Libro 7: Monsieur Jaquin - 1956

INDICE
Río Salado
- El día
- Situación
- Origen
- Puerta
- Historia de una escritura
- Vánderest de Dunkerque
- La invasión gringa
- Canto
- Ana Esser
- Braulio Gaytán
- Canción de la niña rubia
- La yegua de Wendel Gietz
- La herrería de Nicolás
- Ana, mujer de Nicolás y el puñado de arroz
- Las dos maestras
- Antonio Ginolet
- Delobel
- Regreso
- Nacimiento de Esperanza
- Magdalena Morand
- Familia
- Monsieur Jaquín
- A Melania
- Serafina de Bellevaux
- Peter y Ana
- La pipa con flecos
- Teodoro Meurzet
- Constancio Constantin
- Reant
- La mancha de tinta
- Precio
- José María Cullen
- Nostalgia
- Cancioncilla
- Mantequilla
- Mensajería
- Centinela
- Cañón
- Apuntes de Jaquín
- Romance del agua amarga
- Aarón se lleva una niña
- La brasa



Río Salado

Enteramente nuestro,
Enteramente indio,
desde la montaña madre
hasta la pampa del gringo.

De espaldas al cansancio,
Bajo a ti ¡oh, mi río!
Lávame de toda impureza
De todo mal designio.

Tuyo es mi cuerpo, como
nacido de ti mismo;
tuyo mi canto,
hecho de silbidos.

Tuyo y de tu orilla
De chañar y aromito
donde el árbol extraño
no tiene sitio.

En tu sal, la amargura
del indio,
con su ofrenda, frutos
por el suelo, y herido.

En tu retorcimiento
Su dolor, hasta el grito.
Círculos de su muerte
tus remansos tranquilos.

Tuyo es mi cuerpo sano,
¡oh, río nativo!
Tus brazos sosteniéndome,
son de barro cocido.

¡Quién supiera tu nombre,
para decirlo;
tu nombre verdadero,
mucho antes del trigo!

Roto en diez mil pedazos
lo tienes escondido.
No lo hallaremos nunca.
Es nuestro castigo.

Sólo, por entre espinas,
el canto de tu hijo:
¡Oh Cululú! _reclamo_.
¡Oh Culuú! _quejido_.

Enteramente virgen,
enteramente indio,
 desde el camino del Perú
hasta el camino del gringo.

Sin entregarte nunca,
pasas hundido.
Con lo que no me quieres,
yo te quiero y te sigo.

Dulce es ir a buscarte
a través de los trigos;
hallarte de repente,
como la víbora, dormido.

Dulce es tocarte en el sueño,
¡oh, mi río!

Decirte: _Tuyo soy;
Como nacido de ti mismo;
ningún puerto te ensucia;
en ti no orinan los navíos;
blanda de boca es tu canoa;
la cina, su abrigo…

Dulce es ir a buscarte
por angostos caminos;
hallarte, despertarte,
gritarte: ¡Indio!

En la estela de un pez
verte huir, evasivo.

Dulce es alzarte en las manos;
dulce admirarte, limpio;
dulce sembrarte en el aire
como en el surco el lino.

Dulce el día y la noche
caminar contigo,
a lo largo de tu ir y volver
por no llegar a destino.

Boca abajo, en tu arena
Se respira el olvido;
Boca arriba, en tu cielo
se ven los niños.

¡Quién suspira tu nombre,
para decirlo;
tenerlo entre los dientes,
grano silvestre, frío!

Leguas de llanto indígena
como pasan, sin ruido.
La amargura de todas las raíces
está en ti ¡Oh, mi río!

De voces torturadas de palomas
es tu camino.

¡Quién suspira tu nombre
- ¿triste? ¿sonoro? ¿íntimo? -;
qué pájaro lo canta,
para oírlo!

Roto en diez mil pedazos
lo tienes escondido.
No lo hallaremos nunca.
Es nuestro castigo.

Sólo una voz perdura,
filial, entre espinillos:
¡Oh, Cululú! –reclamo-.
¡Oh Culuú! –quejido-.





El día

La  caída  de   la    presidencia   de   Rivadavia   produjo,
se  puede  decir,   una  larga  noche   de   veinte   y   cuatro
 años en cuyas tinieblas desaparecieron todas las empresas.

Aarón Castellanos.Colonización en
Santa Fe y Entre Ríos, Rosario, 1877

La libertad sentíase donde se hace el día.
El día era esperando, pero nunca se hacía.

Porque la noche estaba en las manos del mal,
y el mal odiaba a muerte nuestro día trigal.

Cuando la luz se hizo, cuando el trigo se hizo,
el puño de la tierra se levantó, macizo.

Lleno estaba de grano para el pan y la paz.
No volvería el miedo; no volvería más.

Veinte años anduvimos para alcanzar el día.
Quienquiera que lo ame no lo descuide un día.

Tenga el puño dispuesto, ya amigo, ya enemigo.
El puño es poderoso si está lleno de trigo.





Situación

Paloma, espiga y ancla,
a 31 grados y 25 minutos de latitud Sur
-línea del río y la calandria-
y 60 grados y 56 minutos de longitud,
está mi tierra: Esperanza.

Es un pequeño punto palpitante
hacia el norte del mapa;
boya del trigo verde
corazón de la pampa.





Origen

De Suiza, que el gran Hugo vio sentada junto al cielo,
mirándose en los lagos y trenzándose el pelo,
y de Francia, su vecina inmortal,
y de Alemania que lleva en el ojal
la hoja de roble inspiradora,
y de Italia, la gran cantora y bebedora,
vinieron los hombres que nos ayudaron a hacer
nuestro mañana de trigo con la fuerza de su ayer.

La Patria puso la tierra
y la palabra libertad, ganada en la guerra.
Ellos no conocían la fatiga.
Pusieron la fe, que es todo, y también la espiga.





Puerta
El hombre y la mujer frente a la buena tierra,
tierra de Santa Fe: la puerta de la tierra.
El hombre y la mujer que ya en la tierra entran;
la mujer con su miedo y el hombre con su fuerza.
El hombre y la mujer sobre la tierra nueva.
El hombre que en el puño la levanta y la alienta.
La mujer que en la mano del hombre la contempla.
La mujer que en la mano, como a una igual, la tienta.
Hombre y mujer mirándose para decirse: “¡Nuestra!”.

El hombre y la mujer bajo las ramas negras.
El hombre desmontando para encontrar la tierra.
La voz de la paloma que al hombre desconcierta.
La voz de la calandria que a la mujer alegra.
El hombre con el hacha para encontrar la tierra.
La mujer con el agua para que el hombre beba.

El pie del hombre que ara señalando la gleba.
El pie de la mujer sobre la blanda hierba.
Del pie del hombre el trigo, la liebre y la culebra.
Del pie de la mujer el pájaro que vuela…
Vuela cantando el pájaro del color de la tierra.





Historia de una escritura

Art. 7º - El Gobierno de Santa Fe… adjudica a cada
familia… veinte cuadras cuadradas. . .                       .
Art. 10º - El Gobierno de Santa Fe suministra a cada
familia. . .  1º un rancho de dos cuartos cuadrados. . .
 uno  tendrá  una  puerta  y el  otro una  ventana. . . 4º
doce cabezas de ganado, a  saber:  dos  caballos,  dos
bueyes  de  labor,  siete  vacas  y un  tor o para cría. . .
Art. 11º - Los colonos desmontarán los terrenos que se
les adjudiquen. . . 
Del contrato suscripto entre el Gobierno de
Santa Fe y Aarón Castellanos el 15-06-1853

1

Con su plana de promesas
Castellanos llegó a Francia.
Convoca al pueblo en la calle.
Suelta el pájaro que canta.

La hoja se va en el viento
por encima de las casas.
La recogen en la nieve.
La leen junto a la llama.

¿Qué tiene aquella escritura
que nadie puede quemarla?
¿Qué acento tiene de Biblia
en sus frases numeradas?

“Las familias tendrán tierra…”
“Las familias tendrán casa…”.
“Cada cual tendrá dos bueyes,
dos caballos, siete vacas…”.

Con la puerta prometida
el hombre sueña en la cama.
La mujer tampoco duerme,
y sueña con la ventana.

En las siete vacas gordas
piensan los dos y no hablan.
Las ven desfilar obscuras
y lentas, a la distancia.

¡Qué fácil es no dormir
cuando no se tiene nada!

2

Un mar de setenta noches
y un río de tres mañanas
separa la tierra vieja
de la tierra nunca arada.

El precio de la partida
es siempre una novia pálida.
Hay siempre un niño que muere
en las historias del agua.

3

“¿Dónde está la tierra nuestra,
las veinte cuadras cuadradas?
¿Dónde está la casa nuestra
con su puerta y su ventana?”.

Están en una escritura
recogida en la mañana;
en una hoja amarilla
que es de Biblia deshojada.
El hombre quiere volver.
La mujer llora callada.
Quieren volver y no pueden.
Un niño muerto los manda.

Más allá de un río amargo
está la tierra, en un abra,
con liebre, perdiz y hornero,
los tres de tierra quemada.

Y está la casa de barro
junto a un árbol que la ampara
y que es una nube verde
que ha bajado a tomar agua.

El hombre se quita el saco.
La mujer teje y no habla.
Trabajan juntos seis días
y en el séptimo descansan.

Hombre y mujer en la puerta
miran la tierra entregada.
Ya la empiezan a querer.
Ya nunca podrán dejarla.





Vánderest de Dunkerque

El caballero Vánderest, de Dunkerque, dueño y redactor
de un diario de aquella localidad, fue el que más podero-
samente me ayudó a vencer las resistencias que encontré
para   arrancar  las  doscientas   familias   que   traje.  

Aarón Castellanos: “Colonización en
Santa  Fe  y  E.  Ríos.  Rosario,  1877


Vánderest de Dunkerque está en el puerto
por sombra de Juan Bart acompañado.
“La Linda” ya se fue por mar abierto,
llevada por lo dicho y lo soñado.

Vánderest está triste. Ve el desierto
más allá de un gran árbol bien cantado,
y ve una niña muerta –lo que es cierto-
volviendo por un río desbordado.

¡Quién alcanza la nave que se ha ido!
Y alcanzada, quien dice lo temido
para impedir el viaje enamorado.

Vánderest de Dunkerque, solo y triste:
sangras por un engaño que no hiciste,
cuando empieza a olvidarte el engañado.





La invasión gringa

1

Hoy nadie llegaría.
Pero ellos llegaron.
Sumaban mil doscientos.
Cruzaron el Salado.

Al cruzarlo, afanosos,
lo probaron.
Y los hombres dijeron
-¡Amargo!-
Pero siguieron.
En la espalda traían clavados
dos ojos de fuego,
los de Aarón Castellanos,
salteño.

Los barcos
(uno. . .  dos. . .
tres. . .  cuatro. . .)
ya volvían vacíos
camino del Atlántico.
Su carga estaba ahora
en un convoy de carros:
relumbre de guadañas;
desperezos de arados;
hachas, horquillas,
palos;
algún fusil alerta;
algún vaivén de brazos;
nacido en el camino,
algún niño llorando.

El trigo lo traían las mujeres
en el pelo dorado.
Hojas de viejos libros
volaban sobre el campo.

2

¿Dónde se hallaba el oro,
de todos alabado?.
El oro estaba en un pequeño árbol;
el oro era un engaño;
sólo pequeñas flores
de oro perfumado.
Aromitos floridos,
orillas del Salado.

3

Los indios
-un indio cada árbol-
iban retrocediendo;
no podían mirarlos.
Los ojos renegridos se cerraban
frente a los ojos claros
que tenían la fuerza
del cielo diáfano.
-“¿Cómo hacer
para ahogarlos?.
Esperemos la noche
tirados en los pastos.
Esperemos na noche
juntadora de pájaros”-.
Con la noche salieron de caza
los ojos malos.
Y se llenó la noche
de pájaros asustados.

Pero del fondo de la tierra
ya subía el milagro:
el linar de las flores azules,
el linar azulado,
donde los ojos gringos
fueron multiplicados.

4

Un niño que pregunta
cuándo vuelven los barcos.
Un mano de madre que detiene
la pregunta en los labios.
Un hombre con los ojos
clavados en el campo.
Una mujer que escribe:
-Ya llegamos.
Hay árboles enormes;
muchos pájaros;
una cruz en el cielo, luminosa,
un río amargo. . .

5

Su lengua era difícil.
Sus nombres eran raros.
Los gauchos se murieron
sin poder pronunciarlos.
Bérlincourt se llamaban,
que es un hilo enredado.
Zíngerling se llamaban:
campanita sonando.
Zimmermann: un dibujo
del mar atravesado.
(Más atrás ya venían
los nombres italianos,
Boncompagni adelante:
el vino derramado).

6

Una mujer que escribe:
-Nos casamos.
La tierra es nuestra ¡nuestra!.
Todo lo que tocamos
va siendo nuestro:
el buey, el horno, el rancho. . .
Nuestros todos los árboles;
nuestro un único árbol,
tan grande, tan copioso,
que da gusto mirarlo.
Es una nube verde
asentada en el campo.

7

Y como todo vuelve
-flor, golondrina, barco. . .-,
un día serenísimo volvieron
los cantos ahuyentados;
volvieron uno a uno,
como pájaros.
Iban de boca en boca
los pájaros cantando;
de la boca del mozo,
orilla del Salado,
a la boca del hombre
que derribaba el árbol;
de la boca del hombre,
derribando,
a la boca del ama que tejía
con los ojos cerrados.

Del lado “de la tierra”
la música y el canto.
Del lado de Esperanza
el trigal avanzando.





Canto

. . . y,  en  consecuencia  (los  colonos),  se  vieron  forzados  a
quedarse   en   el  vapor  que  los  condujo,  fondeado en la mi-
tad   del   riacho.  Viñas, que  como dependiente. . .  vivía  fren-
te a la ribera. . .   no pudo dormir en toda la  noche  por  causa
de  los  cantos. . .    Cuando  desembarcaron   y   vagaban   por
la  ciudad  recogiendo y  comiendo   las  cáscaras  de  sandía  y
durazno, la gente vio en ello una amenaza para su subsistencia.

Carlos A. Aldao: “Los Caudillos”.
Bs. Aires. 1925. Nota de la pág. 34.
Se apaga la luz y vuelve
en el almacén de vinos.
Severo Viñas no duerme.
Qué larga noche, de estío.

Llegó el canto que despierta,
de tierra extraña traído.
Severo Viñas no duerme.
Se ha puesto a mirar el río.

La nostalgia está cantando
en un vapor argentino.
Frente a Santa Fe callada
canta el dolor detenido.

Severo Viñas no duerme.
Tiene espinas de fastidio.
“¡Abran de una vez las puertas!
¡Dejen entrar al los gringos!”

El canto baja por fin,
demudado, contenido.
Lleva una espiga en la mano.
Lo siguen mujer y niño.
El canto vaga cantando
de un domingo a otro domingo;
mira con ojos azules,
duerme con pelo de lino.

El canto está en todas partes
-en la plaza, en el cabildo-,
con una espiga en la mano,
con una rama de olivo.

Severo Viñas protesta
por el canto mal querido:
“¡Abran de una vez las puertas!
¡Dejen entrar a los gringos!”.

El canto come en la calle
lo que dejan los vecinos.
El canto trueca en caballos
sus relojes de bolsillo.

Cambia su oro de esperanza
por oro en flor de aromito,
por plata de luna nueva
y por cobre de sol indio.

Al cabo de seis semanas
ya ha montado por sí mismo;
ya está sin pena y en marcha
el canto de sol y trigo.

Severo Viñas escucha.
El alba es dulce, de estío.
Se va el canto tierra adentro
con hombre, mujer y niño.





Ana Ésser

“Volvió Ana a bordo a buscar la pañoleta olvidada; al
bajar por la planchada, cayó al agua y desapareció”.

(Relato de Magdalena Seppey de Gay)
Por bajar mirando al cielo
cayóse de la planchada,
con todo su pelo rubio,
con toda su carne blanca.

El Paraná, boca arriba,
tres días que la miraba,
los ojos llenos de peces,
ofreciéndole naranjas.

De un lado estaba el recuerdo;
del otro lado la pampa.
Entre la tierra y el mar
Ana Ésser en el agua.

Canoas llenas de voces
la buscan entre naranjas.
José Ésser en la orilla
grita: -Ana. . . Ana. . . Aanaa. . .

Con todo su pelo rubio
ya se ha dormido la hermana.
Ya va de regreso al mar
con toda su carne blanca.

¿En que camalote duerme
como en su cama esmeralda?
¿Qué camalote la lleva
entre peces y naranjas?

José Ésser en la orilla
grita: -Ana. . . Ana. . . Aanaa. . .

Cada cual volvió con ella
hasta la patria lejana.
Todos volvieron con ella:
No debían encontrarla.

Será un puñado de arena
en algún puerto de Francia.
Será un puñado de arena.
¡No pisar la arena blanda!





Braulio Gaytán

Una partida de espontáneos milicianos salió a
explorar  lazona, capitaneada por uno de  los 
capataces,   don    Braulio    Gaytán,    antiguo
veterano de Lavalle.

J. A. Miles: “Reseñas”. Buenos
Aires,  1947,      44,   pag.  42

Braulio Gaytán, soldado de Lavalle,
sobre la tierra que es tu monumento,
cielo traído de lejano valle
llora el linar que se deshoja al viento.

Porque en la selva que no tiene calle,
fuiste guía del gringo y guarda atento
del trigo-niño de delgado talle,
la primer noche de su nacimiento.

Tu virola de plata está en la luna,
y en campo, monte y fondo de laguna
está tu muerte para quién la halle.

Braulio Gaytán, guitarra del camino;
la que llevó la espiga a su destino;
Braulio Gaytán, soldado de Lavalle.





Canción de la niña rubia
El jefe de una familia alemana no quería bajarse del barco
porque en la  costa no veía los naranjales de que le habían
hablado,    y    caminaba    furioso    sobre    la    cubierta.

J. M. Pastor: “Reseñas”. Buenos
Aires,   1947,      44,  pag.   63
No quiere dejar el barco
el alemán de la barba,
porque no ve el naranjal
prometido en Alemania.

La mujer quiere bajar,
pero es la tarde callada,
con un velo que le ha puesto
la gran fatiga del agua.

La niña quiere bajar,
pero la niña no habla.
Tiene ojos de bolita;
pelo de muñeca en caja.

El hijo quiere bajar,
y mira la tierra ancha:
“¿Por qué no bajamos, madre?
¡Se me está quemando el alma!”

Pero ella es la tarde triste,
y no responde el que manda.
Junto al león del enojo,
ella es la pena velada.

En tanto, la tierra espera
y está junto al río, echada.
La tierra quiere a la niña
que ha llegado por el agua.

Manda al barco su jilguero;
hace señas con su rama;
levanta su pechirrojo
y llora con su guitarra.

Con la espiga en la mano
ya bajará la nostalgia,
traída por mar y cielo
con un cuento de naranjas.

La tierra quiere a la niña
de pelo color de paja.
Tierra de niño moreno
quiérela para sembrarla.

Con la niña de la mano
ya bajará la nostalgia.
Bajará diciendo: “Tómala”;
diciendo: “Es la niña blanca”.

El hijo se verá libre;
la madre en paz y en su casa.
Y en la tierra el alemán
será el alemán que canta.





La yegua de Wéndel Gietz
. . . los paisanos del contorno creían engañarlos,
trocándoles un caballo por un reloj de bolsillo. . .

Carlos A. Aldao: “Los Caudillos”,
Bs. As., 1925,  nota de la pag.  34.

Wéndel Gietz labrador compró una yegua doradilla.
Antes de comprarla consultó con su mujer,
como se hace en toda buena familia,
y su mujer, que tenía en las manos dos largas agujas
y en el regazo una cestilla,
le dijo: “Cómprala.
La llamaremos Maravilla”.

No sé por qué elegiría este nombre la mujer de Gietz,
tan suave y tan sencilla.
Verdad que la yegua era hermosa.
Tenía el color de la miel que brilla;
la cabeza eminente;
los ojos tocados con una lucecilla.
También es verdad que en aquel momento
habían cesado dolor y rencilla.
Los hombres, a punto de partir,
iban y venían con guadaña y horquilla,
y las mujeres se cambiaban dulces palabras,
como amor, esperanza, paloma, semilla. . .

Ella le dijo: “Cómprala.
Me llevarás en la silla”.
Y Wéndel Gietz trocó por un caballo
su pequeño reloj de campanilla.

Con su yegua de oro,
luego de besar a su mujer en la mejilla,
Wéndel Gietz fue en busca de su árbol,
en la boca una cancioncilla.

Con su yegua de oro llegó a un río con ángel.
Lo vadeó, como mandaba la cartilla,
y levantando pájaros desembocó en un abra
que era de verbena y manzanilla.

Con su yegua de oro tomó posesión de la tierra;
reconoció monte y orilla;
rondó el naciente trigo; patrulló el horizonte;
pisoteó la mies cuando la trilla.

Con su yegua de oro
fue a dar gracias a Dios, a la capilla.
Por su yegua de oro, fulgurante,
supo la hablilla
si Wéndel Gietz alzaba el codo
o hincaba la rodilla.

Cuando se la robaron,
Wéndel Gietz hizo con su silencio una gavilla,
y fue con ella a cuestas de la casa al camino;
de la taberna a la capilla.
Lo habían derribado.
Le quedaba en la mano una varilla.

Hacia el lado del indio alguna vez
se iba su mirada, de guerrilla,
y la de su mujer, llevada por el aire,
como una plumilla.

El se detenía con el hacha;
ella con el cedazo a la escudilla.
Los dos paseaban su silencio
por el ocaso de arcilla.
Pero el indio no devolvió la presa.
Era de oro la doradilla.

Pasó toda la vida de un caballo.
El árbol de la casa se abrió como sombrilla.
Se marcharon los hijos; se dividió la tierra;
prosperó la villa.
Pero Wéndel Gietz no podía olvidarse
de su veloz doradilla.
La llevaba en el corazón cansado.
Era su dulce astilla.
¿Te acuerdas? –le preguntaba a su mujer
noche tras noche,
lleno de días en su silla-,
y su mujer, que seguía teniendo agujas en las manos
y en el enfaldo una cestilla,
le respondía “Si”, moviendo dulcemente la cabeza,
toda de nieve sobre la puntilla.

Jaquín que era poeta,
le hizo al noble vecino una alegre letrilla
con langosta voraz, indio que roba
y labrador que arroja la semilla.
Era para cantar.
Se titulaba Maravilla,
y estaba llena de palabras dulces,
como pájaro, flor, río, gramilla. . .





La herrería de Nicolás

No era más que una fábrica
al pié de un viejo árbol.
No era más que un martillo
contra el parche del campo.
A veces un gorjeo,
un armonioso canto.

En la quietud selvática
era el golpe de mando.
Resonó dicha y noche.
Aún sigue resonando.

¡Galga de Nicolás,
cayendo de lo alto!.
¡Piedra de Nicolás,
retumbando!.





Ana, mujer de Nicolás,
y el puñado de arroz

Llenas de arroz estaban
sus manos en el aire;
llenas de arroz, y pálidas,
sobre la olla grande.

Un viento, el de la pampa, que le grita:
-¡Échalo todo, madre!
Y el contragrito del recuerdo: -¡Espera,
que viene el hambre!

Ana paralizada junto al fuego;
Ana Géiser, sin sangre;
dos manos dolorosas que se queman
sobre la olla grande.





Las dos maestras.

Algunos colonos venían enfermos a causa  del mal trato
sufrido a bordo de “La Mármora”. Dos  jóvenes de 16 a
18  años  que  venían  para  regimentar  la  escuela de la
colonia, habían muerto  en el tránsito de Buenos Aires a
Rosario,    siendo    enterradas    en    una    isla.

M. Cervera: “Colonización Argentina”.
Esperanza,    1906.     Págs.   49      50.


¿Dónde el vapor detuvo la carrera?
¿Cuál la isla de ángeles tempranos
donde duermen las dos, como de cera,
hijas las dos de un pueblo de manzanos?

¿Quién vio en ellas morir la primavera?
¿quién les cerró los ojos? ¿quién las manos
les ordenó para la noche entera?
¿Dónde estaban la madre, los hermanos?

El árbol de la costa ya no existe.
La paloma que llama es otro, triste;
otro es el barco con sus estandartes.

Nadie contesta ya; nadie responde.
Juntas están, y no se sabe dónde.
Quiere el cielo que estén en todas partes.





Antonio Ginolet

Durante el viaje, y cuando el “Raglan” se hallaba en alta
mar, un pasajero  llamado  Antonio  Ginolet   gesticulaba
desesperado,  asegurando   que   no   verían  más  tierra.

Relato de Magdalena Seppey de Gay

Tiene una luz de San Telmo
en la punta de la barba
y dos luces en los ojos
de cáscara de castaña.

“Muchacha de pelo al viento,
la más linda de Alemania,
déjame amarte esta noche,
que será tarde mañana”.

-No te hagas el loco, Antonio,
por burlar a las muchachas.

Cuchillas de las aletas
vienen cortando las aguas
detrás de un barco que busca
una tierra que no halla.

“Muchacha de luna y cielo,
la más hermosa de Francia,
déjame amarte esta noche,
para bien morir mañana”.

-No te hagas el loco, Antonio.
Se ve tierra a la distancia.





Delobel

“La familia Delobel  tenía dos niñas.  Fallecieron  a  bordo
del vapor que  los conducía a Santa Fe. . .  Los Padres,  que
no  hallaban  consuelo,  optaron  por  regresar a su patria”.

Relato de Magdalena Seppey de Gay
Tu parte de pampa espera
que venga a hollarla tu pié,
¡y tú desandando el mar,
sobre el pecho tu mujer!

Boca arriba, con los ojos
cerrados para no ver,
piensas que todo fue un sueño,
Delobel.

Ya está por cantar el gallo
en tu viña de Valais;
ya vienen a despertarte
tus hijas y tu mujer.

Delobel, no abras los ojos.
Duerme, duerme, Delobel.





Regreso

Desapareciéronle  unos caballos  a  la familia de  Káufsmann. . .
Habían  mandado  al  hijo  mayor  que  a  caballo  recorriera  la
vecindad  por  ellos. . .   Los halló  en  la  frontera de San Carlos.
Pero al ir a arrearlos fue acorralado  por una cuadrilla de indios
allí    acampados,   y    lo    llevaron    cautivo    a    sus    tribus.

P. P. Grenón: “La ciudad de Esperanza”.
Córdoba,    1945,   Tomo   II,    pág.    121

Por un monte de árbol derribado
y canto de paloma que extravía,
vas huyendo del indio hacia el Salado,
el pelo en llamas y la espalda fría.

A tu casa de gallo en el tejado
llegarás, Carlos Káufsmann, algún día.
Madre te espera allí, vientre ocupado,
manos de cera y ojos de María.

El hermoso final de tu aventura
será la travesía sin testigo
de un inmenso trigal que ya madura.

La voz del perro y del caballo amigo,
y un desmayo frutal, que apenas dura,
de una dulce mujer color de trigo.





Nacimiento de Esperanza
 (8 de setiembre de 1856)

Con tu nacimiento se alegró la tierra.
Fue el día de la Virgen.
No fue un día cualquiera.
Júbilo de campanas
a lo largo de América.
Fue el ocho de setiembre.
Alabado sea.

Hombres y mujeres habían llegado
de lejanas tierras.
-Grupos de palomas a los árboles
llegan de igual manera-.
Habían atravesado el mar
-nieblas-;
habían alcanzado el "pariente del mar"
-ceibos, palmeras-;
habían llegado a Santa Fe
-naranjos, arena-;
habían avanzado hacia la pampa india
-leguas-;
habían dormido de cara al cielo
-estrellas-;
junto al saldo árido
-culebras-;
las mujeres de oro;
los hombres, como de piedra.

Este es Roberto Zéhnder que a caballo
toma la delantera.
-¿Adonde vas, Roberto Zéhnder?-.
-Voy al encuentro de mi tierra-.
Este es Ulrico Rey y Este Juan Kéller,
que le gritan: -¡Espera!
Esta es Magdalena Morand,
ciega,
con la sonrisa hacia el lado
del relincho en la huella.
Este, que canta, es Frítschy.
Marcha a la par de las carretas.
Coronado de sol,
tiene la altura de las ruedas.
Este es Alejo Seppey.
Esta, Margarita, su compañera.
-Margarita tiene el color del pan;
es como el pan de buena;
sopla una flor de cardo
que es la flor panadera-.

Este es Aufranc, el probo.
Este, Jaquín, poeta.
-Jaquín quiere volverse.
No puede con su pena.
Busca a su novia ausente, por el cielo.
Canciones para ella-.
Este, que no habla, es José Esser.
Piensa en la hermana muerta.
Mira como la buscan por el río;
cómo nadie la encuentra.
Este es Grenón, el fuerte.
Esta, María Paciencia.
Esta, Adelina, la hija,
a quien María peina.
-Adelina tiene el lino en los ojos,
el trigo en las trenzas,
la flor del paraíso en las ojeras-.
Este es Antonio Gay, que hará ladrillos;
los hará de su tierra;
tendrán la anchura de su fe,
el largor de su pena.
Este, fogoso, es Schneider,
el hacedor de estrellas:
-¡Vengan a ver mi yunque;
oigan como gorjea!-,
y esta es Ana, su mujer,
en madurez de espera.
Una calandria la enamora.
Niño varón ha de nacer de ella.
En el cuerpo del niño
se pegará la tierra.

Fue el día de la Virgen.
No fue un día cualquiera.
Fue el día en que repican las campanas
en todas las iglesias,
donde una madres cantan
y otras madres contestan:
-Santa María.
-Ruega.

-Madre de la divina gracia.
-Ruega.
-Causa de nuestra alegría.
-Ruega.
-Estrella de la mañana.
-Ruega
-Puerta de la esperanza.
-Ruega
Fue el día de la Virgen.
No fue un día cualquiera.
Un silencio de árbol
reina en la selva.
-Santa María.
Ruega-.
Bajo un árbol los hombres
se reparten la tierra.
-Madre del buen consejo.
Ruega-;
y se separan,
cada cual con su bestia.
-Consuelo de los afligidos.
Ruega-;
con su fusil,
con su herramienta.
-Virgen salvadora.
Ruega-;
con su puñado de trigo
apretado con fuerza.
-Puerta de la esperanza.
Señora nuestra-.

Fue el día de la Virgen.
No fue un día cualquiera.
Camino de su rancho y de su árbol,
van hombres y bestias.
-Madre sin mancha.
Ruega-.
A su paso el venado
alza su rama seca.
-Salud de los enfermos.
Ruega-.
El ñandú, entre los pastos,
su cuello de culebra.
-Consuelo de los afligidos.
Ruega-.
El hornero, en su nido,
canta sobre la tierra.
-Estrella de la mañana.
Ruega-.
La paloma de monte
ya va a volar, y vuela.
-Puerta de la esperanza.
Señora nuestra...-.

Fue el día de la Virgen.
No fue un día cualquiera.
Camino de su rancho y de su árbol,
van hombres y bestias;
van en familia, lentos,
sobre la tierra eterna.
Éste es el toro que hunde
su bramido en la selva;
ésta la vaca
con la miel en la lengua;
éste el can
que guardará la puerta;
éste el mozo del puñado de trigo
apretado con fuerza;
éste el niño que duerme;
ésta la niña bella,
y ésta la madre grávida,
por caerse en la hierba.
Se parece a la Virgen,
la noche de la estrella.

Fue el ocho de setiembre.
¡Alabado sea!



Magdalena Morand

“Su cuñada, Magdalena Morand, ciega”.
(Contrato de viaje de Alexis Seppey)

“Esta es la santa que nos ha protegido”.
(Palabras del capitán del “Lord Raglan”).

1

¡Benditos sean los ojos sin miedo
de Magdalena Morand;
bendita y alabada su mano,
dadora de paz!

Cuatro son los veleros
que vienen con la gente del trigal;
vienen sobrecargados
hasta no poder más,
las alas hacia arriba, de palomas
que no pueden volar.

Oro maduro de las mozas
tiene tentado al mar,
y el de los niños,
del color del pan.

Cuatro son los veleros
que vienen con los hombres del trigal.
El “Lord Raglan”, crujiente,
será el primero en llegar,
porque trae los ojos
de Magdalena Morand,
la mano que hila delgado
de Magdalena Morand,
el paso de sueño
de Magdalena Morand,
la señal de la cruz
de Magdalena Morand.

“La Mármora”, “La Linda”, el “Kile Bristol”
vienen detrás.
Siguen el movimiento
del ángel capitán;
de los ojos que advierten
la roca, sin mirar;
del rostro que se mueve lentamente
diciendo “¡allá!”.
Brújula y rosa de los vientos
en Magdalena Morand.
Una ronda de niños que la siguen
es lo que tiene para andar.

Canción de poeta anónimo
sube del barco en paz:
“De Dunkerque partimos.
Somos los hombres del trigal.
Paraná, río grande,
donde estarás. . .”.
De pié en la noche, que es su eterno día,
Magdalena Morand.
Caracol de su oído
oye los peces pasar.

Monstruo de mar revuelto
tiene una deuda que cobrar.
Quiere hundir al “Lord Raglan” con su oro,
y se levanta ya;
quiere hundirlo y no puede, por los ojos
de Magdalena Morand,
que lo miran sin miedo
hasta el fondo de su sal;
por el paso del sueño
de Magdalena Morand
que se adelanta ciega
hasta el borde del mal;
por el pelo de ángel
de Magdalena Morand,
donde el furioso viento
se detiene a jugar.

“De Dunkerque partimos.
Somos los hombres de buena voluntad.
De Dunkerque partimos.
No volveremos más”.

2

¡Benditos sean los ojos sin miedo
de Magdalena Morand!
¡Bendita su mano en la cara de las cosas,
al pasar,
y en el cuello de las madres,
blancas de ansiedad,
y en la boca de los niños
que están por llorar!

¡Benditos sean los ojos azules
de Magdalena Morand!
Recobrada su vista en América,
¡bendito el linar!





Familia

“Su mujer, María Paciencia”.
(Contrato de viaje de Juan Grenón).

“Se espera en la presente luna la incursión de los indios”.
(Aviso de la época).

Juan Grenón duerme en el suelo, vestido;
duerme Pedro Gregorio;
duermen Féliz e Ignacio;
duerme Teodoro;
duerme Filomena;
duerme Adelina con su pelo de oro. . .
Sólo tú, María Paciencia,
madre de todos
-madre de tus hijos,
madre de tu esposo-,
tienes en la puerta,
redondos, los ojos.
Luna de la selva
sube entre algarrobos;
luna del Salado,
amarilla de aromos.

Juan Grenón duerme en el suelo, vestido.
Quiere despertarse. Te busca
con sus brazos dormidos.
Ha tocado el hacha,
que es un rostro frío;
el hacha y la pala
sobre el duro piso.
-Madre, ¿dónde estás?
Madre, ¿me has oído?
Acuéstate, madre,
que no crece el trigo.
Con sueño profundo
respiran los hijos.

Juan Grenón duerme sobresaltado, y sueña.
Quiere despertarse. Te nombra
con la boca en la tierra.
-Madre, ¿dónde estás?-.
Nadie le contesta.
El hacha y la pala
junto a su cabeza.
Por el suelo, echados,
hijos y herramientas.

Juan Grenón duerme sobresaltado, y sueña.
Quiere despertarse.
Algo no lo deja.
Luna del Salado
viene amarillenta.
Una luna grande
de sol y de arena.
Sobre el rancho sube
cada vez más bella.
Entre tabla y tabla
ya entra.
Es como una lanza
clavada en la puerta.
No puedes moverte,
María Paciencia.
Por el suelo echados,
hijos y herramientas.
Juan Grenón duerme a tus pies, boca abajo.
Por el suelo frío
te busca, soñando.
Quiere despertarse.
-Todo está sembrado-.
Quiere despertarse.
-Que grande era el árbol-.
Quiere despertarse.
-Todo está sembrado-.
Quiere despertarse.
-El río, qué amargo-.
Quiere despertarse.
-¿Quién llora a mi lado?-.
Quiere despertarse.
-Madre, ¿estás llorando?-.
Quiere despertarse.
-Todo está sembrado-.
Quiere despertarse.
-¿Quién llora en el rancho?
No llore el que llora,
que duerman los pájaros-.
Quiere despertarse.
-Todo está sembrado-.
Quiere despertarse.
-¿Quién llora en el rancho?
No llore, que el trigo
no crece en el campo-.

Juan Grenón duerme sobresaltado, y sueña.
Quiere despertarse. Te busca
palpando la tierra.
-Madre, ¿dónde estás?.
Madre, ¡no contestas!-.
¡Dobla tus rodillas,
María Paciencia!
Luna del Salado
no es la que tú piensas.
Échate en el suelo
de pies a cabeza.
Échate en el suelo
junto al que te espera,
que en trigo no crece
cuando estás despierta.
Échate en el suelo
con las herramientas.
Deja que la luna
haga lo que quiera:
te huela el cabello,
te lama las piernas,
te mire a los ojos
y se vaya, bella.





Monsieur Jaquin

Entre las notabilidades de esa colonia se encuentra un
Beranger  en  la  persona de  un  colono  que  ejerce  la
humilde profesión de carpintero.                                        .
……………………………………………………………….
M.  Jaquín vive sólo,  como  conviene  a un  hijo  de las
musas.  Su mueblaje y  hasta  el  servicio  de la mesa es
todo hecho de su propia mano,  y la única pieza  de que
se compone su choza está llena de trabajos de su oficio:
virutas y papeles. . .  

“El Ferrocarril”. Rosario, Nº 331, 13/4/1864.

Salve, Monsieur Jaquín; gloria a tu nombre;
gloria a ti como poeta y como hombre.
Gloria a tu corazón
que, llegado a la selva, se inclinó por la canción;
gloria a tu descrédito de no haber hecho nada
(devolviste la tierra como te fuera dada;
la amaste como era);
gloria a tu pasatiempo de labrar la madera,
sólo para esconder tu verso en la viruta;
gloria a tu pereza absoluta.

Gloria a tu respeto por la bestia y el ave;
gloria a todo lo que de ti se sabe:
a tu afición
de grabar tus enseres a punta de formón;
a tu costumbre
de compartir con canes tu pitanza y tu lumbre;
a tu resolución
de no arrancar un árbol: “El que quiera una cama
o una cuna, me ha de traer la rama. . .”.
Y después, con unción:
“Haz tu cuna, mujer, de una rama madura,
que sea de tu tierra, la de tu vida dura.
Córtela para ti, sin lastimarla, tu marido.
Le dirás: “Corta aquella que el viento haya mecido”.
Salve, Monsieur Jaquín, gloria a tu nombre;
gloria a ti como poeta y como hombre.
Gloria a tu éxtasis, sobre la tierra echado;
gloria a tu dulce no hacer;
gloria a tu inmovilidad frente al Salado,
a quien, a falta de mujer,
le decías tu verso, de pena traspasado,
y los de Lamartine y Beranger.
Gloria a tu rancho donde tu verso se hizo;
gloria a tu rancho que en tierra se deshizo.

Salve Monsieur Jaquín. Allá arriba, contigo,
están todos los pájaros que comieron tu trigo;
todas las palomas que no mataste aquí;
todas alrededor de ti.
En tu hombro el hornero,
en tu barba el colibrí;
en tu pecho, picando, el carpintero. . .
Todos allá en el cielo, donde, en planchas de cera,
grabas tu verso breve
y alguna vez cepillas la madera,
a juzgar por la nieve.





A Melania

Pauvre Mélanie,
a la Colonie
l´on meurt presque de faim,
tout en travaillat bien.
L´indigence en France
est de préférence
a cesgrands terrains
qui ne nous rapporten rien.
…………………………………………………
Depuis trois ans que je cultive mes terres
bien de tracas sont venus m’assaillir,
j´ai vu périr mes moissons tout entieres,
sans qu´il me reste de quoi me mourrir.

Henri Jaquin: “Les nouvelles a ma soeur”.
Colonie  de  l`Espérance, Janvier 1º, 1859.

Melania, oh Melania; yo te imagino en una pobre aldea
de los Alpes franceses; no como a Dorotea,
la de Wórdsworth, feliz, sino como a María,
la de Páscoli, triste. Dorotea era el día.
Tú eres la noche blanca, y en ella, sola, ausente,
estás tejiendo dolorosamente.
¡Cuánta nieve caída desde que Henri, iluso,
se fue tras la gaviota; cuántas vueltas dio el huso!

(Estoy contento. El barco que me lleva se llama
“La Linda”. Hace pensar en la mujer que se ama).

¡Cuánta nieve! En tus manos, versos del labrador
señalan su pasaje del contento al dolor
y de éste a la ironía.

(Mi rancho era llamado “Rancho de la poesía”;
ahora ya se llama “Rancho del holgazán”,
porque estoy triste, triste con mi ración de pan,
y nada quiero hacer,
sino volver a Francia, oh Melania, ¡volver!).
¡Cuánta flor deshojada! Edelweiss de la altura
con tu recuerdo llegan a la inmensa llanura
donde el poeta canta su canto desolado.

(El indio y la langosta vienen del mismo lado.
Uno y otro vinieron, y hoy día, al despertar,
me encontré sin caballo, sin hierba que mirar.
Sólo quedó el ombú flotando en la derrota.
Todo se había ido: pasto, animal, gaviota. . .)

¡Cuánta nieve caída; cuánto esperar en vano,
la flor en la montaña y el rosario en la mano!

(Las mujeres corrían por el trigal undoso
y lloraban, clamando del cielo tormentoso
misericordia. Era como una sombra inmensa
que baja voraz a la tierra indefensa.
¡Qué hora aquella hora! La gente iba y venía
sin saber lo que hacer; gritaba, maldecía.
Yo salí campo afuera, pero al fin me detuve.
Comprendí que era inútil luchar contra la nube,
y regresé a encerrarme para no ver ni oír.
¡Que verde estaba el trigo condenado a morir!)

¡Cuánta lágrima heñida, cuánto silencio hilado,
cuánto fuego encendido y otra vez apagado!

(Todos quedamos tristes. Contra la luna llena
las langostas pasaban en la noche serena.
Quién sabe adónde irían. Ya a nadie le importaba.
El trigo se había ido. Sólo el dolor estaba).

El reloj da la horas. Te levantas sin ruido.
Abres la vieja cómoda; guardas allí el tejido,
y te vas con tu lámpara de virgen penitente.
La puerta tras de ti se cierra suavemente.

(No se oía ni un canto. Los hombres anduvieron
como heridos. Algunos montaron y se fueron.
Pero estaban las madres. Ellas no se movieron.
Lloraron silenciosas por el trigo inocente.
Después dieron la voz de sembrar nuevamente).

Oh Melania, oh Melania; suave, triste belleza,
la lana entre los dedos, el velo en la cabeza,
en tu nevado claustro de los Alpes franceses,
viendo caer en copos los días y los meses.
Oh Melania callada, taciturna vestal,
ángel de la alturas; flor de nieve, inmortal.





Serafina de Bellevaux

Serafina Voisin siete hijos tenía.
Eran una pendiente de Francisco a Leonía.
(De los siete separo dulcemente a María
para que la miréis como gloria del día).

Serafina Voisin adoraba su tierra.
Era de la Saboya, que a su mundo se aferra:
salto, colina, valle, precipicio que aterra
y antiguo monasterio donde el monje se encierra.

Serafina Voisin, como quien dice el haya,
la flor de las alturas y la silvestre baya.
Pero un día el esposo quiere cambiar de playa.
Serafina lo escucha; lo escucha y se desmaya.

El cielo sobre el valle se deshoja precoz.
Todo Bellevaux está blanco, blanco como el arroz.
Serafina entre piedras va a la casa de Dios.
“Seguirás a tu esposo” manda la antigua voz

Y Serafina deja de reir y cantar.
Sus noches son ahora de coser y plegar.
En una caja pone pañuelos de llorar,
y en otra los retratos, la Biblia y el collar.

Así llegan las últimas horas, dolorosas.
Serafina se ha puesto su pañuelo de rosas.
Dice adiós a las cumbres, al castillo, a las losas.
Sabe que no regresa, y lo saben las cosas.

¡Bienhaya tu destino de llanto, madre alpina!
Feliz el que te espera: la tierra sancarlina.
En tu esposo es el roble y en tus hijos la encina.
En ti son las palabras colina y golondrina.

¡Bienhaya tu destino de siembra, Serafina!




Péter y Ana

De los pobladores de Esperanza, naturales de
Hintertíefenbach (Alemania).   Peter murió  de
pena   a   los   catorce   días   de   su   llegada.

1

No hay una caja para Péter Zímmermann
muerto en la madrugada.
-Los ataúdes de Hintertíefenbach
eran de pino y haya-.
Anna Elísabeth Léiser
está vaciando el arca.
Sin hablar, sus tres hijos
míranla arrodillada.
Por el suelo la ropa, los retratos,
la Biblia deshojada.

No hay un lugar para velar al hombre
muerto en la selva bárbara.
-En nuestra casa de Hintertíefenbach
que bien se estaba-.
En un lecho de hierba a Péter Zímmermann
le han tapado la cara.
Ana Elísabeth Léiser
está muda y sin lágrimas.
Pedro, Santiago y Margarita
míranla ensimismada.

No hay corona de flores para el hombre
muerto de pena amarga.
-Ramas de tilo de Hintertíefenbach
daba gusto cortarlas-.
Pedro, Santiago y Margarita
tienen las manos arañadas.

No hay campanas que doblen por el hombre
muerto de pena amarga.
-En los entierros de Hintertíefenbach
las mujeres cantaban-.
Pedro, Santiago y Margarita
llevan a pulso el arca.
Por el monte la voz de la paloma
los sigue, desolada.

No hay un hoyo en la tierra para el hombre
muerto de pena amarga.
-El cementerio de Hintertíefenbach
era de tumbas blancas-.
Pedro, Santiago y Margarita
cavan y cavan.
Seca es la tierra virgen.
Duro es el suelo de la pampa.

Anna Elísabeth, inmóvil,
oye caer la tierra sobre el arca.
Su mano abierta muestra
una llave dorada.

2

No hay una cruz para ponerle flores
al hombre que descansa.
Repartida la tierra. Péter Zimmermann
duerme en la calle ancha.

Ruedas y bestias pasan todo el día
sobre la tumba llana.
Carros ruidosos que derraman trigo;
caballos y guitarras.

-Blancas, las tumbas de Hintertíefenbach
unas con otras se tocaban-.

Anna Elísabeth Léiser
llora en la calle árida.
Sobre la tierra removida llora
su pena despeinada.

Nuestra casita de Hintertíefenbach
estaba junto al agua-.

Tierra en la boca, tierra en el cabello,
tierra en toda la cara.
Como los niños, llora sobre el brazo,
en la calle, tirada.

-Teníamos un huerto de cerezos.
Estaba junto al agua-.

Margarita a través de los trigales
viene por ella, pálida.
Ya la levanta; ya le dice, dulce:
-Madre, vamos a casa.

Son aquellas que al fondo del camino
se borran, enlazadas.




La pipa con flecos

La pipa de Santiago Vogt mide seis palmos y medio.
Remata en una cabeza de Juan Bart, marinero.
La cabeza está apoyada en el suelo.
Santiago Vogt contempla aquel ojo de fuego.
Lo ve allá abajo, entre nubes, como un lucero.
Y chupa, para traer a la boca el recuerdo.
¡Qué lejos está el río, la viña, los abetos!
Ciertamente que todo está muy lejos.
Hay una larga barba de por medio.
Catalina, la esposa, está sentada en el suelo.
Hay un mar que separa, con velero.

Catalina Schúltheis, peinado su pelo.
Veinte hijos le ha dado a aquel hombre de hierro.
¡Veinte! los cuenta con los dedos.
Están todos los nombres del Nuevo Testamento:
Ana, María, Pedro. . .

La casa está rodeada de trigo en nacimiento.
Es una blanca isla en un mar verdinegro.
Santiago Vogt trae a su boca el recuerdo.
Los trae suavemente por un tubo con flecos.
Todo le llega frío a través del invierno.
Hay una larga barba de por medio.

Catalina, la esposa, está sentada en el suelo.
Catalina Schúltheis, peinando su pelo.
Mira al hombre callado que carda el recuerdo.
Catalina y el perro.

En la casa tranquila se oye pasar el tiempo.
Tic-tac, tic-tac, tic-tac, el péndulo.
Santiago Vogt fuma sus pensamientos.
Hace anillos de humo que se van hasta el techo.
De repente abre la boca y dice, entre sueños:
-¡Veinte hijos! Son muchos. Y, bueno. . .




Teodoro Meurzet

Llegado cerca  de  él,  vi que llevaba un poste del corral,
que   había  arrancado. . .  Le  pregunté  quien   le   había
autorizado  a arrancar ese poste, respondiéndome: “Los
colonos. . .”,   a lo  que  yo  le  dije  que  este  corral  era
comunal, que era de  todos  los colonos,  y que los unos
no podían disponer sin el consentimiento  de  los  otros.

Del informe de fecha 4 de Junio de 1861, de Teodoro
Meurzet,   comisario,    al   señor   Juez   de   Paz   de
Esperanza,    don   Adolfo   Gabarret     (traducción).

1

“los unos no pueden disponer sin el consentimiento de los otros”.

Esto lo dijo Teodoro Meurzet antes que nosotros.
Teodoro Meurzet, hijo de David labrador.
Se lo dijo al hermano del párroco orador
y para el pueblo entero,
y está escrito en el Libro Primero
del Consejo Municipal de Esperanza,
a ocho de junio del año sexto de labranza.

Teodoro Meurzet, hijo de David labrador.
No era maestro ni doctor.
Leía los Salmos, probablemente,
como era costumbre, en aquel tiempo, de la gente.
(Mirad cuán bueno es habitar los hermanos en unión.
Es como el perfume que baja por la barba de Aarón*).
Quizá tenía buena voz, de bajo.
y cantaba el “J’ai du bon tabac”, después del trabajo.
Tal vez tocaba algún viejo instrumento.
Lo que sabemos es que era hombre de buen sentimiento,
y que andaba a caballo con gran dignidad,
cuidando las cosas de la vecindad.
A veces llegaba hasta el trigo, a ver como nacía.
Para que el trigo crezca sin pecado – decía-
debe reinar el orden en su derredor.
Teodoro Meurzet, hijo de David labrador.

Teodoro Meurzet debió ser amigo de Jaquín,
el cual hacía versos y tocaba el violín.
(Jaquín, mi antecesor,
era un dulce poeta de tono menor.
Vivía en un puro abandono inicial,
y leía los clásicos, la Biblia y el Contrato Social).
En los encuentros, el poeta
le hablaría a Meurzet de la vida perfecta;
le leería a Lamartine, profundo y suave;
le enseñaría a gustar del canto del ave,
a contemplar en silencio la estrella.
Sólo así pudo Meurzet componer una frase tan bella
al hacer el informe del poste robado.
Parece extraída de un libro sagrado.
Sagrada es para nosotros:
“Los unos no pueden disponer sin el consentimiento de los otros”.
(*) Salmo CXXXII – 1 y 2




Constancio Constantín

Constancio Constantín, nada sé de tu suerte.
Andando voy tu tierra, la de tu vida y muerte.

Tu nombre es de cencerro que guía la tropilla,
y me atrae, y lo busco, porque es de plata y brilla.

Por el suelo lo busco, por la tierra y el cielo,
de una flor a otra flor y de un vuelo a otro vuelo.

Mientras pienso en tus cosas: tu Biblia, tu jardín,
tu gallo sobre el techo, Constancio Constantín.




Reant

. . .habiéndose elegido al agrimensor Augusto Reant para
este trabajo. Y el agrimensor, en fecha 26 de Noviembre de
1855, dice: “haber terminado la división y amojonamiento
de  tierras  para  las  colonias en terrenos denominados de
Iriondo, Sobre el Río Salado.

Cervera: “Colonización Argentina”.
Esperanza, 1906, página 40.             .

Ahí va Reant con su grafómetro;
ahí va Reant mitológico,
abriendo puertas para todos.

La barba le ha crecido
en duros canutillos,
y es de segado trigo.
Los ojos cálidos, de lino.

Lleva la brújula encantada,
la tensa crin de la escuadra,
la frágil gota del nivel de agua.
Y una cadena larga.

La perdiz es su cinta imaginaria.

De vez en cuando se detiene
y clava un nombre, fuertemente;
lo clava hondo, para siempre.

-Esta es tu tierra, Ana.
Esta es tu tierra. Ámala.

No hay nadie en la llanura.
Sobre ella el sol, la luna.
Pero Reant puebla el silencio, de figuras.

-Esta es tu tierra, Carlos.
Tómala. Tu tierra y tu árbol.

Y clava para siempre
el mojón en la tierra caliente;
lo clava hondo, hasta la muerte.

Ahí va Reant con su grafómetro;
Ahí va Reant como un dios solo,
tirando vuelos para todos.




La mancha de tinta

“. . .de protestar contra el deslinde de la Colonia y mandar
una comisión a Santa Fe, la que se presentará al Juez. . . a
fin de que se haga dar a la Colonia lo  que  le  pertenece”.

Acta del consejo  de  Esperanza  del  3 de  junio  de  1864.

Hay en el libro de actas una gran mancha, espesa.
Es de Georges Dayer, de su puño en la mesa.
¡Defendamos la tierra! Hoy no dormí –confiesa-.
Y en sus ojos se enciende una lágrima, gruesa.

De un lado están los hombres de la banda alemana;
del otro los franceses; afuera, la mañana.
“¡Defendamos la tierra, que es de María, de Ana. . . !”
La tierra, que es mujer, mira por la ventana.

Dayer, hablando a solas, a su campo regresa,
y Wéndel Gíetz al suyo. Van a noche traviesa.
“¡Defendamos la tierra, que es de Inés, de Teresa. . . !”
La tierra los escucha, los deja hablar, los besa.




Precio


“. . . el cual vendió su tierra por una damajuana de vino.”


Iba a decir tu nombre, pero tu nombre es triste.
Guárdelo para siempre la tierra que ofendiste.

Tú eres ese que viaja todo el día extraviado,
la damajuana al hombro como un niño sentado.

Y a quien en vano espera junto a la tierra arada
una mujer que sabe que está sola y sembrada.

Tú eres ese que vaga con el rumbo perdido,
cayéndose y alzándose como un soldado herido.

Y que en la hierba húmeda finalmente se acuesta,
y duerme hasta la aurora con el búho y la bestia.

Tú eres ese que ahora piensa en la esposa fiel
y llora bajo el árbol que llora sobre él.

Tú eres ese que ahora no sabe qué pensar;
que se mira las manos y que vuelve a llorar.

Iba a decir tu nombre, pero tu nombre es triste.
Guárdelo para siempre la tierra que perdiste.




José María Cullen

El Gobernador Cullen visitaba la Colonia cada domingo,
y más a menudo, cuando sus ocupaciones se lo permitían,
atendiendo   a   todo   hasta   en    los   menores   detalles.

Carlos Beck-Bernard. “La République
Argentine”.       Lausana,  Suiza,  1865

José María Cullen va a Esperanza el domingo.
En Santa Fe lo llaman “El protector del Gringo”.

La verdad es que es fría la casa donde manda
bajo el retrato duro, con la visita blanda.

Y mejor que la alfombra de su despacho helado
es el tapiz de trigo con pájaro bordado.

José María Cullen va a ver la gente nueva.
La liebre huye a su paso y el ánade se eleva.

Más allá del Salado la tierra está sembrada.
José María Cullen va a verla conquistada.

Se detendrá en la casa de don Martín Gazpoz,
sólo para mirarlo con su barba de dios.

Se detendrá en la puerta de la recién casada,
a hablar del pan, del árbol, de la lluvia esperada.

Verá al comisionado, visitará el cantón;
hará hacer un disparo, de alegría, al cañón.

Después irá a la fiesta de gringos congregados
y los oirá cantar con los ojos cerrados.

Allí, de mano en mano, será su mano franca
una flor, y en los hombros una paloma blanca.

Para ayudar a todos a encontrar el olvido.
Para que nadie llore sino solo y sin ruido.

José María Cullen va a Esperanza. Un profundo
pensamiento lo abstrae, porque va a ver su mundo.

José María Cullen con gente de su mando.
Es el Gobernador y está como soñando.




Nostalgia

Del gran valle del Po
salían en hileras.
A Santa Fe de oro
llegaban por la siega.

Junto a la casa sola
pasa la gente nueva;
junto a mujer y hombre
cercados por la tierra.

El es el que la mira
y la que canta es ella.
Todos los años canta
su canción pasajera:

-Abramos las ventanas.
Ya vienen los “linyeras”.
Por los caminos vienen
a la trilla y la quema.

Estoy en la ventana.
Deténgase quienquiera.
Pídame pan, y coma;
pídame casa, y duerma.

El es el que la mira
y la que canta es ella,
una canción guardada
con carta y con pollera:

-Abramos las ventanas.
Ya vienen los “los linyeras”.
Nuestra casa en la noche
sea como una estrella.

Veinte años con el trigo;
veinte sin río y piedra.
Soy del Po y estoy triste.
¡Cuánto me dueles, tierra!

El no le dice nada.
El la mira en su pena.
El la deja que cante
su canción pasajera.




Cancioncilla

El 9 de noviembre (1886) el Dr. Wagner informó al Consejo
que en casa de Víctor Cristín había fallecido una persona con
síntomas de cólera. . . El día 22. . . se prohibió la introducción
de cadáveres al municipio.

Digesto Municipal,  Esperanza
Tomo 19 (1861/1906), pág. 95.

Por el campo la lleva
sola, solita.
A enterrarla la lleva
recién dormida.

En el carro grande
la caja chica.
Dentro de la caja
la muñequita.

Ni campanas, ni cantos,
ni florecillas,
que la gente se muere,
y hay mucha prisa.

El carrero está ebrio,
y es de suiza.
Canta: “Todos se mueren”.
Ayer mi hija.

Por el campo la lleva
sola, solita.
No sabe si es Ana,
si es Margarita.




Mantequilla

La mantequilla que se hace en la
Colonia, ya tiene mucha fama. . .

Gmo. Perkins. “Las Colonias
de Santa Fe”. Rosario, 1864.

Elizabeth, de Aargau, y Anna, la de Namur,
pintadas por Rembrandt con rueca y con segur.

Son mujeres ahora de la llanura vasta,
y están en Santa Fe, de venta, con canasta.

En la canasta llevan, envuelta en un pañal
y como en una cuna, la manteca rural.

El pañal es de hoja cortada en la mañana,
más allá de los trigos, donde canta la rana.

Tiene el frío del agua. La manteca, en su seno,
se muestra hecha de azúcar a Santa Fe, moreno.

Abriría los ojos si le dieran cariño.
Es un pequeño pan con corazón de niño.

Elizabeth y Anna cantan de puerta en puerta:
“¡Manteca de Esperanza!” Santa Fe se despierta.




Mensajería

La correspondencia vendrá hasta la Capital en la diligencia que
saldrá de la Colonia Esperanza los miércoles y sábados a  las  6
de  la  mañana.   Llegando  a  esta  Capital  de  las   9  a  las  10.

Decreto del Gobierno de Santa Fe,  del  18  de  agosto  de  1865.

Suena el reloj, suena el cuerno
y la posta ya está en marcha,
con un juez, con una niña,
con un viejo y una carta.

El viejo, nieve que cae;
la niña, sol de la pampa.
¡Ah, la cabellera de oro
con la cabellera blanca!

Fray Pezzini, de la orden
de los Mínimos, alcanza
al mensajero y le da
tres reales para estampas.

¡Ah, la cabellera de oro
con la cabellera blanca!

El trigal ya está nacido
a ambos lados de la marcha
y se lo ve por el aire
en ráfagas de loradas.

El viejo, nieve que cae;
la niña, sol de la pampa.

En los montes de algarrobos,
dando muerte, se oye el hacha.
La voz del hombre en el monte
y el canto de la calandria.

¡Ah, la cabellera de oro
con la cabellera blanca!

Salta una gama y tras ella
corre en sueños la muchacha.
Un zorro grita, y el juez
se mofa en eco de escarcha.

El viejo, nieve que cae;
la niña, sol de la pampa.

Viudita de vuelos cortos
al carruaje se adelanta.
El mensajero la sigue.
No es un pájaro. Es un alma.

¡Ah, la cabellera de oro
con la cabellera blanca!

¿Quién es el hombre montado,
con el dolor en la cara,
que a medio camino espera
con una carta doblada?

El viejo, nieve que cae;
la niña, sol de la pampa.

¿Quién es y por qué está triste?
La mujer, ¿cómo se llama?
¿Qué amor es ese que da
color de mies quebrantada?

¡Ah, la cabellera de oro
con la cabellera blanca!

Salado, qué quieto estás;
qué tranquilo con tu garza.
La muerte duerme en tu fondo
y hay un ángel en tus ramas.

El viejo, nieve que cae;
la niña, sol de la pampa.

Las bolitas de metal
hace tres horas que danzan.
Juez y viejo están dormidos
y la niña no se cansa.

¡Ah, la cabellera de oro
con la cabellera blanca!

La ciudad está a la vista,
la ciudad de las naranjas.
Ya llegan a Santa Fe,
color naranjo pintada.

El viejo, nieve que cae;
la niña, sol de la pampa.

Al pié de una puerta verde
se pone fin a la marcha.
Baja el juez, baja la niña,
baja el viejo que la guarda.

¡Ah, la cabellera de oro
con la cabellera blanca!

Y sin prisa el mensajero
va al correo de la plaza,
con una carta que llora,
para una mujer de Francia.




Centinela

El  centinela  no  ocupa  una  garita,  sino  que  cómo  un
querubín  colocado  en   lo  alto,   se  acomoda   sobre   la
copa  del árbol  a una altura como de veinte pies del suelo.
Hutchinson. “Bs. As. y otras provincias argentinas”, 1866

Llegado yo con ellos a la tierra de su destino. . .
Aarón Castellanos. “Colonización en
Santa Fe y Entre Ríos”. Rosario, 1877

Tengo el alma de el pequeño vigía lombardo.
También la tuvo quien un día fue
centinela de árbol.
Pocos saben qué bien se está allá arriba
con el viento y los pájaros.

Para tocar la cara de la luna,
tuve mi pino, mi álamo.
Para viajar hasta encontrarte, dulce,
tuve mi ombú, mi barco.

Yo fui como en hornero
con su casa y su canto.

De ojos cazadores y voz gruesa
era Aarón Castellanos.
¿Cuál fue el niño que tuvo la alegría
de ser por él alzado;
de obedecer su orden de registrar la tierra:
“¡Sube! Mira quien pasa por los campos”?

-Pasan las carretas, Una. . . dos. . . tres . . .,
hasta veinte pasan, chillando.

Para viajar hasta encontrarte, dulce,
tuve mi ombú, mi barco.
Pocos saben qué bien se está allá arriba
con el viento, viajando.

Se ve a los hombres trabajar sin queja,
aquí y allá, doblados,
y pasar las mujeres silenciosas,
como las quería Pablo.




Cañón

En estos terrenos existía un cantón militar llamado
Iriondo. . . y dicho cantón quedo incluído en el lote
número uno que  se  adjudicó  más tarde  al  colono
 Carlos Gallot.

Manuel Cervera, “Colonización Argentina”
Esperanza, 1906.
El fuerte sobre el Salado
tenía un viejo cañón,
que fue a parar a la tierra,
lo mismo que el fundador.

Arando a fondo su suelo,
lo encuentra Carlos Gallot;
lo limpia, lo reconoce,
lo baña con el sudor.

Ya en un trineo de palos,
a través del campo flor,
lo lleva como a soldado
muerto lejos y en acción.

En su patio de algarrobos
lo emplaza, apuntando al sol,
que ya no pasan los chasquis,
que ya no viene el malón.

Tacuarita con su cerda
llega en vuelo de inspector.
Está en el fondo del caño.
Le gusta su corazón.

Y en el patio de algarrobos,
gloria de Carlos Gallot,
dispara su pajarillo
color de tierra el cañón.




Apuntes de Jaquín

1

Se venden sacos de piel
y palas de juntar oro.
Concesión cincuenta y seis.
Jaquín, poeta y colono.

2

La Juana, se echó en el trigo.
Las espigas se movían.
También se echó el Benjamín.
¿qué harían?

La Juana, mi vaca negra,
viene que no puede más.
El Benjamín ovejero
por detrás.

3

Casó por el mes de junio,
cuando se empieza a sembrar.
Dobló su espiga en noviembre.
Lo mejor es no contar.

4

Las paredes me sostienen,
pero los amigos no.
Soy Crevert, el fracasado.
¡Ay, trigo, qué te hice yo!

5

Por el techo se escapó,
dejando escrito en el suelo:
“el preso que estaba aquí
se ha ido al cielo”.

6

De vuelta a la toldería
cantaba un Favre, cacique:
“Mujer de pimienta quiero,
que muerda y pique”.

7

Mataba los pechirrojos
y decía, muy formal:
“Me los como poco a poco
porque incendian el trigal”.

También sembraba el espanto
por monte y agua, feroz.
Quedaban ángeles muertos.
Otros volvían a Dios.

8

Si ven en mi campo luz,
porque no duermo ha de ser.
No hay luz de niño que nace
donde falta la mujer.

9

En la casa de Grenón
hay una campana vieja.
A veces suena de noche.
Es Grenón con su tristeza.




Romance del agua amarga

. . . y después de dos horas de pelea lograron hacerles
nueve bajas. . . El martes fueron traídos los cadáveres
por los mismos vencedores. . . y puede decirse que fue un
día de fiesta. . . A uno de los indios le contamos hasta cinco
balazos. . .
“El Colono del Oeste”, año II, Nº 87, 8/11/1879. Esperanza.

“El agua que era dulce, se fue poniendo amarga”.
(De la tradición oral).

Donde ponían el ojo
ponían la bala.
Los tres hermanos Lóttersberger
y Arnoldo Réutemann cabalgan.
Luna del Cululú
mira redonda y alta.
Se ve una sombra en ella,
de caballo, empinada.

“Les daremos alcance
al rayar la mañana”.
Es todo lo que dicen
sin mirarse a la cara.
No pueden decir más
bajo la noche blanca.

Los tres hermanos Lóttersberger
y Arnoldo Réutemann cabalgan.

¿Por qué se va la rama
verde de la lorada?
¿por qué el chajá y el búho
con sus pesadas alas?
¿por qué del aromito,
la paloma anidada?
Son cuatro yeguas negras
contra catorce, bayas;
cuatro fusiles negros
contra catorce lanzas;
catorce gritos largos
contra quinientas balas.

Caballos sin jinetes
ruedan y se levantan.
Relumbre de las crines
sobre la paja brava.

Los tres hermanos Lóttersberger
disparan y disparan.
Los tres hermanos Lóttersberger
contra toda la indiada.

(Paloma, ¿por qué lloras
entre las negras ramas?).

Como si fuera fiesta
dan vuelta las campanas;
como si fuera fiesta
campanas de Esperanza.
Ya viene, dando tumbos,
el carro con su carga.
Ya viene el carro negro.
Nadie en el carro canta.
Viene con nueve muertes.
No viene con alfalfa.
Cabezas de los indios
cuelgan desmelenadas.
¡Vengan a ver los indios
con sus pieles de gama!
¡Vengan a ver los indios,
madres, niños, muchachas!,
con sus ojos en blanco,
con sus melenas lacias,
con sus hermosos dientes,
con sus lustrosas caras.

Los tres hermanos Lóttersberger
y Arnoldo Réutemann, en andas.

Como su fuera fiesta,
no hay un alma en las casas.
Sí, hay una, Magdalena
Morand, ciega y callada.
Todos detrás del carro,
hombres, niños, muchachas;
todos por un camino
de espigas inclinadas,
donde los pechirrojos
se encienden y se apagan
y las perdices silban
un reclamo que daña.

(Viudita, ¿por quién llevas
las alas enlutadas?).

Fermín González cuenta:
-¡Viera usted la gringada!
El cementerio lleno
como en día de ánimas.
Bajaron a los indios
con sus pieles de gama.
Hasta nueve bajaron.
Nadie decía nada.
De a uno los tiraron
en un pozo de agua.
“Dispué  l’echaron tierra
pa que no noj miraran”.

Y el agua fue poniéndose
turbia, lechosa, amarga.




Aarón se lleva una niña

Un dato de mal  desenlace  personal  me  refirió  mi padre
acerca de la desvinculación del fundador, y fue de haberse
retirado de la Colonia con una joven, de las fundadoras . . .
Este lunar . . . explicaría  el  misterioso silencio de su ocaso.

P. P. Grenón. “La ciudad de Esperanza”.
Córdoba.   1945.   Tomo  II.  Página  157.

Separado de la tierra
que era su muerte y su vida,
camino de tarde sola
Aarón se lleva una niña.

Para contemplarla cielo,
para peinarla gramilla,
para deshojarla flor
y para cantarla espiga.

El trigo se ha puesto pálido.
Para no mirar, se inclina
sobre perdices que cantan
con dulce inocencia antigua.

El lino, hermano menor,
vergüenza de flor sencilla
llora en redor de las casas,
todas blancas y escondidas.

Y la vaca muge y muge
hacia el lado de la cría
para que venga a quitarle
su peso de leche tibia.

Sólo el río sigue un trecho
a quien se lleva la niña,
entregada por la tierra
como parte de sí misma.

. . . Para que la toque hierba,
para que la cuide viña,
para que la tome flor,
para que la cante espiga.




La brasa

Ni el primero ni los últimos encontraban medios
de   soltar   aquella   brasa   que   los   quemaba.

Aarón Castellanos, “Colonización en
Santa Fe  y E. Ríos”.  Rosario,  1877

Alabemos las manos quemadas por la brasa.
Manos de Urquiza, fuertes, y de Cullen, sin tasa.

Manos del fundador expuestas al gentío,
para que las leyeran, con su pampa y su río.

Manos de Juan María Gutiérrez en la loma,
soltando y recibiendo la carta y la paloma.

Manos de labradores: Jácob, Dayer, Grenón. . .
Manos de todas las mujeres en oración.

Manos de Joseph Favre que ordenaron el canto
y la espera; que dieron lento compás al llanto.

Manos de Pierre Gazpoz, colono y molinero,
enteramente blanco como un dios verdadero.

Manos de Henrí Jaquín, el del arca vacía,
sembradoras de versos hasta el último día.




Monumento a la agricultura

Todos los jefes de familia están en el monumento.
Todos los hombres.
Heine, Rousseau, Wagner, Racine. . .: todos los nombres
de aquel extraordinario momento.

Pero no están las mujeres
que son la fe y el nacimiento.
No están ellas, la de los largos quehaceres.
Ningún nombre de madre en el monumento.

Está Gazpoz, que molió el trigo;
Carrel, que fue juez, de los mejores;
Jaquín que tuvo en cada pájaro un amigo,
y Favre, que fue maestro de colonos cantores.

Pero no están las mujeres, no; no están.
Ellas, suma de dolores.
Ellas, que siguen a los hombres adonde los hombres van.
Ellas, las que aman las flores.

María Eugenia Joillot, porque fuiste
quien trajo a la vida la niña y el niño
de tanta madre triste,
yo grabo en la piedra tu nombre con cariño.
También el tuyo, María Rosalía,
mudado en Hermana Candelaria
por la tristeza del día.

Y el tuyo, Paulina Coq, que sembraste el olvido
en redor de tu casa solitaria.
Y el tuyo, Constancia Dumont del buen sentido.
Y el tuyo, María Paciencia,
vencedora del dolor con la ciencia
de la hebra y el tejido.

¡Pero que hago con tu nombre, Ana Esser de lino
que no alcanzaste a llegar!
El río te robó en el camino.
No te dejó tejer, ni heñir, ni sembrar.
Fue culpa de tu pelo
grato para peinar.
Formo tus letras contemplando el cielo.
La estrella es tu lugar.




Indio

La  actitud  de  los colonos  se  ha  impuesto a los indios,
 que se cuidan bien  de  presentarse  si  no  es  en  son  de
 amigos. . .trayéndoles pieles, cueros, lana, miel y cera. . .

Moussy, “Geographie”. Tomo 3ª. Pág. 169 (Traducción)

Quién ordenó la carga del arado
ordenaba tu muerte el mismo día.
Ella tuvo lugar junto al Salado
con paloma y calandria, a mano fría.

No te valió tu entrega de venado
frente al duro invasor que te temía.
No te valió tu miel de despojado.
Sólo la dulce espiga te quería.

Descendiente de gringo y su pecado,
por cementerio de tu alfarería,
a lo largo del río voy callado.

La culpa de tu muerte es culpa mía.
Indio, dime que soy tu perdonado
por el trigo inocente que nacía.




Ochenta años

Y al cabo de ochenta años
todos habían muerto,
hasta el duro castaño
traído por Grenón
y en su tierra plantado.

¿Dios, de las altas cumbres,
miró algún día abajo?
¿Entre las altas nubes,
qué diría, mirándonos?

Diría: _Está la tierra
subdividida en cuadros.

Diría: _Están los hijos
la tierra laborando.

Diría: _ Diez molinos
están moliendo el grano.

Diría: _Cien herreros
el hierro machacando.

Diría: _Muchos cantan;
pero hay muchos callados.

Diría: _Con los ojos
como buscando algo.

Diría: _Con los ojos
y los brazos cansados.

Se lo diría al ángel
de sus espaldas, blanco.




Bronce

Del tiempo que se fue queda en mis manos
un corazón de bronce.
Estaba en una cruz que se deshizo.
Tuvo su nombre.

Por caminos de trigo se llegaba
a aquel lugar, entonces.
Allí todos dormían bajo tierra
con las manos en orden.

Wagner, del Rhin, y Guillerón, del Jura,
el abeto y el roble.
Elísabeth, la del país del Aar,
y Marie, la de Argonne.

Ora inclinados hacia el sur,
ora hacia el norte,
guardaban aquel sueño de los justos,
altos, dos monjes.

golondrinas venían hasta allí
desde quién sabe donde.
Venían a las tumbas olvidadas
de los hijos del bosque.

Era el lugar del trébol no sembrado;
de la flor cruciforme;
del alma que se muestra en algún ave. . .
y lo deshizo el hombre.

De todo aquel país queda en mis manos
un corazón de bronce.
Fue amando por la lluvia, hija del cielo.
Me lo entregó sin nombre.




Nueva patria

Vinieron de la tierra del roble milenario
a esta lejana tierra del pajonal dormido.
Cambiaron su paloma de alero y campanario
por la calandria india de lo desconocido.

La “kornblume”* y la alondra por el trébol y el tordo;
el nogal poderoso por el ombú vacío;
la paz del valle verde por el silencio sordo
y el arroyuelo dulce por el salado río.

Perdieron con el cambio. . .; perdieron el idioma,
la novia melancólica, el hermano, el amigo. . .
Ganaron la batalla de monte y su paloma,
y en la llanura arada, la batalla del ttrigo.

Fleuret, Gallot, Schmit. . .; todos duermen ahora,
mar y cielo por medio de los fragantes tilos.
Derrotaron el hambre y el mal de ausencia, otrora.
En tierra de Esperanza todos duermen tranquilos.
(*) Aciano silvestre




La Trilladora

Ahora la niñez es de avión por el cielo.
La mía fue de nube. No cambio mi recuerdo.

Aquel rancho, aquel árbol, aquel trigal inmenso,
aquella trilladora que atravesaba el pueblo.

Ahora la niñez es de coche en el viento.
La mía fue de pájaro sobre caballo suelto.

Aquel carro, aquel árbol, aquel poste de hornero
con música en el alma. . . No cambio mi recuerdo.

Ahora la niñez es de fulgor eléctrico.
La mía fue de lámpara y de luna naciendo.

Aquel poste, aquel árbol, aquel arroyo lento
con ángel en la orilla. . . No cambio mi recuerdo.

Todo está en el ayer como si fuera un cuento.
“La trilladora! llámase, y no tiene regreso.

Dormía nueve meses y despertaba al décimo.
Iba de parva en parva desde noviembre a enero.

Hundiendo alcantarillas y soplando del suelo
-vidrio pulverizado- bandadas de jilgueros.

¡Qué dulce era su canto de sirena, a lo lejos!
Enamoraba al hombre e invitaba al ensueño.

Se perdió en la llanura con su motor de fuego,
su vagón, su casilla, su carrito aguatero.

Un niño la seguía con paloma, y no ha vuelto.
Era callado, triste. . . No cambio mi recuerdo.

1 comentario:

  1. Cuando niña crecí en el campo. De familia gringa. Su maravillosa poesía me duele profundamente.

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