Libro 1: La gota de agua - 1923



INDICE

- Dedicatoria: A Elena Chautemps

- La gota de agua

- Canto a la lluvia

- El sueño eglógico

- A la espera del sol

- Milón

- La primera yugada

- Humo

- Palabras a la ovejita sola

- Palabras al caballito de la noria

- Palabras a la muchachita muda

- La juguetería

- Gitana
 

Dedicatoria: a Elena Chautemps

Entorné las puertas, y salí de viaje
con mis tres burritos a buscar fortuna;
pero en el camino me hechizó la luna,
y esta poca cosa sin querer te traje.




La gota de Agua

Oh gota musical que se separa
de la inmortalidad y oye mi oído
caer continuamente en el olvido
de mi honda penumbra, oh gota clara!

Una estrofilla de infantil dulzura,
sólo en la fuente alguna vez oída,
me ejecuta en el alma la caída
inmaterial de aquella gota pura.

De un agua fresca como de cisterna,
mi pozo espiritual colma la gota:
y sin querer tengo una voz remota
y a todas horas la mirada tierna.

Oh gota de agua dulce que te estancas
en mi profundidad, de cuyo hueco
interminablemente sube un eco
que es como un vuelo de palabras blancas.

Oh gota musical que me deparas
el milagro ideal de tu caída,
cáeme siempre, siempre que mi vida
vive en el canto de tus notas claras.




Canto a la lluvia

¡Oh, lluvia, te espero!
y ha pasado toda la luna de enero
— una luna errante de rostro encendido —,
y tú no has caído!.
Por verte en el cielo
no duermen mis ojos,
y los tengo rojos
de tanto desvelo.
Este viento cálido
me quema la frente, y estoy todo pálido.
siento que me muerde
la sed del desierto.
¡Hazte pronto, lluvia,
que el día que llegues en tu nube verde
yo ya estaré muerto!.

Sin sueño, sentado,
miro el horizonte de luna y estero,
¡y han pasado todas las noches de enero!.
Limpio está el aljibe, barrido en tejado,
libre la reguera,
y bajo el alero,
limpia la tinaja de barro vidriado,
que espera.

Se puebla el silencio con perdidas notas
de un lejano ruido,
y aguzo el oído;
buscando tus gotas
recorro la arena de la senda clara;
para ver si caes levanto la cara,
y huelo la brisa para ver si vienes.
Oh, lluvia, ya tengo resecas las sienes,
y todo se ha ido de mi tierra nueva.

¡Entra en mi cisterna para que te beba,
cubre mi enlosado,
quítame el fastidio del rostro cansado
y mójame toda la melena rubia,
oh, lluvia!.
Más que a la nevada de invierno que alfombra
los largos caminos,
y más que a la sombra
de mis tres espinos;
más que a la palabra del fuego hechicero,
— ¡y eso que la quiero! —
más, oh, lluvia, te amo.

Y por eso siempre, te llamo, te llamo. . .,
y bajo la noche, sentado en mi puerta
te espero,
o voy a buscarte como a bien perdido
por luna y sendero,
llevando en mis ojos el pájaro herido
de mi sed abierta.

Escúchame, lluvia: De tanto quererte,
de mirarte tanto,
de las muchas noches que me habló tu canto
y salí a beberte
por donde desagua
tu copioso llanto,
como un dulce sueño me vino un deseo:
¡ser agua! ¡ser agua!
ser entre los hombres como el agua pura;
decirles palabras de paz que tuvieran
tu mismo aleteo
y que las sintieran
caer en sus almas como de una altura.
¡Ser agua! ¡ser agua!
ser sobre la tierra como el agua clara,
y decirle al hombre que me interrogara:
— Bebo en mi cisterna; me lavo la cara
con agua de lluvia; tengo a toda hora
mojada en mis hombros mi melena rubia,
y por eso ahora
¡soy como la lluvia!
¡soy como la lluvia!

Ah, si yo pudiera
caer todo un día,
como tú, del cielo, y hacer la alegría
de todo el que espera!
Ah si yo pudiera formar arroyitos
y seguir de cerca la sed del viajero;
llamar en los vidrios con tus golpecitos
y borrar las huellas
del largo sendero;
lavar los tejados y muros cantando,
y en todos los patios, bajo las estrellas,
¡quedarme soñando!.

Oh hermana encantada,
cuéntame el secreto nunca revelado,
pronuncia la blanca palabra ignorada
que transforme en agua mi cuerpo menguado!.
¡Hechízame, lluvia! para que del suelo
suba por los rayos del sol encendido
a hacerme la nube más grande del cielo,
y en un largo vuelo
de pájaro herido,
ir hasta las tierras de los vagos nombres
cayendo en la casa de todos los hombres.





El sueño eglógico
1

Cuando llegué a la aldea mi voz era apagada,
y tenía un profundo dolor en la mirada.

Recuerdos de mi sueños con pesadez de roca
traía en el revuelo de mi cabeza loca.

En mis labios la mueca de la palabra amarga,
y el cardo, entre mis manos, de una desdicha larga.

Me vieron los vecinos, y en todo el caserío
se comentó el misterio del sufrimiento mío.

Urdieron una historia de espanto las abuelas,
y al ir por agua al río, temblaban las mozuelas.

Salí por los caminos, y al ver mis ademanes,
miráronme con ojos de asombro los gañanes.

Pero Milón me dijo: —Tienes un alma buena.
Yo soy un pastor viejo; te quitaré esa pena.

Vendrás a mi bohío, que esa tristeza extraña
se cura para siempre viviendo en la montaña.

Como se pierde el trigo que llevan al molino,
se perderá tu angustia por el primer camino.

Se ha de volver tranquilo tu corazón huraño,
en día que te duermas en medio del rebaño.

El son de las flautillas te encantará el oído.
En los espliegos verdes olerás el olvido.

Cautivará, de limpio, tu sed el arroyuelo,
y te vendrá a los ojos la mansedad del cielo.

Y una pregunta un día me harás con tu mirada:
—Milón, ¿y mi tristeza?—. Y ya no tendrás nada.

2

Como Milón me dijo, me hice un bastón de espino,
y una red de tomiza, y un zaque para vino.
Me preparé un pellico para vestir de invierno,
y aprendí una balada de un estribillo tierno.

3

Una mañana fresca —ya empezaba a gustarme
la vida de la aldea— Milón vino a buscarme.

Traía en las alforjas especias y pan grueso
y, para siete días, vinagre, sal y queso.

En medio del hatillo de cabras, parecía
que su perrito negro ladraba de alegría.

Salimos. Los aromos estaban florecidos.
Los bueyes se ausentaban con profundos mugidos.

En la campiña húmeda cantaban los labriegos,
y era fragante el humo de los primeros fuegos.

4

Milón me iba diciendo: —Si Dios nos acompaña,
tendremos siete noches de luna en la montaña.

Siete noches tan llenas de encantos halagüeños,
que siempre en tu recuerdo serán tus siete sueños.

Un favorable y largo pasado me declara
que es dulce estar hablando bajo la luna clara.
A sentir cosas nuevas es hora que te aprontes,
porque hoy verá tu pena la luna de los montes.

Nunca veré en mis días una esperanza trunca
reverdecer de lleno como la tuya, ¡nunca!.

Porque mirando estrellas igual que los manzanos,
en una sola noche florecerán tus manos.

Tus pálidas mejillas, ante mis viejos ojos,
se pintarán de sangre como los pechirrojos.

Y la caricia helada de tu palabra grave
se hará sobre tus labios un vientecillo suave.

Y volverás diciendo: —La vida es buena, es grata.
La vida, ¡oh viejo amigo!, es como una sonata. . .—.

¡Oh sí, la vida es buena! ¿Qué cosa inadvertida
buscáis en la inocente claridad de la vida?.

No hay nada que sea dulce como cambiar señales,
sentarse en los caminos, comer en los umbrales

y ver que nos sonríen desde una humilde choza. . .
¡Oh, si al volver del monte, te sonríe una moza!

Canta a la vida, amigo, porque la vida es santa
y es agradable y bella. . . ¡Canta a la vida, canta!—

Y por aquel camino, bajo el azul eterno,
yo canté la balada del estribillo tierno.

5

La tarde que volvimos era una tarde rosa.
Llegaban cantos vagos de la campiña humosa.

Por el sendero angosto, que olía a romerillo
y a balsamita fresca nos seguía el hatillo.

Y adelante el perrito se alejaba ligero
como con un deseo de llegar el primero.

Y yo decía: —Noto que estoy todo rosado
como una flor de arándano. Milón, ¿qué me ha pasado?.
Mi vida está colmada de una armoniosa calma.
Algo que es como un ala me golpea en el alma.

Hoy me miré en la limpia corriente de las peñas,
y no encontré en mi cara feliz aquellas señas.

Tú ves, no soy el mismo. Pienso que es bueno todo,
hablo con voz tranquila, camino de otro modo,

y siento un gran deseo de amar una pastora,
por quien, sin conocerla, mi corazón ya llora.

Oh, Milón, una íntima voz me manifiesta
que bailaremos juntos en la primera fiesta.

Quizás al lado tuyo, muy pronto, con sus cabras,
pasaremos diciendo las más dulces palabras.

Quizás mañana mismo tú me verás con ella
volviendo del arroyo con la primer estrella.

Oh, pastor, si me quiere, yo la daré un pandero,
y un cántaro de barro, y un saquillo de cuero.

Serán suyas las flores del monte y la campiña,
y a comer uva blanca la traeré a tu viña.

Yo soy un niño, ¡un niño! ¡Qué ingenua es mi alegría!
Milón, dime qué tengo. Y Milón sonreía.




A la espera del sol

El alba. Por la colina
bala un cuerno. Se ilumina
la aldea con la fogata.
Huele el valle a meliloto,
y en un tramonto remoto
muere el lucero de plata.


Del establo, la tambera
lleva la vaca lechera
a beber en el pozanco,
y, por ser su favorito,
sigue a la moza un cabrito
todo blanco.


La moza huele a poleo,
y es su sonreír tan franco,
que siento como un deseo
de ser su cabrito blanco.





Milón

Con su bastón de aromo y el saco de pellejo
colgando de su cinto, Milón, el pastor viejo,
se ausenta con el alba. Como si fuera un ala
le golpea en el pecho la humosa barba rala.
Milón es el primero que sale de la aldea,
y así, cuando la ermita de sol se polvorea
y hecha a volar palomas con toque de campana,
él va llegando al monte en su nube de lana,
y parece a los ojos un milagroso abuelo
que por el caminito se va subiendo al cielo.





La primera yugada

1

Con los dos bueyes blancos voy arando la llosa
en el fresco momento de la mañana rosa.

¡Oh, yunta inseparable de piadosa mirada,
qué blanca os ven mis ojos sobre la tierra arada!

Milón, que los olivos cercanos ablaquea,
esta aguijada tosca me trajo de la aldea;
pero punzar no puedo vuestra pena callada,
¡oh, yunta inseparable de piadosa mirada!

Después que en la comarca copiosamente llueva,
sembraremos alfalfa bajo la luna nueva,
y cuando tenga flores, un perfumado aliento
en las lejanas chozas entrará con el viento.

Un día y otro día, entre arroyo y montaña,
yo segaré la alfalfa con mi primer guadaña.

Y en los heniles llenos —¡oh, qué suceso tierno!—
los bueyes serán hombres cuando llegue el invierno.

2

Mirando de la cerca con ojos de agasajo,
Simeta se distrae con mi primer trabajo.

Y cuando al lado suyo pasa la dócil yunta,
con infantil deseo de hablarme pregunta:
—¿Viniste desde lejos? ¿Te quedarás aquí?
¿Vas a sembrar centeno para ti y para mí?

Y feliz como un niño sobre la tierra arada,
le digo, rehuyendo la luz de su mirada,
mientras mi mano tiembla de amor sobre la esteva:
—Sembraremos alfalfa, Simeta, en luna nueva.

3

Pastoras de ojos dulces que vais por el camino
con los vestidos sueltos color de flor de lino.

Ancianos pensativos, filósofos ancianos
que hacéis la misma sombra de los brezos enanos.

Robustos leñadores de fuertes manos nobles,
que de tanto ir al monte parecéis viejos robles.

Pastoras de ojos dulces que oléis como las flores,
aldeanos pensativos, robustos leñadores,
tomaos de las manos, haced ronda a la llosa,
¡venid a verme todos en la mañana rosa!





Humo

Con leña menuda de la corraliza
—sarmientos de higuera, ramitas de espliego
y marlitos blancos—, para hacer pan dulce,
en el horno viejo prendimos un fuego.

Sobre la techumbre del henil de paja
infla la paloma su pechito lila,
y colgada al cuello del burrito pardo
llama para nadie que atienda, la esquila.

Abramos las puertas, abramos las puertas
de nuestro ranchito pequeño y añoso;
abramos las puertas para que se queda
siempre con nosotros el humo oloroso.





Palabras a la ovejita sola

Ovejita sola que vienes tras mío
            si yo fuera luna,
        ya hubiera aprendido
tu dulce y quejoso llamado de cuna
y esta misma noche, con un doble cuerno
          de plata saldría
balando en el cielo tu balido tierno. . .
      Y toda la gente se levantaría.





Palabras al caballito de la noria

Pensando, engañado, que es un dulce juego,
das vuelta a la noria, caballito ciego.

Y en la ronda ronda que no te rodea,
buscas un cariño que es sólo una idea.

Caballito ciego que engañado estás,
¡ah, si tú supieras que no lo hallarás!

¡Ah, si tú supieras que nadie te ve
y que nunca a nadie tocará tu pié!

Mi amor, que era un niño, como tú jugando,
mucho tiempo estuvo rondando, rondando.

Era un dulce juego; pero supe un día
que jugaba solo, ¡y ella lo sabía!

Caballito ciego, yo te compraré
con todo el centeno que desgranaré.

Entonces de nadie en la vida serás,
y por el camino que quieras te irás.





Palabras a la muchachita muda

Muchachita muda que todos los días
           vienes a mirarme
y que humildemente sufres en mi puerta
          por querer hablarme.

Muchachita muda de arañadas manos
y de ojillos vivos como de aguilucho,
¡por qué Dios no quiere darte la palabra
para que te alegres con hablarme mucho!





La juguetería

¡Tengo siete cuevas!
¡tengo siete cuevas!,
y en las siete cuevas
siete mil juguetes!

Niña que suspiras
por los amuletos
y los abanicos,
y las sombrillitas
de papel de seda,
y las cajas chinas
de bambú tejido,
y los farolitos,
mírame en los ojos
y verás adentro
mi juguetería.

De mis siete cuevas
son mis ojos, niña,
las vidrieras verdes.

Lágrimas, mis lágrimas,
quiero que las veas.
Para que tú juegues,
caen y se hielan.
Mírame en los ojos,
aunque no me quieras.
Bolitas de vidrio,
mis lágrimas ruedan.
Cientos de muñecas
que duermen te esperan.

¿Cuándo será el día
—aunque no me quieras—
que haya de entregarte
mi juguetería?





Gitana

Un día inesperado, por el camino andado,
llegaste a mi ventana; un día inesperado.

Me miraste en los ojos, y fueron signos rojos
lo que viste en mi vida, más allá de mis ojos.

Oh los signos, gitana, que tus ojos malignos
hallaron en mis ojos, ¡oh los infaustos signos!

Me tomaste las manos, y tus ojos tiranos
leyéronme la triste palabra de mis manos.

Oh la palabra triste, gitana, que leíste
en mis confiadas manos, ¡oh la palabra triste!

Con luciente mirada tu rom* de tez bronceada
me devoraba el sueño de mi pobre mirada.

Y el oro aventurero de su engañoso arillo
se mofaba del oro de mi mirar sencillo.

Temblaban tus medallas que el sol abrillantaba,
y como tus medallas mi corazón temblaba.

Al marcharte me dijiste tu nombre ¡Oh, tu nombre!
¡Cómo es suave tu nombre en los labios del hombre!

Y ahora sufro mucho; con tus augurios lucho
desesperadamente; te nombro, sufro mucho.

Lloro porque no puedo dejarte de creer,
y lloro más, gitana, por que no has de volver.
(*) Marido gitano

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