdote que leía a Horacio y que me traducía, del latín, las páginas más bellas de la Biblia. En San Carlos Norte aprendí a cantar algunas lindas canciones piamontesas. No es pueblo de italianos precisamente. Los apellidos son en su mayoría franceses; pero las canciones italianas se cantaban allí en el tiempo que permanecí entre esta gente, y lo hacían muy bien.

                        Un año después me radiqué en Saa Pereyra, también pueblo triguero de esta provincia, formado en su mayoría por inmigrantes piamonteses. El acordeón y el canto aparecían al anochecer. Conocí aquí a un acordeonista pintoresco y simpático: el viejito Signoretti. Improvisaba como un payador, en la buena como en la mala. En tiempo de cosecha, su jornada terminaba en canto, debajo del paraíso de su chacra. Cuando todo el mundo se echaba por el suelo rendido, el viejo Signoretti tomaba su acordeón y entonaba canciones nuevas y viejas hasta muy entrada la noche. Hay un episodio interesante en la vida de este simpático personaje, ya fallecido. Habían fracasado varias cosechas, y un acreedor mandó trabar embargo sobre los bienes del colono. Respondiendo al mandamiento del juez, llegó un día un funcionario a la chacra de Signoretti. Iba a hacer la correspondiente traba de bienes. Signoretti lo recibió con el acordeón en brazos y le cantó al representante de la ley los siguientes versos:


                        Señor Juez, soy colono,
                        y usted me viene a embargar.
                        Cinco cosechas malas
                        yo no puedo pagar.


                        Siguieron otras cuartetas parecidas dichas al pié del paraíso. Finalmente el agente de los tribunales no hizo el embargo; bebió con Signoretti, cantó con él, y regresó a Santa Fe con los papeles en blanco.

                        En Saa Pereyra me casé. Después me fui «a hacer el soldado», como decía mi padre, es decir a cumplir con la patria. Mi hijo nació estando yo en la conscripción. Padecí mucho. Por ahí andan mis «Poemas del ejército» que retratan esta etapa de mi vida. Estaba muy enamorado, y la ausencia me hacía un gran daño.

                        En todo este tiempo yo seguí siendo colaborador de «El Popular» de Gálvez. Hasta que me radiqué definitivamente en Esperanza, esta vez para ejercer las funciones de contador en «la Fábrica», que así se conoce aquí, por antonomasia, al establecimiento “Schneider” de máquinas agrícolas. La Fábrica me ha dado los temas que forman una gran parte de El pan nuestro.

                        En Esperanza, donde llegué en el año 1921, realicé toda mi obra. Aquí escribí mi primer libro La gota de agua, premiado en 1923. Mi padre que hasta entonces no había dicho una palabra, tomó el ejemplar que yo le había dedicado, lo puso debajo del brazo y se llegó hasta la cantina del barrio, en Rosario, donde se reunía comúnmente con algunos amigos a jugar a las cartas. El viejo se iba a tomar el correspondiente desquite; a pasarle a los compañeros por las narices, el libro del mal hijo, de «ese hijo poeta» que acababa de consagrarse. El hijo discutido dejaba de ser una vergüenza. Mi padre también había estado esperando, como mi madre, como todos.
                       
                        Gracia Plena fue escrito de noche. Como tenía muy ocupado el día, yo hacía, después de cenar, un pequeño descanso. Tomaba un sueño de un par de horas. Generalmente me acostaba con mi hijito, a quien le cantaba algunas nanas. Nos dormíamos ambos. Pero mi mujer me recordaba. Entonces me ponía a trabajar hasta la madrugada. Dicen que Gracia Plena es mi mejor libro. Si así es efectivamente, hay que creer en la noche. De ella es la fecundidad.

                        Luego fui haciendo Poemas y Palabras y Diez mujeres, El pan nuestro y Nueve cantos. Los libros que en este momento tengo en trabajo los he citado al principio.

                        No sé que más cosas decirle. Estoy escribiendo rápidamente, en forma descosida y con mala gramática, porque salgo inmediatamente de viaje. He entrado en vacaciones y necesito descansar. Usted me perdona este cúmulo de noticias mal ordenadas. Espero que alcance a sacar alguna cosa para la nota que se dispone a publicar. Luego rompa todo. No hay que dar armas a los enemigos. Ya sabe usted a quienes me refiero.

                        Además de la foto de la «iglesia nueva», le remito una mía y otra de mi madre. Me gustaría verla a la vieja en su diario, tan linda como usted la ve.

                        Mándeme algunos ejemplares del diario, porque aquí llegan muy pocas «Noticias Gráficas», y yo no soy suscriptor. No se olvide, Portogalo.

                        De mis convicciones y principios no necesito hablarle. Usted me conoce bien. todo lo que usted diga acerca de mi estrecho contacto con el pueblo, estará bien dicho, porque creo en el pueblo y soy el pueblo mismo.

                        Le abraza cordialmente su amigo que le admira y le quiere.


José Pedroni

(*) José Portogalo, (nacido como José Ananía en 1904, en Italia - falleció en 1973 en Buenos Aires) escritor y poeta argentino. Residió en Argentina desde 1909. Adoptó el apellido de Portogalo en homenaje a su padrastro, a quien consideraba su verdadero padre y protector. Además de su oficio de poeta, se desempeñó como periodista en el diario Clarín y en Noticias Gráficas. (N del E)


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2ª Carta a José Portogalo


Esperanza, 5 de febrero de 1953


Portogalo:


                        Ya a punto de partir, repaso este extenso y enmarañado borrador y veo que me he olvidado de algunos pequeños hechos que pueden agregarle amenidad a la nota periodística, sobre todo cuando la vida del biografiado carece de sucesos sorprendentes. Anote usted que mi primer empleo en el pueblo de Juncal lo conseguí mediante la recomendación de un corredor de bolsa de Rosario. Este señor, al cabo de unos meses, tuvo un encuentro con quien era mi patrón allá en la pampa. Era de rigor que el recomendante averiguara sobre las aptitudes y la conducta del recomendado. «Ah, muy bueno el muchacho –fue la respuesta− pero me gasta cada día un block de papel de cartas haciendo versos». Y era verdad. Esta costumbre de borronear poesías en formularios de facturas y papeles timbrados de comercio me dura todavía. Es natural que ello ocurra. He vivido siempre entre comerciantes e industriales.

                        Anote usted también que conozco a fondo las faenas del campo, porque las he seguido de cerca en cuanto lugar he estado. No soy un agricultor; pero la cosecha ha sido la emoción de toda mi vida, desde mis primeros años, cuando me iba detrás del equipo de trillar, cuya salida del pueblo era una verdadera fiesta. El convoy se componía de motor, trilladora, carro parvero, carro aguatero y varios perros. Nos arrastraba al campo como la banda de música.

                        Este contacto con la tierra y su hombre me dado ocasión de conocer sus problemas y de participar, como aficionado, en algunos de los quehaceres del agro. He arado; le levantado, cargada, la horquilla; he hundido la pala en el suelo; he «pulseado» los sacos de trigo, levantándolos del suelo y depositándolos en el hombro del «hombreador». También he visto cómo se maneja la báscula de medir grandes pesos y con qué facilidad se le birla al colono algunos quintales de trigo en cada pesada. Conozco el accidente de trabajo en todos sus trágicos matices, desde el dedo cortado hasta la misma muerte.

                        Mis aficiones: me gusta la caza, la pesca y el fútbol. Por una salida al campo o una partida de «mi cuadro» abandono cualquier cosa. He sido durante muchos años miembro obligado de las instituciones deportivas, y he seguido a los muchachos hasta lejanos lugares, pero verlos ganar o perder. He gritado como un poseído en las canchas, desarraigando la alambrada, y he seguido la bandera victoriosa de mis colores, entreverado con el pueblo.

                        En fin, he estado en todas.

                        Le ruego, si puede, que me devuelva las fotos, y muy especialmente la página que le agrego, con la poesía del colono Jaquín. He pensado que usted querría leerla completa. Creo que vale la pena. Considere usted que es de un inmigrante, lector de Lamartine y Beranger, que se estableció en plena selva.

                        Le transcribo, finalmente, íntegra la nota del Ferro-Carril sobre este bardo de la colonia de 1856:

                        «Entre las notabilidades de la colonia se cuenta un Beranger en la persona de un colono que ejerce la humilde profesión de carpintero. Cuando visitamos la colonia, un amigo nos llevó a la casa del poeta y tuvimos el gusto de conocer un carácter muy original».

                        «M. Jaquín vive solo, como conviene a un hijo de las musas. Su mueblaje y hasta el servicio de la mesa es todo hecho de su propia mano y la única pieza de que se compone la choza está lleno de trabajos de su oficio: virutas y papeles; todos amontonados en una confusión propia de los que atemperan los licores de este mundo con la aguas de Helicón».

                        «M. Jaquín es un poeta muy modesto. Tuvimos trabajo para conseguir que nos leyese algunos de sus versos, lo que nos dejó asombrados por la pureza de su dicción y el ingenio de su construcción. Después de mucho rogar, sacamos una promesa mandarnos copias de varias de sus composiciones y hoy día recibimos una carta de él que nos dice que nos había mandado un paquete dirigido a nosotros, y que lo suponemos perdido en Santa Fe, pues no ha llegado a nuestras manos».

                        «El administrador de Correos que ataja las inspiraciones de un poeta merece la suerte de Tántalo».

                        »Nosotros esperamos que nuestro amigo Jaquín nos hará el favor de volver a mandarnos sus canciones, que tendremos mucho gusto de publicar en el Ferro-Carril».

                        Y chau, Portogalo.

José Pedroni


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3ª Carta a José Portogalo


Esperanza, 7 de febrero de 1953


Tercera y última carta con una anécdota más, digna de ser contada


Portogalo:

                        Cuando Esperanza descubrió al poeta a raíz de un premio que le dieran en un certamen del Círculo de Prensa de Rosario, la gente empezó a buscar al verdadero autor de los versos. No era posible que Pedroni los hiciera. La murmuración dio la vuelta al pueblo. «Se los escribe ella» fue la hablilla que corrió de puerta en puerta. Me veían tan vulgar, tan igual a todos, «tan poca cosa», tan sin aire de persona importante.

                        Entonces publiqué aquellos versos afortunados, que todavía hoy se dicen por ahí:


                                   Piedras

                        Porque soy contador,
                        y de vulgares modos,
                        y visto simplemente,
                        y si miro una estrella
                        o una flor
                        la miro como todos,
                        _Los versos no son de él –dice la gente−
                        Se los escribe ella.


                        Así es, así es.
                        ¡Yo soy la inútil hiedra
                        enredada a tus pies!
                        Azules, verdes rojos,
                        tú los versos me das
                        en cubitos de piedra
                        de tus ojos.


                        Yo los armo, no más.


                        ¡Mundo del acordeón!(*) Su bello libro está dando la vuelta al pueblo. Es lo que siempre hago con los libros que verdaderamente me gustan. Ya le escribiré sobre él, cuando vuelva a mis manos.

José Pedroni



(*) Mundo del Acordeón: Libro de José Portogalo publicado en 1949 (N del E)


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4ª Carta a José Portogalo


Esperanza, 9 de febrero de 1953

Querido Porto:

                        Postergué mi viaje. Un inesperado y gratísimo suceso me retuvo en ésta, el sábado 7: ¡Félix Maina!, el mismo que yo mento en los extensos apuntes que le envié días atrás, ¡estuvo en Esperanza!, ¡y para asistir al casamiento del mayor de sus hijos con una muchacha de estos lugares! ¿qué me dice usted? Hacía 40 años que no lo veía. Acabó en Martillero Público Nacional, y vive en Buenos Aires, calle Santa Fe 2679, teléfono 78-3977. Nos desahogamos de lo lindo. Le hablé del artículo que usted prepara, y le recomendé que lo guardara como amistoso recuerdo. Es una lástima que Félix llegara después de la salida de la correspondencia para usted. Me recordó algunos episodios de nuestra niñez que yo tenía trascordados, algunos nombres de compañeritos y de vecinos «cascoteados» que había olvidado. Nacidos los dos en el año 1899, y con las casas vecinas, fuimos uña y carne en aquellos tiempos de padres que metían los hijos en los sótanos o los echaban de la casa, conforme a la magnitud de la falta. También me encontré en la fiesta con Luis Maina, hermano de Félix. Ha hecho fortuna; tiene un negocio de ramos generales en Elisa, pueblo de esta provincia. Félix con más memoria que yo, me recordó las veces que habíamos hecho de monaguillos para el cura Rinaldi, y por unos pocos centavos; las escapadas nocturnas en tren de picardías, que consistían en hacer sonar las aldabas del vecindario. Íbamos con un carretel de hilo negro número 40. Atábamos el hilo a los llamadores, y empezaban los aldabonazos. Preferíamos, para esta broma, las casas de las solteronas supersticiosas y ridículas. La sacristía tampoco fue respetada. Esta tenía en la puerta, de llamador, una campanilla tentadora. Elegimos una noche bien obscura para la hazaña de molestar al párroco; pero éste, señor del confesionario, nos individualizó sin vernos, y al día siguiente recibimos la gran paliza.

                        La fiesta del pueblo se celebraba para Santa Margarita. La esperábamos todo el año. La banda y los globos de papel nos enloquecía de contento. Además, siempre nos hacíamos de algunas monedas, reconociendo, bien de madrugada, todo el terreno donde tenían lugar las fiestas y el juego por dinero.

                        La fiesta patronal se cerraba con los tradicionales fuegos de artificio. Generalmente algunos de los artefactos fracasaba o no terminaba de arder. Entonces nosotros asaltábamos la rueda giratoria y nos llevábamos las bombas no explotadas y los cartuchos de luces. Con todo esto íbamos, al día siguiente, a la «iglesia nueva», donde tenía lugar nuestra representación infantil de pirotecnia. Nos servíamos del fuego como verdaderos maestros.

                        Castigado por alguna de estas travesuras, un día mi padre me echó de casa. Mi madre intercedió, como siempre, pero esta vez su súplica de perdón no dio resultado. Tendría yo 9 o 10 años; quizás menos. Anduve todo el día por el pueblo como un perro perdido. Finalmente me refugié en la casa del sastre Citadini, hasta que mi padre se resolviera por el perdón. El sastre se cobró el hospedaje teniéndome de mandadero y haciéndome barrer la tienda de géneros. Mi cama fue el mostrador de la sastrería. Una pieza de lustrina o forro hizo de colchón, y otra pieza arrollada, de género ordinario, me sirvió de almohada.

                        Todo esto ocurrió en Gálvez, mi pueblo, y ahora usted lo puede certificar, si quiere, viéndolo a mi amigo de infancia, Félix Maina, cuyas señas le he dado.

                        He sido poeta porque la poesía es la más asendereada y más barata de todas las artes. Siempre se vendido por menos de lo que vale. La poesía no necesita del conservatorio o la academia. Se hace del aire, del dolor que nos rodea, del pájaro que vemos pasar, libre, mientras nosotros estamos encadenados.

                        La poesía, querido amigo, aunque se manifieste en la madurez de la vida, es un huevecillo que la aflicción pone en el alma del niño, para que en su tiempo se haga mariposa. Todo lo demás es cuento.

                        Yo pude ser un músico, pero me faltó el instrumento, que mi padre nunca quiso comprarme. A la sombra de las pilas de ladrillos, en un violín imaginario, con un arco hecho de palo, yo ejecuté bellísimas sinfonías que el mundo no conocerá jamás. El violinista murió para dar lugar al poeta, que tiene en el alma su caja de resonancia.

                        Todo esto llegará tarde a sus manos pero quiero que lo conozca. Le servirán para otra ocasión, para mi nota necrológica, por ejemplo.

                        Un abrazo.

José Pedroni


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1ª Carta a Luis Gudiño Kramer (1)


Esperanza, 16 de abril de 1953

Querido Gudiño:

Recibí su carta del 14 del corriente, que se compone exactamente de cuatro líneas irregulares que afectan la forma de un alambrado de corral criollo, de púa, naturalmente. Usted cada vez escribe menos, y cuando lo hace, dice tres palabras en clave –se me ocurre que para que le cobren menos−, y que se arregle el destinatario. Si va a seguir con ese procedimiento, me avisa, que voy a preparar un código privado, de frases largas, condensadas en monosílabos sin sentido; con lo cual usted podrá decirme algo cuando me escribe, sin mayor gasto de tiempo. ¿O es que se está ensañando para ministro?

Descifrado su cable, entiendo que me pregunta si ya tengo los originales para Lautaro(2). Contesto que todavía no, y que me haga el favor de decirle a aquella gente que tenga a bien esperar un poco; que se los mandaré. Me pregunta en fulminante posdata si he recibido «Propósitos». Respondo que sí, que he recibido todos los últimos números, y que en el del día 2 de abril me parecen muy buenos, entre otros, los dos artículos de Barletta(3) –que está hecho un héroe−, el que se refiere a los poetas pesimistas y amargos, que ya cantan su propio responso, y el que está dirigido al Dr. Zhitnitzky. Ambas notas son vigorosas y justas. Dan en el blanco. Además, no tienen errata alguna, lo cual permite leerlas con gusto. Se ve que los artículos de ellos los soplan bien… Nosotros, los de tierra adentro, que nos arreglemos y rasquemos como podamos. Y en cuanto a los poetas, que aprendan a escribir obscuramente. ¿Acaso en poesía no es siempre mejor lo que se adivina? Hágame el favor de decirle a Barletta que vuelva a publicar, como se lo he pedido, mi Mesa de la Paz, que es lo mejor que yo he hecho en los últimos tiempo. Cuando la dieron por primera vez, apareció como si le hubieran tirado una bomba: un pie por aquí y otro pie por allá. Son pacifistas, pero no con los poemas. ¡Le tiene rabia al verso!

Ahí va el «famoso» poema a Marcilla(4). Me conmoví al saber que la gente anónima ponía flores al pie de la columna donde el corredor se abrazó a la muerte. Era, además, el buen muchacho, un ejemplo de conducta cívica. Me informé también –no puedo asegurarlo− que se hacía alrededor de su nombre un silencio injusto. La organización radial procuraba no nombrarlo. Todo esto me consternó y me soliviantó en la emoción y la pena, y finalmente compuse esas cuatro líneas que le envío y que espero le agraden. Los muchachos de Esperanza, vecinos míos, dirigentes del Club Ciclista (¡tales son mis buenas amistades, y me siento muy feliz de tenerlas!) me pidieron el poema y los mandaron a «El Gráfico», con una carta. Allí lo mandarían al canasto. No ha aparecido hasta ahora, por lo menos. En «El Gráfico» creo que anda metido un sacerdote de apellido Vigil, amante de la paz celestial y de los pesos, y como yo soy partidario de la paz en la tierra…

¿Qué dice usted del Congreso Cultural Americano? No he visto su nombre entre los adherentes; pero siendo aquél de fines tan humanistas, descuentos que le prestará su apoyo. Dígale a Agosti(5), si lo ve, o a cualquiera de la Comisión Provisional, que aquí dimos la noticia por Radio Santa Fe y que ellos podrían hacer lo mismo, valiéndose de sus amigos, en las emisoras del interior. Yo tengo una amigo en Radio San Luis y le voy a pedir que dé la noticia. Claro que nosotros aprovechamos la Hora de Esperanza, sirviéndonos de que un esperancino integraba la representación argentina. Yo no voy a ir a Chile porque el médico me lo ha prohibido, pero estaré allí espiritualmente, como se dice.

En «La Nación» del domingo aparece un poema mío sobre Santa Fe la vieja. Se lo había mandado a Zapata(6), con quien tengo una deuda de gratitud (me defendió al muchacho cuando aquel embarramiento de tapiales en Esperanza), y Zapata me pidió que lo enviara a «La Nación». Le advertí el malestar que tenía con el diario porteño por aquel silencio con la Mesa de la Paz, pero le dije que lo complacería, pasando sobre aquel ingrato suceso. Mallea(7) me respondió días atrás, por expreso, que el poema saldría el domingo 19. Todo esto fue motivo para que yo le enviara a don Agustín una copia del poema «canasteado». Zapata me dijo textualmente: ¡Qué lástima; tan lindo el poema! Ya ve –le respondí−, y saque usted las conclusiones. A mi ver, esa gente está descaminada, etc. Conviene que la gente se vaya enterando de estos entretelones que ponen al descubierto el alma de los grandes diarios.

Estoy, en este momento, trabajando en un pequeño poema sobre Las Malvinas, que así se titula el trabajo. Me he leído un par de libros, y hasta ahora no he hecho más que una estrofa. Estoy empantanado; pero soy porfiado. Me sucedió lo mismo con el Canto al Camionero Nocturno. Tenía todo el mundo en contra. ¡Qué tema! –me decían−. Hubo quien agregó: Pero si los camioneros son unos antipáticos…

Ahí va la primera estrofa del verso malvinero.

Tiene las alas salpicadas de islotes.
Es nuestra mariposa del mar.
La patria la contempla desde la costa madre
con un dolor que no se va.

Bueno, esta larga carta es para que aprenda a escribir largamente cuando se dirija a este amigo. No me venga con cuatro gritos.

Reciba un fuerte abrazo de su amigo, y que le vaya bien por la Capital. Saludos a Doña Clorinda, míos y de Elena.

José Pedroni

(1)     Gudiño Kramer, Luis: (1898-1973). Escritor argentino. Autor de Aquerenciada soledad, Tierra ajena, Señales en el viento, etc. (N del E)
(2)     Lautaro: Nombre de una editorial hoy desaparecida. (N del E)
(3)      Barletta, Leónidas:  fue un escritor, periodista y dramaturgo argentino nacido el 30 de agosto de 1902 en Buenos Aires y muerto el 15 de marzo de 1975 en la misma ciudad. Fundó y dirigió el periódico cultural “Propósitos”. (N del E)
(4)     Marcilla Eusebio:(Junín, provincia de Buenos Aires, Argentina, 16 de julio de 1914 - Paraje El Recreo, provincia de Santa Fe, Argentina, 14 de marzo de 1953) fue un piloto argentino de automovilismo. Murió en un accidente durante una carrera. Debido a muestras de altruismo, incluso cuando estaba en juego su posición en la carrera, como el rescate a los hermanos Gálvez en 1940 o el de Juan Manuel Fangio en 1948 durante la Carrera Buenos Aires-Caracas (el Gran Premio América del Sur), donde llegó en el segundo puesto por haber preferido detenerse a rescatar a su compañero, se lo conoce como "El Caballero del Camino". (N del E)
(5)     Agosti Héctor: (1911 - 1984). Uno de los más destacados intelectuales argentinos. Preso durante la Década Infame, escribe en la cárcel su primer libro: El hombre prisionero. (N del E)
(6)     Zapata Gollán Agustín: ( 23 de noviembre de 1895 - 11 de octubre de 1986 ) fue un historiador, periodista, xilógrafo, escritor, profesor, y arqueólogo argentino, nacido en la ciudad de Santa Fe (capital), fue el descubridor de Santa Fe la Vieja y fue director del Departamento de Estudios Etnográficos y Coloniales, iniciando las excavaciones que pusieron a la luz los vestigios de Santa Fe la Vieja. (N del E)
(7)     Eduardo Mallea (14 de agosto de 1903, Bahía Blanca, Argentina - 12 de noviembre de 1982, Buenos Aires) fue un escritor y diplomático argentino. Fue durante muchos años el director del suplemento literario del diario La Nación. (N del E)


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2ª Carta a Luis Gudiño Kramer


Esperanza, 31 de julio de 1953

Señor Luis Gudiño Kramer

Querido compañero:

                        Ya sabe que usted es mi albacea. En tal carácter, y si por este antipático frío austral acaba conmigo, le envío Las Malvinas, ese humilde poemita mío al que la prensa seria parece tenerle miedo. A tantos años de Martín Fierro, y en una hora que no es de paz sino de generosa guerra por la causa del hombre, hay todavía quienes no quieren que el poeta «cante opinando». La consigna de esta gente es la de «no comprometerse»; la orden que mandan observar es de una desaprensión que saca la piel de gallina: «Dejad que los otros se rompan el alma. Mientras, cantad a la luna empobrecida de sangre, a la margarita de los caminos que el viento deshoja y a los cenobitas de la edad media que duermen en sarcófagos pesados y sordos». Los temas tiene que proponérselos el poeta, para lo cual lo más indicado es ladearle la cara al pueblo de ojos suplicantes, al semejante, e ir a hablar con las vacas.

                        Entonces uno se envuelve en una ropa larga y suelta, sin mangas, que permita hablar mal de las espinas del camino,  y con paso de nocturno lánguido, fija la mirada en la lejanía, con desprecio de la realidad circundante, avanza majestuosamente hacia el animal que pace o hacia la blanca roca que sobresale del suelo, para exclamar: Oh, vaca; oh, roca (no se arriesga nada con la elección, porque una no habla y la otra no se mueve, sólo tú me comprendes). Inmediatamente después uno se sienta sobre la hierba muelle, busca por el aire el tema formidable, y ¡zas! comienza el soneto, en cuyo último tercero las palabras «mala suerte» y «pálida muerte» deben encontrarse. Además, se hacen cosas maravillosas, decidiéndose a no comprender el mundo, a hacerse el loco, a hablar mal de los hombres, a decir que la humanidad no tiene remedio, que el hombre es un mal sujeto, que la vida no vale la pena vivirla y otras macanas por el estilo. Después usted junta todo eso, hace un libro y se lo dedica a algún difunto. ¡No meterse con los vivos y con los que quieren vivir! La dicha está en el más allá. Resignación y desentendimiento. Esta es la fórmula. O también aquella otra, un poco más egoísta: Después de mí, el diluvio.

                        Verdaderamente que es una lástima no poseer eso que podría llamarse la aptitud de la locura. Porque vea que hay algunos, muchos, que saben hacerse los locos o los zonzos, ya lamentablemente, no tenemos esa habilidad, y como el personaje martinferriano, no podemos sacar las patas de la güella, aunque vengan degollando. Es nuestro destino. ¡Nuestro noble destino, amigazo!

                        Y chau, porque si continúo voy a empezar a decir macanas.

                        Su amigo invariable,

José Pedroni


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Carta a Amelia Biagioni (1)


Esperanza, 13 de diciembre de 1954

Amelia Biagioni

Estimadísima colega y amiga:

            Hoy recibí la carta de usted, fechada el 10. Elena me la había anunciado. Ambos, Elena y yo, le agradecemos sus amables palabras.

            Le devuelvo firmada, su solicitud de socio de la SADE(2). La he subscrito con el mayor gusto. Comparto su pensamiento de completar la ficha en Buenos Aires. En la capital le será fácil obtener la otra firma. No creo, por lo demás, que en la SADE se ajusten demasiado a los reglamentos, en punto, a esa formalidad. Ellos mismos le resolverán toda dificultad.

            Elena y yo le deseamos toda suerte de felicidades. En medio de los triunfos que le auguramos, no nos olvide. En especial, desearía que no olvide aquello que, impulsado a proteger su numen, me permití decirle acerca de la dignidad del oficio y del deber de la inteligencia. El nobilísimo destino del canto está lleno de exigencias. Si le señalé el riesgo y le hablé de aquello a que está obligado el artista, es porque creo en usted. Defienda la luz que lleva, aproximándola pura a quienes necesitan de ella. Puede haber es esa forma de conducción, alguna espina –las habrá, sin duda−; pero ese es el camino del mensajero auténtico. Avanzando por él, sin pensar en la notoriedad o la recompensa, tiene sentido nuestra vida y nos hacemos dignos del don recibido. Los ojos del pueblo dicen siempre si vamos o no descarriados. No olvide los ojos del pueblo, mi buena amiga. Mire siempre allí para orientarse. Déjese llevar por ellos.

            Elena le envía sus cariños, que uno a mis afectuosos saludos.

José Pedroni

(1)     Biagioni Amelia: (1916-2000) Poetisa argentina nacida en Gálvez, Santa Fe, coterránea de José Pedroni. (N del E)
(2)     SADE: Sociedad Argentina de Escritores. (N del E)

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2ª Carta a Bartolomé Vercelli

Esperanza, 22 de diciembre de 1955

Querido Vercelli:

                        Días atrás tuve el gusto de leer en «Propósitos» las bellas palabras con que usted canta magníficamente mi tiempo que se fue en Gálvez. Se las agradezco de todo corazón. Fue para mí una muy agradable sorpresa el encuentro de su poema, no sólo por estar dedicado a mí, sino porque lo veo, como poeta, muy afinado en su voz y muy alto en la universalidad humana del mensaje, resuelto en imágenes bellas y exactas.

                        Si todos los trabajos que usted tenga hechos son así, creo que debiera ya reunirlos en un volumen y darlos al pueblo, tan necesitado de cosas que sirvan a su causa, y donde él se reconozca en esperanza y sufrimiento.

                        El pueblo ama la vida y está siempre a la espera de quienes ganen su corazón para amarla más, de quienes le ayuden en su generoso anhelo para mejorarla. Creo que usted debe pensar si no le ha llegado la hora de cumplir con este noble servicio, alegrando su propio corazón al hacerlo.

                        Conservaré entre mis recuerdos más queridos su generoso saludo poético que, repito, me ha gustado mucho. Lo digo sinceramente. Es bello, claro y puro, y tiene, además, el valor de venir de un hijo de pueblo y de ser, por tanto, una espiga madura de mi tierra.

                        Sinceramente suyo

José Pedroni

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1ª Carta a Bernardo Verbitsky(1)

Esperanza, 27 de enero de 1956

Querido Verbitsky:

                        Leí su nota sobre la antología de «El Litoral». La encuentro generosa; pero, gracias. Haré lo posible de no contradecirle con mis futuros trabajos.

                        Preocupado como estoy con esto del centenario de la colonización, se me ocurre que Davar puede hacerse presente con algún artículo adecuado a la índole de la revista, que guste y haga justicia a la colectividad que la sostiene, y la idea es ésta:

                        Esperanza fue fundada por Aarón Castellanos(2), de sangre hebrea. Castellanos tiene todas las características del profeta que guía. Hay hasta una notable semejanza fisonómica entre el Aarón de la estatuaria religiosa y el Aarón salteño. Las mismas manos, los mismos ojos, y la misma barba estremecida.

                        Aarón o Aharón quiere decir «el que enseña», o «el que guía» y «el Verbo». Fue Sumo Sacerdote, hermano mayor de Moisés, que debía conducir al pueblo elegido por el desierto y hacerlo cruzar el Mar Rojo a pie enjuto para llegar a la Tierra Prometida.

                         Aarón Castellanos también condujo a los pobladores elegidos hasta Santa Fe; les hizo atravesar la selva virgen, el desierto y a pie enjuto, el Río Salado; para llegar con ellos a la tierra prometida, igual que el pueblo de Israel. («Llegado yo con ellos a la tierra de su destino», dice Castellanos en sus escritos). Esperanza debía fundarse al norte, remontando el Río Paraná, pero (como estaba en las Escrituras) los hombres, inspirados por Jehová, cambian de ruta y así fue como cruzaron el «río amargo», como el Mar Rojo. Moisés guió el éxodo de los hebreos. La emigración, la salida, se repite sobre la tierra como hecho básico de la historia, una vez más, con Castellanos. Este es el Antiguo Testamento.

                        Esperanza dudó mucho tiempo sobre la elección de su patrona, hasta que un día, el 25 de diciembre de 1863, el Consejo Municipal, sensible a la inspiración de Fray Rafael Pozzini, puso a la Colonia bajo la protección de la Virgen Niña, cuya festividad se celebra el 8 de setiembre (hoy día del Agricultor). Las Escrituras dicen: «In nativitate tua gaudebit universa terra», esto es «Con tu nacimiento se alegró la tierra», porque al nacer la Virgen, el mundo cristiano conquistaba la Esperanza de su redención. Y esto es el Nuevo Testamento.

                        Lo uno y lo otro parece probar que Esperanza, donde la tierra se divide y se entrega, estaba prevista desde el principio de los tiempos.

                        Le dejo esta banderilla, y me despido con un gran abrazo.

                        Suyo

José Pedroni

(1)     Bernardo Verbitsky: Importante cuentista y novelista argentino. (N del E)
(2)     Aarón Castellanos (Salta, Argentina, 8 de agosto de 1799, 1800, 1801 ó 1802 - Rosario, Santa Fe, Argentina 1 de abril de 1880) fue un colonizador y militar argentino que incentivó el poblamiento de la provincia de Santa Fe, teniendo como obra culmine la fundación de la colonia agrícola Esperanza, en 1856. Luchó por la independencia de su país en Los Infernales, bajo las órdenes de Martín Miguel de Güemes e inició la exploración del Río Bermejo, en 1824. (N del E)

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Carta a Pablo Rojas Paz(1)

Esperanza, 11 de febrero de 1956

Señor Don Pablo Rojas Paz
Buenos Aires

Querido Pablo:

                        Recibí tu carta dirigida a los «Amigos de Esperanza», que ya puse en manos del presidente de nuestra Comisión, para que sea leída en la próxima reunión del miércoles 15 (si el Carnaval no se opone). Te informaré con todos sus pormenores, lo que allí se converse al respecto.

                        En cuanto a mí, me ha producido viva complacencia la noticia que nos das de tu posible novela sobre la Colonia. A medida que voy haciendo acopio de antecedentes desconocidos (u olvidados) del «hecho de Esperanza», crece mi interés sobre este extraordinario acontecimiento. La búsqueda que viene realizando mi hijo en los archivos del Congreso –merced a tu amable carta de presentación−, pone en descubierto cosas interesantísimas. El boletín Nº 2, ya en tus manos, transcribe toda la información de «El orden(2)». Tenemos en prensa el Nº 3, que recibirás en estos días, con datos no menos valiosos de «El Nacional» y «El Nacional Argentino(3)», reveladores de la empresa titánica cumplida por Castellanos(4) en Europa, cual fue la de conmover a pueblos y funcionarios, hasta ponerlos de parte de nuestro país. El apotegma alberdiano(5) tuvo en Castellanos el verdadero ejecutor, dentro y fuera de la Confederación. Destruir el bíblico prejuicio del «Bleibe daheim und nahre dich redlich» («Quédate en tu casa y aliméntate honradamente») no fue para el gran salteño tarea menos difícil que la de ganar la confianza de los «Encargados de negocios», prevenidos y reservados, de los países que le tocó recorrer en su función esclarecedora de nuevo profeta mayor. Fue el misionero de la colonización. En cada lugar por él visitado dejó un discípulo en la persona de un apoderado. Controvirtió con los clérigos, arengó al campesinado, conquistó a gobernantes y señores, de día y de noche, sin dar tregua a nadie. «Las tareas que para todo esto he tenido –dice a Juan María Gutierrez(6) en carta datada en París el 7 de junio de 1955− exceden a cuantas otras he practicado hasta hoy día, pues hace mucho tiempo que ni el reposo del sueño lo he podido conseguir». Notable es la «Circular» que Vanderest, su apoderado en Dunkerque, distribuye a millares por Francia, Suiza y Alemania. Es de una extensión que abarca alrededor de 30 páginas manuscritas. El escrito se cierra con la reproducción de 5 cartas de otras tantas personalidades rioplatenses en París, siendo la más interesante de dichas notas la que suscribe Balcarce(7), agente nuestro, y que está dirigida al Encargado de Negocios de la Confederación Suiza en París, Coronel Karman. La también otra valiosa carta del general Ángel Pacheco(8), dirigida al propio Castellanos, y una del General Mansilla(9), muy cortés. Como toda esta literatura exige mucho espacio, nuestro tercer informe de prensa recoge lo esencial; pero queda en mis manos el material a tu disposición, en el caso que tu anunciada visita se produzca.

                        Volviendo a tu novela, someto a tu consideración una idea mía, que el Pr. Guala −nuestro presidente− ha encontrado feliz: Tenemos que visitar al Interventor, en Santa Fe, en los próximos días. Pensamos, de paso, llegarnos a «El Litoral(10)» y hablar con el director Sr. Caputto, buen amigo nuestro, a cuya iniciativa se debe la creación de la Biblioteca de «El Litoral», editora de buenos libros, impresos con muy buen gusto en Castellví(11). Hablaremos con el Sr. Caputto sobre tu novela y le señalaremos de cuánto valor sería para la colección que la publicaran con su sello. «El Litoral» −lo digo por experiencia propia− paga mejor que ninguna otra editora del país. Si la sugerencia fuera aceptada (creo que la aceptará con gusto, porque se beneficia, y eso anda buscando), podrías hacerte, de entrada, de algunos miles, contra entrega de los originales, y cobrar el resto después. Te ruego me des, por expreso, tu respuesta categórica. Y para orientarte, te diré que mis derechos –ya cobrados− sobre mi antología de «El Litoral» fueron de $ 8.000. Para Monsieur Jaquín, que entrará en prensa en marzo, he pedido más y han aceptado. Como el que tiene que poner precio a tu libro eres tú mismo, me darás las cifras, siempre, claro está, que mi idea te cayera bien.

                        En cuanto a tu viaje y permanencia en Esperanza –que me parece indispensable− no hay inconveniente. En mi casa, que es pobre, o en la del señor Hevia, que es rica, o en la de cualquier otro vecino, te podrás hospedar cómodamente. Ya veremos.

                        Nada digo de tu proyecto de dictar aquí una conferencia, pues estando yo metido en ella, me alcanzan las generales de la ley en punto a decisión. Por respeto, no creo que vengan a tomar dictamen de mí. Además, me está entrando un poco de vergüenza frente a las noticias que da la prensa del país de nuestra efeméride. Sea porque desconocen el suceso que se conmemora, o porque lo conocen de oídas, la verdad que todo lo rellenan con mi nombre. A algunos de los que han venido he tenido que rogarles que cesen de fotografiar al poeta y vayan al campo a fotografiar a los gringos, que son los que siembran y ordeñan. La gente va a terminar por creer que estoy haciendo la fiesta para mí. Tal les dije a los reporteros de «El hogar», a quienes, finalmente, pude llevar a la casa de Grenón a fotografiar las herramientas de los fundadores, las cartas de aquella época, los viejos libros de romances y de música para coro, el castaño secular, el primer paraíso, etc. La colonización es todo esto, y no yo.

                        Bueno, querido Pablo; te envío un gran abrazo con un recuerdo afectuoso para tu buena Sara. Elena, que está aquí a mi lado, me encarga de hacerles llegar a ambos su sonrisa.

                        Tuyo, 
José Pedroni

(1)       Pablo Rojas Paz: (1896 – 1956), escritor y poeta nacido en Tucumán (Argentina) cuya obra  describe la situación social de las poblaciones rurales. De entre su producción destacan: Arlequín; El patio de la noche; Hombres grises, montañas azules y Mármoles bajo la lluvia. (N del E)
(2)       El Orden: Periódico editado en Buenos vigente al momento de la fundación de Esperanza en 1856. (N del E)
(3)       El Nacional y El Nacional Argentino: Periódicos de la Confederación Argentina en tiempos de Justo José de Urquiza, vigentes al momento de la colonización de Esperanza y relatores de esta gesta. El primero, editado en Buenos Aires por Domingo Faustino Sarmiento a partir de 1855 y el segundo, editado en  Paraná –Entre Ríos– apareció el 3 de octubre de 1852 con tirada en jueves y domingos. (N del E)
(4)       Castellanos Aarón: (Salta, Argentina, 8 de agosto de 1799, 1800, 1801 ó 1802 - Rosario, Santa Fe, Argentina 1 de abril de 1880) fue un colonizador y militar argentino que incentivó el poblamiento de la provincia de Santa Fe, teniendo como obra culmine la fundación de la colonia agrícola Esperanza, en 1856. Luchó por la independencia de su país en Los Infernales, bajo las órdenes de Martín Miguel de Güemes e inició la exploración del Río Bermejo, en 1824. (N del E)
(5)       Apotegma Alberdiano: Apotegma (sentencia o máxima) célebre de Juan Bautista Alberdi (1810-1884; jurista, economista, político, escritor y músico argentino, autor intelectual de la Constitución Argentina de 1853) “En América, Gobernar es poblar” (N del E)
(6)       Juan María Gutiérrez: (n. Buenos Aires; 6 de mayo de 1809 - m. Buenos Aires; 26 de febrero de 1878). Estadista, jurisconsulto, agrimensor, historiador, crítico y poeta argentino. (N del E)
(7)       Balcarce Mariano: (1807-1885) diplomático y médico argentino, quien se casó con Mercedes Tomasa de San Martín y Escalada, hija del libertador de América, José de San Martín. (N del E)
(8)       Ángel Pacheco: (1793  -1869), militar argentino, educado como oficial de José de San Martín y uno de los principales comandantes de las tropas de la Confederación Argentina durante los gobiernos de Juan Manuel de Rosas. Fue posiblemente uno de los más brillantes generales de la historia argentina, y nunca perdió una batalla en que mandara en jefe. (N del E)
(9)       Mancilla Lucio Norberto: (1789 – 1871), Militar, político y diplomático argentino. De destacada actuación en el combate de la Vuelta de Obligado, en 1845, en defensa de ese paso, contra la escuadra anglofrancesa. Estuvo casado en segundas nupcias con Agustina Ortiz de Rozas, la hermana menor de don Juan Manuel de Rosas, y fue padre del general Lucio Victorio Mansilla. (N del E)
(10)    El Litoral: Periódico de la Ciudad de Santa Fe, capital de la provincia homónima, Argentina. (N del E)
(11)    Castellví: Talleres gráficos de la ciudad de Santa Fe. (N del E)

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Carta a Roberto Salama(1)

Esperanza, 6 de setiembre de 1960

Querido Salama:

Vuelvo a usted con algunas reflexiones más alrededor de nuestro gran cuentista rioplatense. Lo hago al cabo de varios días dedicados a releer las mejores páginas de Quiroga(2), y, por razones obvias, sus cuentos más discutidos, que son los de presunto contenido social, y tras cambiar ideas acerca del escritor y del hombre con colegas y amigos que lo tienen bien leído y estudiado. De esta averiguación han salido algunas novedades que se me ocurre han de interesar a usted. Unas son opiniones y otras descubrimientos de orden bibliográfico, a saber:

1.- Evaristo Stessens, convecino mío, autor de numeroso cuentos y de dos o tres novelas, a quien tengo en alta estima por considerarlo uno de los mejores creadores del género en el país, me ha hecho llegar por escrito su juicio en esta controversia. Como usted verá, conviene él conmigo en la forma de entender diversos aspectos de la obra del maestro. Tratándose, como se trata, de la opinión de un colega muy bien situado en el orden de las ideas, maduro de años y de oficio, con larga experiencia del problema social, he creído conveniente dar vista a usted de sus conclusiones, marginando algunas por compartirlas o simplemente por la impresión que me han producido. Es que Stessens, aparte de su versación dialéctica, y del conocimiento que tiene de todo el pasado proletario del país y de extramuros, ha andado mucho, y anda, con el hombre de trabajo. El obrero, a cuya clase pertenece (trabaja en la oficina de una fábrica que es típica como entidad explotadora, ve de cerca el trabajo y conversa con los trabajadores), no tiene secretos para él, y, consiguientemente, nadie con más autoridad que él para decirnos si hay exactitud en el relato que Quiroga hace de una de las primeras huelgas del yerbatal argentino, como para descubrir, si la hubiera, cualquier falsedad escondida del cuento. Quienes hemos sido, ya actores o ya simple espectadores de algún movimiento laboral de 30 ó 40 años atrás, o sea cuando el proletariado de tierra adentro estaba poco o nada informado y no existía en él verdadera conciencia de clase, no podemos menos que encontrar fidedigna la relación de sucesos que Quiroga hace en Los precursores; porque así fueron «nuestras» primeras huelgas, y en nuestra condición fortuita de participantes o de testigos oculares, podemos dar fe de incidentes pintorescos y de no pocos absurdos, como el de querer el huelguista asaltar un almacén o el de hacerse a la idea que en adelante podría vivir sin trabajar, surtiéndose gratis en las tiendas ajenas, que su fantasía transformaba en inagotables fuentes de abastecimiento. En ningún momento Quiroga registra esa mentalidad entre infantil y primitiva para burlarse de ella, y mucho menos para reírse del esfuerzo del bracero por salir de su terrible situación. El ser histórico que hay en el escritor ciñe su relato a la verdad. Así lo vemos nosotros que hemos presenciado de hechos análogos en nuestro medio, con ser éste mucho más evolucionado que el de la región de los yerbales. La realidad de aquella hora era, a nuestro ver, tal como Quiroga la presenta: acciones instintivas, ningún conocimiento, mucha ignorancia y bastante barbarie. Nadie sabía nada de nada. Solamente se sentía sobre las espaldas el látigo cruel y se esperaba la señal –que vendría de alguna parte algún día− para salir con grito y palo por el desquite. Tenga usted la seguridad que ninguno de los actores de aquel suceso conocía el significado del término «Boycott», y que es cierto lo que anota Quiroga de que muchos lo tomaron por el nombre de un personaje providencial, de un salvador. A este respecto, por lo demás, sólo estaríamos en presencia de un nuevo y curioso simbolismo de la palabra, que por odio al castigado ya había sido transfigurada por el doliente explotado en imagen convencional del castigo, pues todos sabemos que Boycott no es sino el apellido del primer propietario «boycoteado», que era un irlandés. Para la mente chaqueña de aquel lejano entonces, don Boycott, pues, resultaba ser una especie de irlandés, de nuevo cuño, totalmente opuesto al primitivo. Don Boycott era el que traía la reivindicación. Y Quiroga hace muy bien en señalar ese despropósito reñido con la historia, porque al hacerlo descubre con dos palabras la ingenuidad de aquella gente, con lo que destaca, de paso, que no es la palabra lo que importa sino la idea que lo alienta y sostiene.

Lo que a mí me parece que en Los precursores queda fielmente documentada es la pureza original que movilizó a aquella gente; la conmovedora inocencia que los impelió a seguir el trapo rojo de Vansuite(3). En aquella columna humana no podía haber más que el presentimiento de la existencia de una salida a la luz o de un huerto dentro del infierno.

Se me ocurre que toda primera rebelión de masas tuvo que ser así: desordenada, descabellada, desvalida y fuerte a la vez. Y pintoresca. Pero pura de toda pureza, porque brotaba de la tierra, como el león que se ve acorralado, de la guarida. El pensamiento del hombre no estaba aún intervenido por ningún concepto, ni el discurso desfigurado por metáfora alguna. El aprendizaje vino después, con sus cosas buenas y malas, como lo dice el peón que cuenta: «Sin él, que llevó primero el trapo rojo al frente de los mensús(4), no hubiéramos aprendido los que hoy día sabemos…».

Pienso, pues, que hay que manejar con cuidado las sutilezas, y que el crítico llamado a hacer una labor exhaustiva debe ubicarse bien en el tiempo y el medio, si quiere sacar conclusiones verdaderas. Suponer –por ejemplo− para abonar una argumentación que se propone demostrar algo, que los actores del cuento de Quiroga tenían alguna idea lúcida de lo social, conduciría al crítico a afirmaciones erróneas.

El mundo humano del cuento de Quiroga era de los más inocente y puro. Sus criaturas se me ocurren vírgenes y desnudas. Y tal el retrato que Quiroga hace de ellas, sin ánimo de despreciarlas.

2.- Hemos hallado un ejemplar del número 4 de «Sech» (marzo de 1937), revista de la Sociedad de escritores de Chile, que es una edición dedicada casi íntegramente a Quiroga. Se la envío en la inteligencia de que usted no la conoce y le resultará útil. Contiene ella tres artículos que me parecen muy buenos, de Glusberg, Rojas y Martínez Estrada, y otros, ya menos interesantes, de Montenegro y Hernández Catá. Figura allí, también, el discurso con que Alberto Gerchunoff(5) despidió, en nombre de la SADE(6); los restos del escritor desaparecido. He subrayado en tales artículos algunos párrafos sobre los cuales quiero llamar la atención de usted. He hecho, además, algunas acotaciones marginales, mientras operaba con el pensamiento de usted y el de los autores que iba leyendo. Las oposiciones de ustedes son verdaderamente notables, y algunas inexplicables, tanto, que hacen pensar en disposiciones previas, prejuicios y preconceptos, de los que hay que saberse cuidar porque son adulteradores del juicio recto.

Le envío también un recorte de «La Nación» con un artículo donde W. G. Weyland recoge algunos recuerdos de sus visitas a la casa de Quiroga en Olivos.

Le suplico que me cuide todo este material informativo y que me lo devuelva tan pronto lo desocupe, porque lo quiero conservar en mi archivo, por devoción a la memoria de Quiroga… y para la contingencia de que un día nos obliguen a salir en defensa de nuestro amigo.

Alguien supo decirme (¿usted?) con la intención seguramente de cargar la tinta en su imagen de un Quiroga desprovisto de simpatía por el semejante e inmoderadamente egoísta, que el escritor no quería ni oír hablar de aquel amigo a quien había dado muerte con un disparo casual. Pero, ¿es que se gana algo torturándose con el recuerdo de un hecho violento del que fuimos involuntario y desgraciado protagonista? ¿Y qué prueba en contra de nadie puede sacarse de la necesidad de olvidar? Pienso yo, y creo que pienso bien, que cuanto más sensible es el sujeto, más necesita del olvido absoluto de sus infortunios para alejarse del suicidio y poder seguir viviendo. Y es Quiroga –Que en El Desierto cambia su nombre por Subercasaux− quien nos da la dimensión de toda su tragedia, cuando escribe: «Supo al día siguiente, al abrir por casualidad el ropero, lo que es ver de golpe la ropa blanca de su mujer ya enterrada; y colgado, el vestido que ella no tuvo tiempo de estrenar. Conoció la necesidad perentoria y fatal, si se quiere seguir viviendo, de destruir hasta el último rastro del pasado, cuando quemó con los ojos fijos y secos las cartas por él escritas a su mujer, y que ella guardaba con más amor que sus trajes de ciudad… Duro, terriblemente duro aquello…(7)».

Naturalmente que en la operación intelectual de pasar de una cosa conocida a otra que se supone por la relación que tenga con la primera, las demostraciones de orden crítico pueden ser de lo más sorpresivas y contradictorias: y allí donde a mí me parezca ver un gran dolor que es contenido a duras penas para poder sobrevivir, usted sólo descubre un desordenado y excesivo celo de sí mismo, un frío egoísmo. Según usted, Quiroga sería un hombre cerrado que defiende su tranquilidad sobre todas las cosas; y según mi opinión no es más que un hombre a quien la pena está asfixiando. Y ambas deducciones son verosímiles y, por tanto, cuestionables. Mi ventaja sobre usted –si tengo alguna, aparte de mi intuición y mi vejez− consiste en que yo conocí de cerca a Quiroga. Tuve el privilegio, la buena suerte, de estar varias veces con él, ya en el café, ya en el acto cultural o en su propia casa. Compartí su mesa; pude mirarlo muy hondo en sus ojos, y bajar a su corazón, que encontré lleno de ternura. Lo vi trabajar y jugar y saltar como un niño. Vi como Darío –entonces un muchachón− no salía de la casa sin dejar un beso en la frente del padre, y cómo Eglé –una chiquilla− revoloteaba alrededor de su progenitor como un pájaro enamorado. Y este conocimiento del hombre en su hogar –como el de su lucha en su medio y en su tiempo− creo que debe ser consultado por quien se dé a la tarea de hacer un examen crítico de la obra de nuestro gran cuentista, y muy en especial porque la vida, el espíritu y la obra de Quiroga forman una sola cosa indivisible, tal como Glusberg y Rojas lo sostienen.

Frente al párrafo de El Desierto arriba transcripto, y que se me ocurre una confesión, usted puede conjeturar: «  He aquí el hombre que busca justificarse, que tiene conciencia de su debilidad y se adelanta a defenderse de aquello de que será acusado un día». Pero yo puedo decir, con tanto o más derecho a ser oído, porque conocí la densidad espiritual de Quiroga y lo veo solo y desvalido con su gran alma frente al mundo: «Está sosteniendo, desesperadamente, con ambos brazos, para no morir aplastado, un muro de adversidades que se le viene encima».

De lo dicho se infiere que yo no pueda compartir su opinión de que Quiroga no confiaba en el hombre; de que lo comparaba con el animal salvaje y sacaba de la confrontación una ventaja para la fiera. Quiroga, es cierto, se nos presenta por momentos escéptico y cruel, inclinado a negar y castigar al hombre; pero era porque el hombre no respondía a su esperanza, al gran amor que alentaba por él. Era un impaciente. Su anarquismo resulta de esta impaciencia amorosa, de su incapacidad para esperar. Sólo el que ama tiene derecho de castigar –dice el poeta hindú−. Hay que saber hallar esa razón de amor en los hilillos de crueldad, de burla, de ironía, que vienen mezclados con la ternura de su lenguaje. Creo, en suma, que el corazón de Quiroga estaba lleno de piedad y que había en él un gran interés por el hombre y su destino.

Le saludo muy afectuosamente, y me quedo a la espera de sus noticias. Me agradaría saber si Glusberg le ha respondido, y en qué términos.

Suyo afmo.

José Pedroni

Nota:  En mayo de 1957, en «El Fogón de los Arrieros», de Resistencia, calle Brown 188, Justo C. Morales dio una conferencia sobre «Quiroga maestro de escuela». Le doy la noticia, por si le interesa conocer ese aspecto poco divulgado de las actividades del gran cuentista, que hizo de todo; por intermedio de Aldo Boglietti puede usted conseguir el texto de la conferencia o llegar hasta el autor, si es que no lo conociera.

(1)     Roberto Salama: Periodista, escritor y crítico literario Argentino nacido en 1922. (N del E)
(2)     Quiroga Horacio Silvestre (Salto, Uruguay, 31 de diciembre de 1878 – Buenos Aires, Argentina, 19 de febrero de 1937), cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo. Fue el maestro del cuento latinoamericano, de prosa vívida, naturalista y modernista. (N del E)
(3)     Vansuite: Personaje del libro “Los precursores” de Horacio Quiroga. (N del E)
(4)     Mensú: nombre que recibe el trabajador rural de la selva en la zona de Paraguay y las provincias argentinas de Corrientes y Misiones, y en particular el trabajador de las plantaciones de yerba mate. El término, de origen guaraní, proviene de la palabra española "mensual", referida a la frecuencia del pago del salario. (N del E)
(5)     Alberto Gerchunoff: (Proskurov, Imperio ruso, 1 de enero de 1883 - Buenos Aires, Argentina, 2 de marzo de 1950) fue un escritor y periodista argentino. Escribió numerosas obras, entre las cuales se destacó Los gauchos judíos, posteriormente llevada al cine. (N del E)
(6)     SADE: Sociedad Argentina de Escritores. (N del E)
(7)     Horacio Quiroga en su libro “El Desierto” se refugia en el personaje de Subercasaux para relatar su propia tragedia: Durante 1915 y viviendo Quiroga en Misiones con su esposa Ana María Cires, ésta se suicida con veneno luego de una violenta pelea con el escritor. (N del E)

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2ª Carta a Bernardo Verbitsky

Esperanza, 26 de setiembre de 1960

Querido Verbitsky:

                        Frente a su carta, que me preocupa, tanto como me sorprendió su amonestación telefónica en Buenos Aires, porque estaba muy lejos de suponerlo molesto conmigo, tengo que ponerme a considerar si no hay en mí un torpe que se ignora.

                        Sé que pongo sinceridad en mi palabra diaria como en los actos de mi vida de relación, y que trato de ser justo y no causar dolor; pero usted me crea la alarma de que no tengo el sentido de la medida para manejar lo uno y lo otro, y, lo que es mucho peor, de que puedo ser desdeñoso e ingrato. Si esto fuera cierto, resultaría falsa la impresión que yo he venido teniendo de mi pobre humanidad. Nunca me he creído mejor ni peor que nadie; pero me sentía de fondo bueno, humilde, y de serena imparcialidad para aplicar mi juicio. Ahora veo que en determinadas circunstancias llego a ser injusto y desconsiderado con quien además de poseer la verdad me quiere hacer un bien.

¿Qué puedo decir en mi descargo por mi olvido de usted que ciertamente estaba allí jugándose por una causa y por mí? No encuentro más que estos atenuantes: mi pudor, mi natural piedad por el hombre en desgracia y mi oposición de toda la vida al alboroto entre nosotros. Estoy hecho, además, a la idea de que los premios a las letras no ayudan más que para comprar carne. (Esto es lo que le dije a Barletta(1)). Es una verdad histórica que nunca han servido para dar la medida exacta del valor, porque desde antiguo el interés, la relación y la intriga se vienen colando en alguno disfrazado de jurado imparcial. Además, por sobre los jurados, sean ellos excelentes, está la puerta última ya verdadera del pueblo que recuerda u olvida. Alfredo de Vigny(2) –lo sabe usted− dice por ahí que la misión del poeta o del artista –llama al poeta apóstol de la verdad siempre joven− es de producir, y todo lo que él produce es útil si su obra es admirada. Dice también que es en la memoria del hombre donde el escritor comienza su larga vida. La gloria no es más que eso, verdaderamente. Así que, querido Verbitsky, no vale la pena indignarse más de la cuenta por las injusticias −transitorias− propias de la flaqueza humana.

Hay otra cosa también en mí, instintiva, que no sé cómo llamarla: Entre dos que contienden, me pongo de parte del que veo perdido, aunque esté deseando íntimamente su derrota. Un ejemplo: días atrás fui con algunos hinchas furiosos a ver un partido de fútbol. Nuestros adversarios no sabían qué hacer para «pararnos». Los hinchas implacables reclamaban más sangre, y allí estaba yo, entre ellos, protestando por supuestas infracciones de los nuestros y alentando a la visita para que hicieran goles. Me querían matar. Y otra rareza: me avergüenza oír hablar de mí, y tengo cierta propensión a la soledad interior y aversión por aquello que clasifica y dirige.

Amo al pueblo y me entrevero en todas sus cosas; pero me gusta pasar desapercibido, andar sólo con mi individualidad, liberado de toda presión y comentario, porque estos me confunden. Tal vez sea por esto que yo permanezca en Esperanza, cuya aurea mediocritas(3) le cae bien a esta alma doliente y tímida, y salvaje a la vez, que tengo. Y recuerdo ahora un cuento que Mateo Booz(4) supo publicar hace muchos años en «La Nación». Preguntóme él, mucho tiempo después, si yo no me había visto aludido en su relato, que tenía por protagonista a un poeta a quien nadie conocía, autor de un libro que si se vendía era porque la madre del escritor lo iba comprando y regalando a hurtadillas. Un día premian el libro (me enteré después que nadie lo había leído, a excepción de don Juan B. Terán(5), a la sazón jurado, según el mismo me lo dijo), y los dispensadores de la notoriedad, con el gobernador a la cabeza, se conmueven, al punto de que se ponen a organizar visitas y agasajos que, por molestos, acaban por obtener del destinatario una respuesta inesperada: «¡Por favor, déjenme en paz!». Aquel muchacho era yo, en efecto, y no ha cambiado. Como Vigny, sólo sigue pidiendo a la sociedad el derecho a la vida y respeto para su sueño.

Le cuento todas estas cosas, características de algún desarreglo en el pensar, sentir y obrar, con la esperanza de que hallen comprensión en usted y alcancen a desvanecer todo resabio de amargura o desilusión por una imprudencia en la que no medió la voluntad de desairarlo. Usted no tiene noción de su propio valor. Si la tuviera, no me hubiera hecho caso.

El anticipo que el bueno de Porto(6) me transmitió telefónicamente de la sonrisa favorable de usted –no habrá sido una invención piadosa de él, ¿no?− y su propio artículo sobre «Cantos del Hombre» −que le agradezco− son reveladores, felizmente, de su conocimiento de mí y de que no estaba tan crecido su enojo, como para que no podamos seguir siendo, sin reservas, buenos amigos, que es lo que deseo de todo corazón.

Acépteme un abrazo, y quedó aquí, recordándole.

Suyo

José Pedroni


(1)     Barletta, Leónidas:  fue un escritor, periodista y dramaturgo argentino nacido el 30 de agosto de 1902 en Buenos Aires y muerto el 15 de marzo de 1975 en la misma ciudad. Fundó y dirigió el periódico cultural “Propósitos”. (N del E)
(2)     Alfred Victor de Vigny: (Loches, 27 de marzo de 1797 – París, 17 de septiembre de 1863) fue un poeta, dramaturgo, y novelista francés. (N del E)
(3)     Aurea mediocritas `Dorada mediocridad´. Expresión del poeta latino Horacio que ensalza las virtudes de la moderación en la vida. (N del E)
(4)     Mateo Booz: Seudónimo de Miguel Ángel Correa, importante cuentista Argentino nacido en Rosario (Santa Fe) el 7 de agosto de 1881 y fallecido el 16 de mayo de 1943. (N del E)
(5)     Juan B. Terán (San Miguel de Tucumán - Tucumán, 1880 - 1938). Pensador, educador, historiador y escritor argentino. En 1914 fundó la Universidad Nacional de Tucumán (N del E)
(6)     Porto: Pedroni se refiere al poeta José Portogalo. (N del E)

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3ª Carta a Bartolomé Vercelli(1)

Esperanza, 16 de octubre de 1962

Querido Vercelli:

                        Aquí tengo su última carta del 12 del corriente y otras anteriores alrededor del mismo asunto: los originales de su bello libro Ruedo del pétalo. Si usted se sintiera un poco molesto por mi tardanza en responderle, quiero decirle que tiene toda la razón del mundo. Me allano, pues, a su protesta, pero no sin pedirle que no saque de mi silencio otras conclusiones que las propias del mismo: mi papelería desordenada, en razón del cambio transitorio de domicilio; el desacostumbrado fenómeno de mi casa invadida por toda suerte de gente, de adentro y de afuera; la compra de mi casa nueva con las corridas que ello supone (mañana firmo la escritura); las angustias del momento político del país y de lo que sucede en el mundo, en nuestro mundo latinoamericano; mi salud no del todo bien, etc. etc. En ningún momento piense que haya habido algún cambio en el juicio que le di de viva voz acerca de sus últimas poesías, que me parecen cada vez mejores. Ocurre en usted que de golpe descubre su voz auténtica, una voz que no tiene casi nada que ver con la anterior y que estuvo escondida dentro suyo durante mucho tiempo, hasta que aparece y sube y se expande, posesionándose de cuanto le rodea. Quiero decirle que esta novísima expresión estética suya ha sido para mí una sorpresa, agradabilísima por cierto, en cuanto la estuve esperando por días y días, seguro de que existía en usted. Nunca participé de la opinión de aquellos que tenían dudas acerca de su condición poética. Lo que ocurre es que el hecho germinativo es de lo más curioso, y a veces reclama toda una vida para producirse. Tal su caso de ascensión, que se presenta dueña de sí misma, libre de ligaduras y sin caídas.

                        Y es en razón de la pareja calidad que encuentro en esto últimos poemas suyos, que no he podido hacer de los mismos la selección que usted me pedía, con vistas a reunirlos en un libro. Los he leído dos o tres veces; pero, puesto en la tarea de ordenarlos, finalmente no he sabido decidirme. Es que los poemas, pienso ahora, son hijos suyos, y nadie más autorizado que usted para conocerlos y elegirlos. No se deje aconsejar. Componga usted mismo el ramo.

                        Lo único que me permito indicarle es que al hacer la selección vaya respetando la unidad temática y la particularidad expresiva, a objeto de conservar –como decía Lugones− la redondez de la perla. Cada trigo en su granero. Agrupe los poemas de amor en un capítulo (Dulce desconocida, Elegía de Otoño, Ven, amor, ¿Quién te retiene?, Tu sonrisa; Nadie como tú, etc.), los de intención social en otro, etc. Tengo otra indicación que hacerle, que responde, naturalmente, a una costumbre personalísima, que usted puede o no tener en cuenta: Ayude al lector, puntuando bien sus poemas. La poesía no se desmerece con una coma más, cuando este signo es necesario a la claridad. Dígale a Osvaldo(2) que le dé una mano, en estas cuestiones ortográficas.

                        Si yo tuviera comodidad en casa le diría que cuando tenga hecha la selección, se dé una vuelta por aquí. Pero no tengo ninguna suerte de comodidades.

                        Sinceramente de usted, su amigo que le quiere bien y que desea verlo triunfar.

José Pedroni


(1)     Bartolomé Vercelli: Poeta de Gálvez (Santa Fe), ciudad natal de José Pedroni (N del E)
(2)     Osvaldo Messiez: Escritor y poeta Santafecino contemporáneo de José Pedroni. (N del E)

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4ª Carta a Bartolomé Vercelli(1)

Esperanza, 21 de noviembre de 1962

Querido Vercelli:

                        Recibí su carta del 16 del actual, y con ella, una copia de su poema Ya viene, que tan buena impresión me causó cuando por primera vez lo leí, gracias a la fineza del amigo Evaristo Stessens(2), a quien el común amigo Osvaldo Messiez(3) se lo había hecho llegar. Le he remitido a «Presente», recomendándoselo a Barletta(4).

                        Compláceme reiterarle lo que le dijo Stessens sobre la lectura del mencionado poema; que me parece bellísimo, de una frescura contagiosa y lleno de luz. Las imágenes son precisas y bellas; todo lo cual hace que el humanísimo mensaje que el trabajo contiene llegue instantáneo al corazón y a la mente del destinatario a través del estremecimiento que produce la poesía auténtica, que es aquella que se hace respondiendo a un dictado interior, que no conoce otra fórmula que la de la claridad y sencillez.

                        Ya viene le ha brotado a usted del corazón, como el agua misma, y responde a una necesidad de desahogo del poeta, a un desborde de aquello que se hace sólo dentro de uno y que finalmente se transmite, para poder descansar. Se me ocurrió que tal será el proceso del agua viajera, acumulada en la nube, que en un momento se resuelve en lluvia.

                        Siga usted produciendo de esta manera, sin urgir ni violentar lo que es irremediable, y estoy seguro que nos irá dando cosas llamadas a perdurar. Recuerde lo que de tan bella manera dijo Juan Ramón(5) de la poesía pura e inocente:

                        Vino, primero, pura
                        vestida de inocencia;
                        y la amé como un niño.
                        Luego se fue vistiendo
                        de no sé qué ropajes;
                        y la fui odiando sin saberlo...

                        Es indudable que en su breve poema están presentes los valores de esa desnudez esencial a que alude el autor de Platero. Enhorabuena, pues.

                        Suyo, affmo.

José Pedroni


(1)     Bartolomé Vercelli: Poeta de Gálvez (Santa Fe), ciudad natal de José Pedroni (N del E)
(2)     Osvaldo Messiez: Escritor y poeta santafecino contemporáneo de José Pedroni. (N del E)
(3)     Evaristo Stessens: Escritor y cuentista de Esperanza, ciudad adoptiva de José Pedroni. (N del E)
(4)     Barletta, Leónidas:  fue un escritor, periodista y dramaturgo argentino nacido el 30 de agosto de 1902 en Buenos Aires y muerto el 15 de marzo de 1975 en la misma ciudad. Fundó y dirigió el periódico cultural “Propósitos”. (N del E)
(5)     Juan Ramón Jiménez: (1881 – 1958) escritor y poeta español, ganador del Premio Nobel de Literatura en 1956, por el conjunto de su obra, designándose como trabajo destacado de la misma la narración lírica Platero y yo. (N del E)


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Carta a Luis J. De Paola(1)

Esperanza, 22 de noviembre de 1962

Señor Luis J. De Paola
Buenos Aires (Lobos)

Estimado joven:

                        No quiero dejar sin responder la amable carta de usted, llegada a mis manos cuando yo acababa de regresar de Centroamérica, no muy bien de salud y lleno de cosas y de compromisos; todo lo cual me atrasó considerablemente en la atención de la correspondencia, en forma tal que nunca podré ponerme al día. Cuánto se escribe, ¿no?

                        Esta carta tiene, pues, un doble objeto: justificar la demora con que le contesto y darle mi impresión sobre la muestra poética que usted se sirvió enviarme, esto último sobre una nueva lectura, que acabo de hacer, de sus cuatro epístolas.

                        Me gustan sus trabajos. Es usted, constitucionalmente, un poeta auténtico, de voz propia, llamado a hacer cosas perdurables, para todos, en razón de que quien escribe está viendo girar el mundo a su alrededor y se comunica con él mediante un lenguaje accesible, tal como lo aconsejaba Tolstoy(2) y en contra de los sostenido por Mallarmé(3) que abogaba por una poesía egoísta y desdeñosa, hija de la soledad, la sombra y el misterio. Porque aquella será siempre una poesía útil y ésta no pasará de un entretenimiento de mandarines «inclinados unos sobre otros, confiándose secretos al oído», los cual puede complacer a un Cocteau(4), pero no a nosotros que nos sentimos parte del pueblo y vivimos su peripecia.

                        Hay que ponerse del lado de la verdad, en contra de la mentira creadora de mitos y a favor de lo que es patrimonio común. Ello nos hará sensibles al mundo exterior, y nos dará alegría y optimismo, sin los cuales nunca se alcanzarán los secretos de la poesía sencilla y clara, pero trascendente, que complace y conmueve al hombre común, conquistando de él la simpatía y la esperanza. Hay que hablar con el hombre como un amigo, plegarse al ambiente, dialogar.

                        Para lograrlo, tenemos que hacernos entender, dejando de lado las fórmulas aristocratizantes y conquistando las altas planicies de la sencillez…, lo cual no es fácil, ciertamente. (Sólo yo sé cuánto me cuesta ser sencillo, cuánto padezco para llegar a la simple claridad.)

                        Volviendo a sus versos; me ha dado usted una alegría: poder decirle que me agradan, que son bellos, con mucha luz y fragancia. Tal vez advierta en ellos alguna imagen forzada; pero es poca en la pareja unidad del trigal que empieza a madurar.

                        Finalmente quiero agradecerle su Cantata, que me dedica. Grato es oír, al fondo del camino, la voz de la juventud que nos contesta –o nos despide−, haciéndonos saber, mientras avanzamos, que algo de lo que hicimos perdurará.

                        Enhorabuena y adelante. Lo estoy esperando.

                        Cordialmente de usted

José Pedroni


(1)     Luis J. De Paola: Escritor argentino nacido en Lobos (Buenos Aires) en 1940. Actualmente reside en Madrid (España). (N del E)
(2)     Lev Nikoláyevich Tolstói o León Tolstoy: (1828 – 1910) novelista ruso considerado como uno de los más grandes escritores de occidente y de la literatura mundial. Sus más famosas obras son Guerra y Paz y Anna Karénina, y son tenidas como la cúspide del realismo. (N del E)
(3)     Stéphane Mallarmé: (1842 – 1898) poeta y crítico francés, uno de los grandes del siglo XIX, que representa la culminación y al mismo tiempo la superación del simbolismo francés. (N del E)
(4)     Jean Cocteau: (1889 – 1963) poeta, novelista, dramaturgo, pintor, diseñador, crítico y cineasta francés. (N del E)


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Carta a Leticia Roffin (*)

Esperanza, 20 de diciembre de 1962

Srta.
 Leticia Roffin
Reconquista

Distinguida señorita:

                        Tengo el agrado de acusar recibo de la amable carta de usted de fecha del actual.

                        Le agradezco los conceptos que se sirve formular alrededor de mi obra literaria. La opinión de usted tiene para nosotros, los escritores, el valor de lo que responde al dictado de la emoción, de cuya autenticidad no se puede dudar. Certifica que el mensaje ha llegado a destino, y consiguientemente, que tiene alguna probabilidad de perdurar en el tiempo. Quienes no «escribimos por escribir» (Sarmiento) sino para ponerse al habla con el hombre, que es nuestro amigo, pues lo que nos interesa y conmueve es el acontecimiento humano, experimentamos un sentimiento de verdadero placer cuando obtenemos del lector –como en el caso de usted− la respuesta que buscábamos. ¿Qué sentido puede tener la poesía que no sea vehículo de idea y sentimiento, personal o colectivo? El poeta no es más que la voz del pueblo, transfigurada en belleza. El pueblo lo acepta cuando se reconoce en ella, y la hace suya en el recuerdo, hasta sentirse autor de lo que canta. Lo auténticamente bello es aquello que pasa al patrimonio común, no por función de la crítica, sino por simpatía de la gente que tiene el íntimo conocimiento de lo hermoso y verdadero, y que pocas veces −nunca− se equivoca.

                        Le debo, pues, esta alegría: saber que usted ha sido alcanzada. Tal vez logre un día, pienso, lo que siempre he deseado: no ser olvidado. La gloria no es más que eso.

                        Desearía poder enviarle algún libro, a título de amistoso recuerdo; pero ya no tengo ejemplares en mano. Si usted tiene consigo alguno (acaba de salir La Hoja Voladora, de la «Editorial Eudeba») y me lo envía, será un placer para mí, firmárselo.

                        Le saludo muy afectuosamente. Le deseo toda suerte de éxitos en sus estudios. Saludos a sus maestros y sus padres.

José Pedroni

            (*) Suponemos una lectora (N del E)


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Carta a Carlos Carlino (1)


Esperanza, 10 de diciembre de 1966

Querido Carlitos:

                        Días atrás recibí tu cable, que dice poco y mucho a la vez. Buscando un símil, te veo como esos repartidores de pasto fresco de nuestro tiempo de muchachos, que iban descargando su alfalfa de puerta en puerta; pero que a veces se paraban a tomar una copa, y se olvidaban de la carga, que quedaba en la calle con su fragancia y sus mariposas. Adivino todo lo que tenés que decirme. No hace falta que me lo contés. Tu aventura y la mía han sido iguales. Vamos para viejos, y ya nos quedan pocas ganas de ir dejando brazadas de hierbas en las casas de los demás. El oficio de pastero ha sido siempre pasar hambre: nadie paga las cuentas; nadie ve las mariposas ni sabe apreciar la frescura del pasto. Entonces uno dice: «que salgan ellos con la guadaña que j…» Ése es tu estado de ánimo…; pero yo no soy un consumidor cualquiera; no tengo vaca, ni conejos, ni gallinas siquiera. Y necesito tu pasto verde. Para meter mi cabeza adentro, para revolcarme en él.
                        Aquí pasa Elena y me dice que estoy sonriéndome mientras te escribo. Sacá la consecuencia: hay que escribir, hay que decir las cosas, para no morirse de pena o de aburrimiento. De modo que a ese tallito de alfalfa que me mandás, lo retribuyo con una horquillada, tan grande, que no vas a poder abrir la puerta de tu departamento.
                        (Alfalfa verde y linda): «Colmegna» va a hacer una nueva edición de Gracia Plena –la sexta−. Firmé un contrato, en virtud del cual tiene que pagarme $20.000 por mes, hasta que se acaben los llamados «derechos de autor» (unos $ 125.000). A la firma del contrato me hicieron la primera entrega. ¡La plata me duró cuatro días! (separá esta planta de ortiga, que va mezclada al pasto verde). Otra: La Biblioteca Vigil, de Rosario, tanto j… que me hizo firmar un cotrato para una edición de mis obras completas (unos 400 poemas; no todos), que irán en dos tomos de 500 páginas y que tendrán un apéndice con eso que se llama «currículum» (las macanas que han escrito de uno). No sé cómo he salido con vida de esta tremenda tarea. Hace una semana que entregué el trabajo. Elena me dijo que tenía la cara de un resucitado. Hice sufrir a toda mi familia mientras luchaba a brazo partido con los poemas y los juicios críticos. Finalmente salí al limpio, que importaba recibir la paga convenida (el saldo $ 75.000) y me encontré con que el colchón no tenía lana. La pobre gente de la Vigil está pasando un mal momento en razón de que al llamado «operativo bancario de cooperativas» le han cortado la cabeza. Están buscando la plata, pero no la encuentran (más ortiga en el montón de alfalfa), ¡y yo con las maletas listas para viajar a Mar del Plata! Para peor, el gobierno no ha pagado la jubilación ni el aguinaldo de Diciembre a los que cobramos en el Banco de la Nación, ni dice cuando lo hará. Así que estoy seco de toda sequedad, y con deuda documentada del departamento, que tengo que pagar religiosamente, mes por mes. ¿Cuál será la mejor forma de quitarse el «fiá» (así le llamaba mi pobre viejo a eso que se conoce por respiración); meter el pescuezo en una soga o cortarse románticamente las venas?
                        Como ves, la ración de alfalfa que te dejo en la puerta tiene bastante «mío-mío(2)» y otros yuyos que producen la muerte o que dan urticaria.
                        Pero me siento desahogado. Hacé lo mismo conmigo, Carlitos; sacáte ese peso que te agobia: tiráme una brazada de tus cosas por sobre el tapial, así se me envenene algún bicho del corral…
                        ¡Ah! Todo no ha sido penuria. al revisar papeles me encontré con muchas cartas tuyas, que releí con placer, y con otras que tenía trascordadas, de otros muchos amigos muy queridos. Cartas, ¡algunas de cuarenta años atrás! Hasta dí con un editorial (sí, un editorial) de octubre de 1923, del diario «El Litoral», donde hablan del poeta «de la vecina y progresista villa de Esperanza», a quién el gobierno o las entidades de cultura debieran estimular, «para que esa luz que acaba de prenderse no se apague… etc. etc.». En el artículo (¡cómo se escribía por aquel entonces!) hablan del Papa Alejandro, que le perdonaba a Cellini(2) sus crímenes sólo por haber hecho magníficas obras de arte, y también citan a no sé qué filósofo…; todo para referirse a un poeta de tierra adentro (que lo único que quería es que lo dejaran tranquilo).
                        ¿Y que tal tu Silvia, y tu hijo, el principito? Aquí lo tenemos siempre al hijo mayor de Ana María, con su cara y color de América, como un rehén. Ana María estuvo en EE.UU., becada y contratada, y ahora está de regreso en Guatemala, dictando inglés y otras materias. Están bien allá.
                        Por nuestro árbol genealógico pasó la guadaña. Es menos de seis meses murieron tres de mis hermanas: Carolina (que estaba en España), Antonia y Catalina. Queda, de mi familia, una sola mujer y cuatro hermanos varones. Se están cayendo los árboles.
                        ¡Y basta!
                        Un gran abrazo
José Pedroni
                        ¿Sabés que Z.G. «se prendió» y ahora está por España, hurgando archivos? Lo merece. Pero es vivo, ¿eh?

(1)     Carlos Carlino: (1910-1982) Poeta y dramaturgo santafecino. Autor de  "Poemas de la tierra",  "Poemas con labradores",  "La voz y la estrella" y "Poesía Litoral" entre otros. (N del E)
(2)     Cellini, Benvenuto (1500 – 1571) Escultor florentino autor de numerosas obras de arte para el Vaticano, Reyes y nobles de su época. (N del E)

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Carta a Clorinda P. de Gudiño Kramer (1)


Esperanza, 13 de diciembre de 1966

Sra.
Clorinda P. de Gudiño Kramer
Córdoba

Estimada, inolvidable amiga:

                        Yo soy de los que escriben poco (ustedes lo saben, y yo lo siento por mí), pero de los que piensan permanentemente en los seres que están alojados en su corazón, y que mantiene con ellos una suerte de coloquio sin palabras, que a veces duran horas. Entre estos seres están ustedes, tan queridos, tan admirados, que un día se fueron a otra provincia y me dejaron una lastimadura que el tiempo no cierra; antes bien, que se extiende, y no sé por qué; tal vez porque yo también participé del pecado santafecino de haberlos perdido; de no haber sabido retenerlos. Me consuelo de mi culpa pensando que siempre ha sido así, a juzgar por lo que dice S. Lucas, en el vers. 24, cap. IV: «En verdad os digo que ningún profeta es aceptado en su patria». Con este mismo versículo, consuélense ustedes también de la ingratitud de que han sido objeto por parte de quienes fuimos sus comprovincianos muchos años.

                        Quiero darles hoy una alegría. ¿Es falta de modestia decirlo? Pero se me ocurre que le agradará saber que por este mismo correo estoy mandando a «El escarabajo de oro», de Buenos Aires, una copia de aquel poema inédito que hace muchos años le dediqué al pequeño Horacio Gigli, uno de sus titiriteros, cuando usted tenía aquel retablillo, en Santa Fe. Como usted verá, he corregido el poema; tiene alguna ligera variante, que en mi opinión lo favorece. Me parece que ha quedado bien. Así lo ve Elena, y ella no se equivoca. No hay mejores críticos que la mujer, cuando de poesía se trata. Tienen la intuición de lo bello.

                        ¿Cómo va don Luis? Aunque usted pueda dudarlo –por el silencio de que le hablo−, he seguido paso a paso las alternativas de su dolencia, y me alegré sobremanera cuando supe que se restablecía. Hace unos días hablábamos de él con Osvaldo Messiez, de Rosario, y lo recordábamos con verdadera emoción. Ruégole darle este mensaje a su marido: que pronto le voy a escribir una larga carta. Esta de hoy es para usted. Mañana será para él, en la extensión y los términos que Luis Gudiño Kramer, gran escritor y relevante ciudadano, merecen.

                        Hasta pronto, pues, con mis mejores sentimientos.

José Pedroni

(1)     Clorinda P. de Gudiño Kramer: Esposa de  Luis Gudiño Kramer  (1898-1973). Escritor santafecino. Autor de Aquerenciada soledad, Tierra ajena, Señales en el viento, etc. (N del E)
(2)     Osvaldo Messiez: Escritor y poeta santafecino contemporáneo de José Pedroni. (N del E)

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Carta a Leónidas Barletta (*)


Esperanza, 29 de setiembre de 1967

Querido Barletta:

                        Aquí le envío, por si acaso le agrada publicarlo, mi último trabajo en verso: La bicicleta con alas. Va acompañado de dos vistas del velódromo que un grupo de gente humilde y animosa construyó en esta ciudad, aprovechando una gran «cava» que quedó pegada al pueblo, hecha por viejas ladrillerías. La idea es rodearla de un gran parque.
                        Mi poema fue dedicado al Club Ciclista Esperancino, constituido por gente amiga, a quien secundé en la política de «ablande» al gobernador Tessio(2) cuando yo estaba en la Dirección de Cultura. La pista es un triunfo del pueblo unido, del pueblo pobre, en un fin de bien común.
                        los muchachos del Club Ciclista, nerviosos y apurados, hicieron imprimir el trabajo, con fines de divulgación. Creo que lo llevan a Córdoba, donde el domingo próximo hay un certamen ciclista o cosa parecida. Le aconsejo, pues, que se apure, si es que desea publicar el poema.
                        Me agradaría que usted utilizara las fotos que le envío, y no ilustraciones de artistas que agarran para «el lao de los choclos». El poema es dulce, lleno de ternura, como todos mis trabajos, y no les caen bien dibujos intencionados como aquel de Alonso a «Los Hombres Grandes». Prefiero las fotos, que son un reportaje directo.
                        Un gran abrazo, extensivo a toda la gente que lo rodea. ¡Lindo «Propósitos»! Uno se reconforta leyéndolo.
                        Suyo Affmo.
José Pedroni
                        Elena me dice que le manda su sorisa.
                        Dígale a la dulce Rosita que me mande algunos ejemplares de «Propósitos», cuando aparezca el poema. Quiero darle 2 o 3 números al Club de ciclistas.

(*) Leónida Barlettas:  fue un escritor, periodista y dramaturgo argentino nacido el 30 de agosto de 1902 en Buenos Aires y muerto el 15 de marzo de 1975 en la misma ciudad. Fundó y dirigió el periódico cultural “Propósitos”. (N del E)

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Carta a Horacio J. Achaval (1)


Esperanza, 8 de noviembre de 1967

Señor
Horacio J. Achával
del Centro Editor de América Latina
Av. de Mayo 1365 – 8º p.
Buenos Aires

Estimado colega y amigo:

                        Ayer me llegó, por expreso aéreo, una carta de mi comprovinciano Carlos Catania(2), el autor de Regreso al río, que actualmente se halla en San José de Costa Rica, contratado por un año por la Dirección de Artes y Letras de ese país. Con él está uno de sus hermanos, aquél que, antes de partir también para Centro América, mantuvo una entrevista con usted en procura de noticias que pudiera llevar a Carlos, respecto del libro de éste. Las noticias parecen que fueron buenas, tanto en lo que se referían a la calidad de la obra como a la segura edición de la misma, y con ellas voló el muchacho a Costa Rica, para informar al hermano y quedarse allá a trabajar con él. Hace unos cinco meses de todo esto. Desde entonces no han tenido novedades de usted, y Carlos Catania está preocupado, naturalmente, tanto más cuanto no tiene copia de los originales que dejó en esa editorial.
                        El autor, luego de informarme de todos estos pormenores, me formula el siguiente pedido: «Don José: ¿sería usted tan amable de comunicarse con Achával y preguntarle lo que pasa? Le ruego me disculpe, pero sé que usted me comprenderá. Asimismo envíeme la dirección de la editorial. Gracias». Quien está lejos y desconectado, se explica que pueda alarmarse más de la cuenta. Nosotros sabemos que la editorial marcha y que sus ediciones están entrando bien: que han ganado el favor del público lector. Pero sería conveniente que usted, o alguien de allí, le comunicara estas cosas al compatriota que está en Costa Rica; que le dé seguridades de la publicación del libro y cuál es la fecha prevista de su puesta en prensa.
                        Por lo demás, le diré que Catania sigue duro y parejo en la tarea de creación. Acaba de dar término a Las abuelas, libro de relatos, y está por dar fin a Las hermanas, una novela larga.
                        Yo estoy aquí con mil cosas que me tiranizan. La ocurrencia de la SADE, de premiarme, me ha llenado de compromisos y me ha tapado de papeles. Esta es una de las razones por la cual no he vuelto a usted todavía acerca del libro mío de que habíamos hablado, para el Centro Editor. Concédame un compás de espera.
                        Hasta pronto, pues, con saludos muy cordiales.

José Pedroni
Señas de Carlos Catania:
Embajada de la Rep. Argentina
Apartado 1963 – San José de Costa Rica (C.A.)


(1)     Horacio Achával: Escritor y editor de Buenos Aires. (N del E)
(2)     Carlos Catania: Escritor santafecino. (N del E)



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Carta a Juan I. Tamburini (1)


Esperanza, 15 de noviembre de 1967

Señor Dn.
Juan I. Tamburini
Buenos Aires

Estimado maestro:

                        Respondo a la amable carta de usted, del 10 del corriente mes, que me ha conmovido verdaderamente, y sorprendido, y cohibido, tantas cosas dice ella de mi obra poética, en especial de Gracia Plena, ese libro de mi juventud, tan lejano en el tiempo, que la gente sigue leyendo y prefiriendo, sin que yo, el autor, acierte a comprender ese prendamiento general en el mundo de mis lectores; tanto más cuanto algunos de mis libros posteriores, son, a mi juicio, superiores a aquél, o por lo menos iguales en el aspecto formal y estético y en su intensidad humana. Pero debo estar equivocado. Hay «algo» en ese libro, imponderable, que yo mismo no percibo y que justifica la simpatía del lector que va renovándose. Soy yo mismos el que vacila, cuando, oyendo ocasionalmente alguna poesía de Gracia Plena, o releyéndola, me emociono profundamente como si yo no la hubiera escrito. Es probable que de todos mis libros sea ese el más sentido de mi producción poética; pero no puedo asegurarlo, porque todo lo que he hecho antes o después, ha respondido a una necesidad interior, a un dictado del alma que quiere desahogarse. Yo no he gozado más, ni padecido menos, al escribir Maternidad que Nguyen Van Troi (fusilado cruelmente en Vietnam), poema éste publicado en «Propósitos» el 17 de junio de 1965, y puesto a elegir es muy posible que me quede con éste último, que también es un canto a la vida, además de una denuncia por una muerte estúpida.

                        Sea como fuere, el recuerdo del pueblo tiene la última palabra, porque estoy hecho a la idea de que es el medio quien crea a sus poetas, y consiguientemente, es el hombre quien memoriza aquello que ha de perdurar, porque se reconoce en cuerpo y alma en la voz que canta.

                        Trato de hacer memoria de lo que escribí a usted a principios de mes. Para comprenderme mejor, quiero que me ubique como un poeta que ya se ha salido de su piel, y comparte el drama de la humanidad, y especialmente el del mundo que lo rodea, dentro del cual es actor y testigo. El regocijo de los hechos buenos tanto como donde tales cosas ocurran. Mi pensamiento, respecto de la función social del escritor, participa, por ejemplo, de Vargas Llosa («Primera Plana», 1967, Nº 245), y más que pensamiento es en mí sentimiento, o asociación natural de lo uno con lo otro. El canto –lo he dicho alguna vez− sostiene el corazón del hombre; pero no es sólo recreación, y es igualmente legítimo cuando fluye agresor de los hontanares del alma lastimada, para hacer entrar en vereda a la sociedad en falta. Por tanto, el poeta es inconscientemente heroico, y no le está consentido desoír la verdad que lleva adentro o adulterarla. Cuanto más sinceridad y amor ponga en lo que dice, más pura será su voz y menos contemporizadora. Hay que decir lo que la conciencia manda, por dolorosa que fuere, porque quién es sensible a la contemplación, pierde poco a poco su poder espiritual. Este rigor alcanza al historiador.

                        Yo quisiera mandarle algún recuerdo, pero no tengo nada en mano en este momento. Ha aparecido un disco con mi voz; allí está Maternidad y varias poesías más. Tal vez quede algún ejemplar por ahí. Si quiere tenerlo véalo a Yanover(2) (Librería Norte) Pueyrredón 1454. Los que yo tenía, los he regalado. Sólo me queda uno.

                        Reciba mis saludos afectuosos y respetos para su hogar

José Pedroni
25 de Mayo 1313

Nota: Envíele un libro a Adolfo Cristaldo(3), Colombia 342, Trelew (Chubut). Dígale que lo hace por indicación mía.


(1)     Juan Tamburini: Escritor y editor de Buenos Aires. (N del E)
(2)     Se trata del poeta Héctor Yannover. (N del E)
(3)     Adolfo Cristaldo: Poeta chaqueño. (N del E)

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